Canarias veinte años después

En estos 20 años no hemos sido capaces de rentabilizar nuestro capital humano (una población preparada y joven) y hemos pagado un alto precio en materia de respeto por nuestro medio ambiente.

Pronto cumpliremos los primeros 20 años de nuestra incorporación a lo que hoy es la Unión Europea. No es demasiado tiempo, pero proporcionan una perspectiva suficiente para hacer balance. Ese balance es, en mi opinión y seguramente en la de una amplísima mayoría de canarios, claramente positivo. Hasta quienes en los años previos a nuestra incorporación al proyecto europeo se oponían a nuestra pertenencia a la que llamaban Europa de los mercaderes son hoy fervientes defensores de los logros obtenidos y, en algunos casos, hasta se atribuyen una parte importante de nuestro éxito. Pero no seré yo quien critique a los que rectifican y esa rectificación es para beneficio de la mayoría.

El visitante que nos conoció hace veinte años y vuelve hoy dirá, con seguridad, que el cambio producido en las islas ha sido espectacular. Y si tiene interés para profundizar en su análisis, comprobará que nuestra sociedad también es diferente. Hemos experimentado un crecimiento económico que nos acercó a promedios comunitarios, pero ese crecimiento acelerado en tan corto periodo de tiempo provocó en algunos aspectos un modelo económico y social de carácter desarrollista con todas sus características, las positivas y las negativas. Un modelo que es, en definitiva, el que hemos querido los canarios, pues este periodo coincide, en lo político, con la más amplia autonomía política y administrativa.

Un acierto decisivo

Cuando el 8 de marzo de 1988 se discutió en el Parlamento regional la comunicación del Gobierno que yo presidía sobre “las adaptaciones del régimen de la Comunidad Económica Europea aplicable a Canarias”, que culminó con el cambio de nuestro modelo de adhesión bajo la presidencia de Lorenzo Olarte, creo que acertamos a corregir uno de los (escasos) errores que habíamos cometido en nuestro caminar al encuentro del proyecto europeo. En septiembre de 1987 creamos el grupo de las Regiones Ultraperiféricas y cuando el 10 y 11 de octubre de 1988 se celebraron en Santa Cruz de Tenerife las primeras jornadas de nuestras Cámaras de Comercio con sus homólogas de los Departamentos Franceses de Ultramar, creo sinceramente que trazamos el camino y el rumbo de mayor calado en nuestras relaciones europeas. Fui ásperamente criticado por casi todos entonces por aquellas iniciativas y cuando he consultado ahora algunos datos de mis archivos, siento que a la vista de los resultados aquellas críticas puedo darlas por amortizadas.

Es casi un tópico recordar las profundas transformaciones producidas gracias, en buena medida, a la magnitud de los fondos europeos que han permitido la construcción de nuestras modernas y espléndidas infraestructuras. Y las ayudas para la competitividad de sectores estratégicos de nuestras producciones agrícolas y ganaderas tampoco pueden ser omitidas, aunque en algunos casos hoy estemos pasando por momentos de incertidumbre. Me refiero, claro, al plátano y al tomate.

Las asignaturas pendientes

En estos 20 años no hemos sido capaces de rentabilizar como hubiera sido deseable nuestro capital humano, constituido en mayor medida por una población fundamentalmente joven. Junto a dos generaciones de jóvenes canarios que han podido tener la mejor educación y capacitación profesional que nunca tuvo generación anterior alguna, no hemos tenido el mismo éxito para erradicar uno de nuestros males más preocupantes. Me estoy refiriendo a los altos índices de fracaso escolar que empuja a decenas de miles de canarios al subempleo, al paro y a la exclusión social. Este problema no obedece sólo y ni siquiera fundamentalmente a razones de orden estrictamente escolar y educativo, sino que es la consecuencia de males más profundos, de carácter social y cultural, que nos aquejan y que no es momento de analizar ahora.

Además, hemos pagado un alto precio en materia de conservación y respeto por nuestro medio ambiente, tal vez, con nuestros jóvenes, nuestro mayor y mejor patrimonio. Por otra parte, empiezan a aflorar síntomas de algunas de las peores consecuencias de todos los modelos desarrollistas, con dinero abundante y fácil al alcance de algunos pocos aprovechados. De cómo resolvamos éstos problemas y de cómo evolucionen en los próximos años fenómenos nuevos, como el de la llegada masiva de inmigrantes ilegales por citar un solo ejemplo, dependerá, seguramente, que las islas sean un lugar apasionante para visitarlas y para vivir en ellas.

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