El vino exhibe su mejoría, pero mantiene deficiencias básicas

La viticultura en Canarias y, por ende, el vino nos acompañan desde la conquista de las islas hace ya unos cuantos siglos. En este largo recorrido hemos pasado por momentos de esplendor y de decadencia. Sin embargo, el objetivo de este artículo es mucho menos ambicioso que hacer un estudio histórico sobre este asunto, ya que sólo se pretende realizar una breve aproximación a lo que ha sido la historia reciente, la situación actual y los retos a los que se enfrenta actualmente el sector vitivinícola.

En los últimos dos decenios han sido muchas e importantes las transformaciones ocurridas en el sector. Partíamos en los ochenta de un sector obsoleto y desorganizado, abocado a la desaparición si no se le ponía remedio, mientras que en estos momentos nos encontramos con un panorama muy diferente. Entre los cambios más importantes que podemos citar, merece mención especial la creación y puesta en marcha de las denominaciones de origen, que, a través de sus consejos reguladores, han desarrollado una labor muy importante al fijar criterios de calidad, realizando actividades de formación y promoción y estableciendo normas de juego que han hecho posible el crecimiento organizado. También las bodegas han sufrido una transformación importante, dejando a un lado prácticas enológicas obsoletas y dando entrada a las modernas tecnologías de elaboración, con los equipamientos adecuados, cambios todos ellos que se han visto reflejados en el aumento significativo de la calidad de los vinos canarios.

Modernización y reconversión

La viticultura también se ha modernizado y, aprovechando las oportunidades que ha brindado la Organización Común de Mercado (OCM) del vino, se han reconvertido muchas hectáreas de viñedo en todo el archipiélago, mejorando la calidad de la uva. Y tampoco se ha quedado atrás la comercialización de nuestros vinos, que, en poco más de dos decenas de años, han pasado de una comercialización totalmente tercermundista a la situación actual, en la que un amplio abanico de nuestros vinos está presente en las mejores tiendas y establecimientos de restauración con una presentación muy actual. Contado así, parece que la situación es idílica. Nada más lejos de la realidad. Han sido numerosas las cosas bien hechas, pero también se han cometido errores que nos han llevado a la situación actual, con deficiencias manifiestas a las que debemos buscar soluciones, para que sea posible seguir adelante con opciones de éxito.

Entre estas deficiencias, podemos citar que la implicación del sector y el apoyo recibido desde las administraciones públicas en las distintas comarcas (denominaciones de origen) han sido dispares. Esto ha traído como consecuencia que los criterios organizativos y de calidad aplicados en las distintas denominaciones de Canarias sean muy diferentes, ofreciendo en el mercado vinos de muy diversas características, lo que redunda en la confusión y la desconfianza del consumidor. En un sector en crecimiento y floreciente, atraídos por este espejismo, surgieron numerosas bodegas, muchas de ellas con dimensión reducida, con poca profesionalización y, por lo tanto, con poco valor añadido en sus productos, lo que las hace poco competitivas y con escasas oportunidades de éxito. En este proceso de reconversión que se ha venido llevando a cabo en la viticultura han faltado criterios claros. En muchos casos, no se han cubierto adecuadamente los objetivos para los cuales se crearon los proyectos, ni se ha conseguido la mejora deseada de la calidad, ni se han realizado diseños de plantaciones que optimicen los costes de producción.

Aunque son evidentes las mejoras en aspectos como la presentación de los vinos, otros capítulos como el marketing no están a la altura de las exigencias del mercado. No hay un mensaje claro hacía el consumidor que comunique las notables diferencias de nuestro producto. Además, en muchos casos, las logísticas de distribución son manifiestamente deficientes, lo que redunda en la insatisfacción de los clientes. La superación de esta situación pasa por la realización de cambios importantes que el sector debe afrontar en un plazo relativamente corto, si no quiere perder el carro del progreso. Entre esos cambios, que, como todos los cambios, en algunos casos resultarán traumáticos, podemos citar que es urgente la adecuación de nuestro sistema organizativo actual a las nuevas condiciones. Es necesaria la unificación de criterios, principalmente en el control de la calidad, que, aunque va por el camino de la puesta en marcha del Instituto Canario de Calidad Agroalimentaria, los avances son muy lentos.

Los microconsejos reguladores actuales ya no son suficientes para dar respuesta al sector, así que es necesaria la concentración en entidades más fuertes, que, sin perder nuestra diversidad de comarcas -ya que éstas suponen un importante valor añadido, sobre todo de cara al mercado interior- permitan llevar una política más homogénea y tener una mayor fuerza en aspectos tan básicos como la promoción genérica, la investigación y la formación, todos ellos pilares importantes para construir un futuro sólido, estable y duradero para el sector. La concentración de bodegas también es necesaria, y la cruel, pero muchas veces sabia selección del mercado, ya ha empezado a realizarla desde hace unos años. Es necesario que haya bodegas de dimensión mayor a la media que tenemos actualmente, más profesionales y con mayor capacidad de gestión, que nos permitan ser más competitivos.

Necesidades de mejora

En lo queda de aplicación de los planes de reconversión de la actual OCM del vino, con vigencia hasta finales de 2006, así como en la futura, a partir de 2007 (aún está por ver en qué condiciones será), es necesario fijar mejor los criterios, que, en la mayor parte de los casos, son excesivamente burocráticos y olvidan lo más importante: ofrecer un soporte técnico que dirija el proceso hacia la consecución de los objetivos realmente importantes, como son la búsqueda de la rentabilidad basada en la calidad y la diferenciación, única oportunidad ante la globalización de mercados, cada día más patente. Además de mejorar los aspectos ya reseñados, los organizativos y estructurales, tanto vitícolas como vinícolas, es básico mejorar la comunicación y la comercialización. Para conseguir estos objetivos, se cuenta con un sector que sigue siendo entusiasta y enamorado de lo que hace, lo que supone una enorme fuerza para conseguirlo, pero también con obstáculos que dificultan su consecución.

Entre las principales dificultades, podemos citar las siguientes: la atomización (micronización) tanto del subsector vitícola como del vinícola, con lo que eso supone de dificultad para lograr consensos en aspectos clave. Si a esto se une la ya mencionada falta de profesionalidad, pues peor. Otro problema importante es el exceso de personalismos en muchos organismos del sector, donde se anteponen los intereses personales a los colectivos, con argumentaciones y fundamentos que cada vez resultan más difíciles de sostener. Es necesario que haya más decisión en las administraciones públicas para desarrollar muchos de estos cambios, que, además, ya han sido solicitados por la mayoría del sector, aunque éstos deban realizarse sin la unanimidad de los implicados.

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