Una frontera de agua demasiado larga que aún no hemos vencido

Acabo de estar en Casablanca. Y he querido viajar a Tenerife. Aparte de la alternativa de volver a Madrid y reemprender desde vuelo a Canarias, había otra manera obvia de viajar: ir directamente a las islas desde un lugar tan cercano. Pero en este caso se presentaba un imponderable terrible, cuyas características nos llevan a la Edad Media.

Ignoro si la historia dice cuánto tardaron los guanches en trasladarse de África a la que iba a ser su tierra, e imagino que debieron ser años, décadas, emigraciones enteras, las que tuvieron que producirse para que dejaran de ser africanos de continente para ser africanos isleños. Y seguro que yo hice ese viaje en unas circunstancias menos penosas que las que ellos debieron sufrir, pero lo cierto es que, en términos actuales, tardé tanto como un peregrino que fuera a pie a los sitios a los que habitualmente uno va motorizado. Para ir de Casablanca a Tenerife tuve que utilizar el único vuelo disponible semanalmente a Gran Canaria, pasando por Agadir y El Aiún; y desde Gando hice luego el vuelo a Tenerife. En total, estuve ocho horas pendiente del avión o en el avión.

Este hecho me ha llevado a varias reflexiones, que se mezclan con mis recuerdos. Cuando era un joven periodista en las islas, y éramos aún súbditos de Franco, teníamos prohibido referirnos a África como el lugar al que pertenecíamos; y ahora que ya ha pasado el tiempo, África sigue siendo un canto lejano. Es una de las carencias más graves de nuestro universo, porque esta ignorancia tan largamente mantenida afecta cultural y psicológicamente a nuestra manera de ser y de conducirnos; tiene graves repercusiones en la expresión cultural y no ayuda a completar el ciclo de nuestras ambiciones estéticas.

Quiero dejar escritas esas reflexiones, ahora que mis amigos los periodistas tinerfeños me piden una visión de la experiencia cultural que nos anima. En términos generales, lo más importante de esa experiencia cultural tiene que ver con el viaje extranjero de nuestros creadores, y del viaje extranjero que se ha producido con respecto a Canarias… Los momentos más espectaculares de nuestra historia cultural se produjeron cuando vinieron a Canarias el enciclopedismo del siglo XVIII y el surrealismo del siglo XX. Ambas condiciones estéticas (y éticas) forman hoy parte del sustrato de nuestros creadores, póngase como se ponga la mirada de quienes no quieren verlo así. Y ahora es el momento de advertir que no se puede completar ese viaje (ni interior ni exterior) sin tener en cuenta esa otra realidad vecina que de manera tan persistente se nos ha negado y nos hemos negado.

Centenario de surrealistas

Estamos en los tiempos de los centenarios de dos grandes surrealistas, Emeterio Gutiérrez Albelo y Pedro García Cabrera, y sus epígonos están por el mundo, como Fernando Delgado, Rafael Arozarena o Luis León Barreto; provienen, cada uno de ellos, de una especial de mirar la tierra, unos para irse de ella y otros para entenderla.

En ninguno de ellos se puede rastrear una influencia única, y esa pluralidad es lo que hace vital una cultura. En el arte hemos sido más excéntricos y diversos aún que en la literatura, pues han coexistido en ese viaje los personajes más distintos, como José Luis Fajardo, Cristino de Vera o Pedro González, que han hecho cada uno de ellos la vida por su cuenta, pintando y pensando con materiales que son propios, que nunca fueron prestados. Si me dejan decirlo de este modo: Fajardo es el mar viniendo, Cristino es la arena cubriéndolo y Pedro es todo eso visto desde el interior de una cueva cuyos resquicios de sol él también domina.

Ellos han hecho un viaje, que es sobre todo europeo. ¿Qué nos hubiera pasado si hubiéramos tenido también cerca la luz de África? La frontera de agua es demasiado larga, aun no la hemos vencido.

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