El declive de un histórico (Las Palmas), la consolidación de proyectos prósperos (Universidad, Vecindario) y el protagonismo creciente de clubes bien estructurados (Castillo, Playas, Lanzarote o Fuerteventura) han convertido la Segunda División B en el único escenario en el que revindicar el fútbol canario, con la excepción del CD Tenerife, ilustre superviviente en la élite.
El curso 04-05 ha generado un fenómeno sin precedentes: juntar a siete equipos de la tierra en un mismo grupo y salpicar de derbis y duelos de máxima rivalidad el calendario. De esta nómina de competidores, resulta especialmente agraviada la UD Las Palmas, que ni en sus peores previsiones soñó con tener que medir fuerzas de manera oficial y en campeonato liguero a Vecindario o Castillo, hace poco a años luz de su horizonte. Una cadena de despropósitos llevaron al representativo con más pedigrí del balompié isleño a compartir hábitat con hermanos menores, toda una afrenta para la flema y orgullo de sus socios. Vacío el Estadio de Gran Canaria por semejante purgatorio, con el club en plena ebullición y un tránsito acelerado hacia ninguna parte, es unánime el veredicto popular: ascenso o cementerio.
El tercer escalón del panorama nacional supone un escaparate válido para valores emergentes, anónimos con hambre de nombre o jugadores empeñados en llegar. De ahí que para el resto de conjuntos isleños esta etapa ofrezca enriquecimiento y hasta cierto rédito financiero (televisión, subvenciones públicas, ayudas federativas…). Pero este ecosistema, bendecido por muchos, en nada beneficia a la bandera amarilla, acostumbrada a cuitas de mayor enjundia y ahora mezclada con emblemas de rango más diminuto. El tiempo de bonanza y éxito que se saborea en Universidad o Castillo, los dos equipos con mejores notas en sus respectivos objetivos, contrasta de manera radical con el desierto que está atravesando la UD Las Palmas, con un desenlace aún por dilucidar. Mientras, el Lanzarote sufre en 2005 para lograr la permanencia -tras acabar el curso precedenre como campeón de grupo- y los dos equipos majoreros, Pájara y Fuerteventura, coquetean peligrosamente con el descenso.
Cosecha de ‘canteranos’
Trae mejores noticias este curso, ya en otro plano, en el descubrimiento de una magnífica cosecha de canteranos. Así, ha asomado con fuerza descomunal el defensa Aythami Artiles, un central a la vieja usanza, cabeza siempre levantada y un correcto adiestramiento de balón, confirmó sus buenos pronósticos David García y también sobresale Nacho Casanova, que se perfila como una figura de mantener su crecimiento. Lo que resulta lastimoso es que algunos antiguos militantes del escudo, ninguneados en su día, hoy triunfen en el exilio forzado, casos de Alex Santana (Sevilla B) o Pablo Sicilia (Atlético de Madrid B) y otros ya hayan sido reclamados para explotar con otra camiseta, léase Jaime (Betis), o Jonay Futre y Moisés (Valencia B). Para que el semillero germine donde debe, habrá de reconducirse una política en categorías inferiores que hasta la fecha se ha relevado incompetente y plagada de brutalidades.
La Segunda División B, sin embargo, también está ejerciendo un efecto depurador en la UD Las Palmas. El descenso a los infiernos puede conllevar el saneamiento completo de una entidad estrangulada financieramente de una parte a este tiempo. La masa popular, testamento eterno del club, respondió hasta grados delirantes -más de quince mil socios-, cimentando una regeneración integral que marcha por buen camino. La administración concursal, que sentó precedente en España, y el obligado relevo presidencial están obrando como potentes anestésicos ante la anunciada quiebra y disolución. Curiosa paradoja, la UD toca fondo a nivel competitivo pero la tesorería anuncia la desaparición del déficit y el advenimiento de mejores balances. Lo que no consiga el fútbol.