Una sociedad pone de manifiesto su vitalidad cuando es capaz de mostrar su vocación de avanzar, de lograr un desarrollo ordenado. No es posible la esperanza en el futuro cuando la inactividad se antepone al afán de superación y cuando el conformismo ocupa el lugar que corresponde a ese carácter emprendedor que nos lleva a la búsqueda de otros horizontes. Si, por contra, se hace presente la imaginación de nuevos fines y se impone a la vez la decisión para lograrlos, las comunidades humanas pueden hallar un motivo sólido para confiar en su porvenir.
No obstante ello, es preciso y hasta ineludible que cualquier actuación encaminada a esos objetivos se encuentre marcada por el equilibrio, de forma que los beneficios obtenidos se extiendan al conjunto de los sectores que integran esa sociedad. No puede ser válido concebir y acometer iniciativas que no sean dirigidas a favorecer a todos los ciudadanos, salvo únicamente en aquellos casos en los que la pretensión sea expresamente la de facilitar que quienes necesitan ayuda y carecen de medios puedan acceder a ellos.
Nuestra Isla es un ejemplo sumamente ilustrativo de sociedad empeñada en su futuro, en crecer y mejorar, en situarse en un grado de desarrollo acorde con los preceptos fijados por aquellos países que ocupan la vanguardia del progreso. Todos somos conscientes de la expansión que ha experimentado Tenerife, en todos los órdenes, a lo largo de las últimas décadas. Todos también sabemos que esto no hubiese sido posible sin el esfuerzo común, sin el compromiso adoptado individualmente de respaldar con la propia dedicación el interés de nuestra tierra.
Durante este año muchos han sido los proyectos emprendidos para continuar avanzando en ese camino que nos conduce hacia un mañana aun más prometedor. Seguramente, uno de ellos trasluce con mayor intensidad esa voluntad que estamos manifestando. El tranvía del área metropolitana, puesto en marcha durante este tiempo, reúne muchas de esas características porque representa un sistema moderno, ecológico, eficaz y directamente destinado a los ciudadanos, lo que le da su verdadera dimensión de transporte público.
La acogida dispensada por los tinerfeños a este medio ha superado las expectativas, lo que nos habla de una sociedad madura que es capaz de absorber las novedades con la debida normalidad y aceptación, sin estridencia alguna. Esa misma reacción es la que se espera apreciar cuando cristalicen al fin los proyectos de construcción de líneas de tren hacia el Sur y el Norte, que son unas iniciativas en las que también estos meses se ha conseguido un avance significativo. No resulta en modo alguno fácil, dada su complejidad, pero es un logro que, sin duda, los tinerfeños vamos a alcanzar.
Porque los ciudadanos son el fin último de estas y del resto de la acciones. Personas que legítimamente demandan unos servicios que les son necesarios, como ocurre con los mayores, con aquellos que han entregado lo mejor de sí mismos a los demás. En muchas ocasiones requieren una atención especializada que la sociedad les debe. Así, la Isla cuenta ya con más de dos millares de plazas específicas repartidas en diferentes centros situados en diversos municipios. A ellos se añaden otros muchos destinados a otros sectores que igualmente precisan la debida consideración.
Más de ochenta establecimientos especializados en discapacidad conviven con nueve oficinas abiertas para atender a mujeres agredidas, que disponen asimismo de otros tantos pisos tutelados y casas de acogida. De igual manera, ya en otro plano, también hemos logrado cifrar en veintiséis las casas de juventud y en cuarenta las ludotecas, además de superar el centenar de campos de fútbol con césped artificial. En el área deportiva, Tenerife cuenta con seis estadios de atletismo y trece piscinas cubiertas, todo ello impulsado en favor del conjunto de los ciudadanos.
Estas y otras infraestructuras, al margen de los medios y servicios que, en general, se encuentran a disposición de los habitantes de esta tierra es motivo suficiente para que arribar a nuestras costas se haya convertido en un objetivo ineludible para millares de personas procedentes de países con un desarrollo muy inferior. La inmigración ilegal ha adquirido este año un protagonismo que nadie le deseaba; más de treinta mil individuos, entre hombres, mujeres y niños, no han dudado en arriesgar su vida en la búsqueda de un futuro, no importa si es más o menos prometedor.
Este fenómeno ha marcado en muy buena medida la agenda de las instituciones isleñas, que han debido suplir con sus limitados recursos la ausencia de una política seria y eficiente por parte del Gobierno central. Dados esos antecedentes, hay que pensar que a partir de ahora la pauta seguirá por los mismos derroteros y que, por tanto, será inevitable trazar programas de actuación dedicados a atajar el problema en su origen y facilitar el desarrollo de esos países. También en este terreno han sido ya diseñadas diferentes propuestas desde la administración insular.
Otro suceso, en esta ocasión ciertamente grato, ha sido la declaración del Teide como un bien natural patrimonio de la Humanidad. La Unesco ha querido con ello reconocer las extraordinarias cualidades que posee este emblema del Archipiélago y también la labor de salvaguarda que se ejerce en el parque nacional. Esa tarea se extiende al conjunto de las áreas protegidas de la Isla, que en total alcanzan la mitad de su superficie. Lamentablemente, unas veces el destino y otras la maldad de desaprensivos comprometen esos esfuerzos.
En efecto, este año también quedará marcado como el del pavoroso incendio que afectó a una parte considerable de las cincuenta mil hectáreas de bosque que adornan las cumbres tinerfeñas. Un hecho tan negativo como ese sirvió, no obstante, para poner en evidencia el compromiso de casi todos con el medio natural y para sacar a la luz la dedicación de quienes conforman el operativo insular de extinción de incendios forestales. Su empeño y trabajo continuo durante las duras jornadas que fueron precisas para atajar el fuego resultan muy destacables.
El año trajo también consigo una convocatoria electoral, que es la cita que en democracia se concierta periódicamente para examinar la labor de quienes se encargan de administrar los bienes comunes. También aquí quedó patente la confianza de los ciudadanos en las propuestas de futuro, de avance, y en su capacidad para hacer realidad sus esperanzas.