Sin duda, 2005 será recordado como un año muy especial en el terrero de la lucha canaria, por cuanto -después de ejercer una hegemonía objetivamente absoluta durante casi dos décadas- el gran puntal de todos los tiempos, Francis Pérez Pollito de Frontera, debió enfrentarse a una asignatura que le era completamente desconocida: la curiosa ciencia de la derrota.
Un joven luchador, formado en la extraordinaria factoría de Valle de Guerra, Marcos Ledesma, se adjudicó el mérito histórico de erigirse en el docente de la transmisión de los conocimientos contenidos en una disciplina, la derrota, que el coloso herreño dejó aparcada en el comienzo de los años noventa, cuando fue sorprendido en su propio hogar, Valverde, durante la disputa de una final del Torneo Pancho Camurria, por el Pollo de las Calabazas y el equipo de Gran Canaria. Desde esa fecha anecdótica hasta esta reciente, enmarcada en la singularidad de 2005 y relacionada con la maduración de Marcos Ledesma, el Pollito de Frontera había completado, y sigue enriqueciendo aún, una biografía personal marcada por el hábito de la victoria y el brillo y el lustre de la epopeya.
Resuenan aún, en el corazón de los herreños y de los canarios contemporáneos, las hazañas de Francis Pérez en una de las primeras ediciones del Campeonato Juvenil de Canarias, disputado en la isla de Fuerteventura, cuando, enfrentado a las exigencias presupuestarias de la convocatoria, tumbó tres equipos completos -o, lo que es lo mismo, 36 luchadores- en una sola tarde; aquella otra ocasión, en Vecindario (Santa Lucía de Tirajana), en la que doblegó a los 12 bregadores de Gran Canaria, Miguel Zerpa entre ellos; y, más tarde, sus célebres encuentros con Berto de la Rosa en el Terrero Insular de Valverde, cuando, sin saberlo, el tacuense ya incubaba la enfermedad que le transportó hasta Seattle (Estados Unidos), donde ganó el más duro desafío emprendido por un luchador canario, esto es la agarrada existencial contra la amenaza de una leucemia.
El Pollito de Frontera parecía enfrascado en la reedición de su preeminencia en la primera década del nuevo milenio cuando sucedió que -en tarde célebre y ante la incredulidad de los fieles del Ferretería Araya Unelco, beneficiarios de la gesta- sucumbió a la energía y la calidad de un aventajado estudiante de Arquitectura, Marcos Ledesma, quien, conociendo perfectamente la magnitud y la exigencia de su objetivo, cimentó, en las proximidades del manto de la Virgen de Candelaria, la construcción de los pilares en los que apoyaría la caída del gigante del Garoé. Se hacía necesario conocer, cuando la derrota le planteaba una propuesta coyuntural de parentesco, la estatura espiritual del hermano de la victoria. La incógnita fue rápida y felizmente despejada, puesto que, ante un puñado de micrófonos, el herreño interpretó perfectamente el principio común de los luchadores de todos los tiempos, la caballerosidad. Con más pena que esfuerzo, el Pollito también campeonó fuera del terrero y reconoció y felicitó la virtud y la victoria de su rival.
El Ferretería Araya Unelco, apoyado en Marcos Ledesma, dirigido por su padre y mandador, Chevo, y auspiciado por un campeón de la gestión, el presidente del club, Tino Baute, se había adjudicado previamente -en leales competencias con el Grupo Alemán Chijafe- los títulos tinerfeños de Liga y Copa. La conquista de la Liga Gobierno de Canarias, en detrimento del favorito Grupo Dunas Maspalomas, representó la coronación definitiva del Araya como organización, la consolidación de Marcos Ledesma como aparente líder de una nueva generación de luchadores, y, sin duda, la apertura de un nuevo ciclo de la lucha canaria. El desarrollo de los próximos años nos ayudará a despejar la duda esencial: si el Pollito de Frontera acusará el excepcional esfuerzo realizado durante casi 20 años, y, en definitiva, si el herreño, ahora en las filas del Chimbesque Ctcop de San Miguel de Abona, entregará el testigo que -por méritos muy propios- ha portado, a años luz de sus competidores.
Por lo pronto, y superando la sistemática de un guión reproducido durante centenares de luchadas, la duda ya ha reportado un importante beneficio a la lucha: la reaparición de la incertidumbre de años como los finales de los ochenta, en los que la hegemonía estaba compartida, y, por tanto, los desafíos protagonizados por Loreto IV, Parri II, Pedro Cano y Melquíades Rodríguez produjeron los llenos más espectaculares y los mejores índices de audiencia de La Luchada, el terrero de las siete islas compartido por miles de isleños en una banda horaria privilegiada de la programación del Centro de Producción de Canarias de TVEC. 2005, y la tarde célebre de Araya, pueden representar un punto de inflexión en el devenir de la lucha canaria, pero también fue reflejo del déficit producido por la reconfiguración multicultural de la nacionalidad canaria.
Las islas orientales y el Torneo Pancho Camurria
La explosión demográfica producida en las islas orientales ha determinado, entre otros resultados deportivos, la desaparición del protagonismo histórico de una de las mejores escuelas de luchadores de todas las eras. Fuerteventura, productora de atletas talentosos como los Matoso y más recientemente Vicente Alonso, organizó, a duras penas, un torneo escasamente competitivo en el que dos clubes, el campeón Tetir y el subcampeón Tefía, representaron dignamente la resistencia, y la reedición del más noble litigio luchístico majorero. En Lanzarote, un histórico, el San Bartolomé, dejó su marca de campeón, apuntalado por Toni Martín Pollo del Puerto, quién -protagonizando la noticia más luctuosa del año en el terrero- voló desde el podio hasta el cielo. Y Las Manchas fue el vencedor de la competición palmera, devaluada por la partida de múltiples artistas del terrero, atraídos por propuestas económicas provenientes desde Tenerife.
Y es que Tenerife recogió el fruto de la semilla que, felizmente, sembró durante los diez años en los que dominó el Torneo Pancho Camurria CajaCanarias de selecciones juveniles. Gran Canaria, que rompió esa racha, anuncia revancha para los próximos años, no sólo por la extraordinaria adaptación y aparición del Trota en las filas del Castillo Mazzotti, sino por su triunfo en categoría juvenil. He ponderado a Marcos Ledesma, porque él consiguió destronar al hércules del terrero y fue la gran revelación de 2005, pero, en San Bartolomé de Tirajana, bajo el mecenazgo político y social de Pacuco Guedes, ha nacido otra estrella, Alvaro Déniz Pollo de Moya II, quien, como Francis Pérez en 1987, ha presentado perfil, potencia, juventud y energía como avales de un futuro más o menos mediato en el que, normalmente, la hegemonía del terrero tendrá nuevo líder absoluto, o, en el mejor de los casos, y a favor de la necesidad de la incertidumbre como compaña leal de las competiciones más equilibradas, volverá a ser compartida.