El Tenerife sobrevive a duras penas. No tiene dinero, pero su mayor desamparo en el terreno de juego es consecuencia de vivir sin una idea, sin una identidad básica sobre la que construir toda la estructura deportiva. No es fácil soportar la presión de los resultados y defender unos principios futbolísticos, hasta consolidarlos como seña de identidad, pero esa es la única manera de robustecer a una institución como ésta.
El Tenerife fue un modelo de coherencia en la primera mitad de la década de los noventa. Había una idea de fondo que fue ejecutada con un acierto notable. Los dirigentes delegaron la gestión deportiva en un secretario técnico muy experto, Santiago Llorente, y le marcaron las pautas: fichar buenos jugadores aún por explotar, a bajo coste y hacer rentable a la entidad vendiendo caro lo que se compró barato. El ciclo fue espectacular como lo demuestra el dato de que sólo hubo seis entrenadores en ocho años y dos de ellos se marcharon tentados por un club más fuerte. El resultado de esta apuesta fue un equipo espectacular, brillante, ganador, ambicioso, con un crecimiento constante y una estética futbolística envidiable. Aquello se truncó cuando se marchó el experto en fichajes. Se acabó la política de comprar barato y se encadenaron los malos resultados. La respuesta del club fue cambiar a un entrenador tras otro. Ahora, ocho en tres años…
Han cambiado los dirigentes, pero el club no ha encontrado su rumbo deportivo, porque sigue huérfano de la idea básica. La primera intención del nuevo gobierno fue hacer un Tenerife de cantera, con un entrenador de la Isla que tuviera plenos poderes, pero esa sólo era una teoría que quedó desmontada con el fichaje de un secretario técnico antagónico al entrenador y absolutamente vacío de conocimientos y de experiencia. Desde entonces, la secuencia del cambio, de los ceses y de los giros en la política deportiva del club ha sido una constante. Es imposible llegar a los resultados por el camino de la improvisación, huyendo continuamente hacia adelante.
Y así, perdido en la mediocridad, este Tenerife se ha ido alejando de la gente, porque en realidad hay que interpretar el divorcio del equipo con la hinchada desde el planteamiento del efecto comparativo, de aquellos años con estos. El club tiene una cantidad de incondicionales que han soportado la crisis. A duras penas, pero continúan ahí; ahora bien, el resto del contingente de aficionados tinerfeños ha dejado de ir al Heliodoro porque el producto se ha depreciado. No se puede entender el hastío popular sin mantener fresca la referencia de que hace sólo unos años el Tenerife estaba en Europa, protagonizaba la Liga española y jugaba al fútbol como los mejores equipos de la historia de la competición. Ahora estamos en el mismo punto del escalafón que hace veinte años, cuando una alternativa instauró la bandera del sentido común en la entidad.
Una oportunidad perdida
En pleno declive, el club perdió en 2004 una gran oportunidad de remolcar al equipo hacia la Primera División. Se apoyó en la mano experta de Martín Marrero y el veterano entrenador hizo un equipo y lo puso a producir a un nivel que garantizaba la candidatura al ascenso en esta temporada. Fue un espejismo, porque la entidad no valoró la situación y, en un arranque de ignorancia futbolística supina, dio otro bandazo y fichó a un técnico de fuera que, en su intento por personalizar el proyecto, acabó por descomponer todo el trabajo que ya había avanzado Marrero. Total, el Tenerife está otra vez huyendo hacia adelante, tratando de salvar el proyecto en curso, como si ese fuese el fin último de la entidad cada nueve meses, pero sin ningún fondo estructural. La próxima temporada habrá que empezar de cero, renovando la plantilla y condicionando la permanencia del entrenador a los resultados de cada dos semanas. O sea, improvisando.
En situaciones como ésta, quedan víctimas anónimas por el camino. Por ejemplo, los buenos jugadores que no terminan de triunfar por la falta de una continuidad razonable y que luego acaban dando envidia en su siguiente destino, pero, sobre todo, los chicos de la cantera, que sufren las convulsiones y las crisis deportivas y que son utilizados según conviene. La actual cadena de filiales del Tenerife tiene una formación tan alta como la de cualquier equipo de España, pero es difícil que se den las condiciones de normalidad que deben presidir el flujo de jugadores al primer equipo. Y lo que es peor, la solución deportiva del Tenerife no está ligada sólo a la obtención de recursos económicos. Un club que no tiene clara su filosofía, termina por malgastar también una buena situación económica. Hace falta una idea que alumbre todas las decisiones.