Vive el fútbol canario tiempos de apreturas y recesión, sin perspectivas inmediatas de avances cualitativos. El Tenerife está instalado en el alambre para evitar el cisma de verse abocado a la Segunda División B. Y la Unión Deportiva Las Palmas, el otro gran representativo histórico, degusta un presente agrio, marcado por su caminar en una categoría que nunca debió pisar y mezclado con rivales huérfanos de enjundia y carentes de prestigio.
Tanta mezquindad no ha impedido, sin embargo, que se multipliquen los talentos isleños por la geografía nacional y que muchos nombres acunados en el Archipiélago prosperen en la elite, con críticas inmejorables de los medios especializados. Es una situación paradójica y de contraste doloroso: los clubes se empequeñecen y los jugadores se elevan, salvando las crisis logísticas de sus lugares de origen. Un ejercicio de supervivencia meritorio y que contribuye a mantener alta la consideración de la escuela local. El prototipo de jugador canario siempre despertó simpatía y admiración en el fútbol español. Su predisposición genética al fútbol de toque, con la pelota pegada al piso y sometida a la táctica de la precisión, le granjeó una fama con denominación de origen. Embajadores de la altura de Alfonso Silva, Luis Molowny, Germán Dévora, Tonono o Guedes inauguraron un fértil ciclo de sucesores de gran talla. En los ochenta despuntaron Gerardo Miranda o Juanito, internacionales absolutos y acaparadores de títulos.
Y en los noventa emergió la figura imperial de Valerón, que, acompañado por Manuel Pablo, esparció talento en cada estadio que pisó, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras (sus exhibiciones europeas con el Deportivo ante Bayern de Munich, Milán o Arsenal constituyen una videoteca para paladares selectos).
Y al calor del efecto mimético de Valerón, la camada de prodigios cuenta con nuevos nombres propios que se hacen hueco entre Ronaldinho y Beckham. Ahí están Vitolo y Ayoze (Racing), Momo, Rubén y el citado Manuel Pablo (Deportivo), Guayre (Villarreal), Jorge, Silva y Ángel (Celta de Vigo), Jonathan Sesma (Cádiz), Pablo Sicilia (Atlético de Madrid), Braulio (Mallorca) o Jotha y Adrián Martín, con minutos europeos en el Real Madrid. Ellos integran ahora la nómina de abanderados de las islas en el escaparate nacional. Algunos, como Silva, que combinan juventud, pujanza y calidad, son carne de elogio semana a semana. Su caso desnuda la raza adquirida y que derriba el viejo mito de los problemas de adaptación por la nostalgia de la tierra. De Arguineguín, como Valerón, criado en el Valencia y triunfador en el Eibar, desembarcó en el Celta sin hacer ruido y es ahora uno de las piezas más valoradas de la Liga de las Estrellas. Ponerle techo con los 20 años que figuran en su carné constituiría una insolencia. En su h
oja de méritos consta un premio al juego limpio por lanzar el balón fuera cuando un rival estaba tendido en el campo, pese a disponer de una clara ocasión para marcar. Más, imposible.
No sólo hace ruido Silva. Vitolo y Ayoze emigraron de Tenerife a Santander para crecer y han consolidado su prestigio en un ecosistema tan hostil como la Primera División. Guayre regaló sus habituales delicias cuando las lesiones le respetaron y fue decisivo en la extraordinaria trayectoria europea del Villarreal. Jorge combate sus intermitencias con actuaciones de sombrero y Sesma suda la amarilla del Cádiz con olfato y puntería en el área rival. Este variado mapa ha de ser complementado por otro que, sin haber roto todavía el cascarón, augura relevo generacional: en la cantera del Madrid se ha hecho famoso un jugador de La Isleta, Rayco, goleador consumado en la Tercera madrileña. Mientras, en el Atlético B, Pollo hace publicidad de Mogán con sus pulmones de titanio; Fabricio, Aridani y Óscar evolucionan en las categorías inferiores del Deportivo y equipos como Espanyol, Villarreal o Levante también amamantan en su base a virtuosos del balón que salieron de las islas. Más conocidos, por proximidad, son los casos a Ángel y Ricardo (Tenerife) o los de Aythami, Nauzet o David García (Las Palmas), todos llamados a seguir la ruta que muchos de sus antiguos compañeros de aventuras ya tomaron: alcanzar el máximo escalón, aún con el precio de no poder hacerlo con el escudo de su preferencia en la pechera.