En este año 2007 he cerrado un ciclo de casi treinta años plenamente dedicado al servicio de nuestra tierra, en el Ayuntamiento de Santa Cruz, en el Cabildo de Tenerife, en el Congreso de los Diputados y en el Gobierno de Canarias. En mi última etapa de ocho años en el Ejecutivo autonómico tuve la enorme responsabilidad de participar en lo que ha sido la entrada de Canarias en el nuevo siglo, después de más de dos décadas de intenso desarrollo y avance. Se han dejado atrás problemas acuciantes; entre otros los que hicieron de nuestras islas tierra de emigración, pobreza extendida, paro, analfabetismo y precariedad en muchos sentidos.
La nueva etapa de prosperidad vino a coincidir con el inicio del mayor periodo democrático de la historia española y del acceso a Canarias a un auténtico y verdadero autogobierno, mucho mayor que el que a lo largo de los siglos, y especialmente en la última centuria, había disfrutado a través de los Cabildos. Por mucho que ahora la política sea denostada, lo cierto es que el binomio democracia-autogobierno ha sido en Canarias un motor que nos ha situado muy cerca de los niveles de bienestar de los países más desarrollados. En estos años, los niveles de consumo se disparan; las mujeres, progresivamente, se incorporan al mercado laboral; la escolarización se generaliza hasta bien entrada la juventud y conocemos la generación mejor formada de nuestra historia.
Canarias entra en el siglo XXI recibiendo población en lugar de expulsándola, como había ocurrido durante cinco siglos, como consecuencia del crecimiento económico especialmente intenso de los últimos diez años. Del desgarro por la emigración de los que se marchaban hemos pasado a una constatada preocupación social por la integración de los que llegan. Son dos símbolos que reflejan bien dos épocas muy distintas de bienestar y de progreso.
Evidentemente, un proceso de crecimiento económico y dinamismo social tan importante, producido en tan escaso período de tiempo, desemboca en nuevos problemas y contradicciones. Pero hoy sabemos que tenemos los medios e instrumentos para superarlos. Las bases principales están puestas en todos los ámbitos. Pero para mantener la velocidad de crucero es necesario que el gran consenso alcanzado en Canarias sobre el futuro Estatuto de Autonomía (a un tiempo el marco de nuestra convivencia y la gran herramienta del siglo XXI), vuelva a retomar el año próximo su camino en las Cortes, sin merma de lo que todos los grandes partidos canarios han respaldado por unanimidad: la consideración de la tierra, el mar y el cielo de Canarias como un todo unitario, un Archipiélago Atlántico; el blindaje de nuestro tradicional modelo o régimen económico y fiscal, para que no se pueda retocar sin que el Parlamento de Canarias lo apruebe; y la plena garantía de que en Canarias no seremos menos que la media en inversión estatal por habitante. Este es un principio ya consagrado en nuestro REF, pero que precisa del reforzamiento que le da una norma del bloque constitucional como es el Estatuto. Cerrado ya el marco europeo el pasado verano, serán las reformas contempladas en el proyecto de Estatuto los instrumentos más importantes para seguir acercándonos al bienestar social centroeuropeo
Los gobiernos en los que he participado se han esforzado en dar pasos por ese camino y en preparar sus nuevos trazados. Deseo que estas palabras sean un testimonio de que he gobernando con todos y para todos. He gobernado para todos y para todas las islas. He tratado de conciliar ese difícil equilibrio de valores e intereses que está en la base de la acción política. Y he gobernando contando con todos los principales partidos de Canarias. Y con todas las instituciones. Me he esforzado en conciliar los cinco niveles institucionales que deciden en este Archipiélago Atlántico; porque el Gobierno de Canarias ocupa un lugar central entre todos ellos. Dos son de ámbito superior: la Unión Europea y el Gobierno español. Dos son de ámbito geográficamente más reducido: los siete Cabildos y los 88 ayuntamientos canarios.
Conciliar con eficiencia esa complejidad ha sido siempre uno de mis nortes políticos a lo largo de mi vida pública. Eso no es posible con medidas unilaterales y arbitrarias, sino con pactos y planes de todos. Gobernando con todos. Atrayendo a todos hacia el interés global y único de Canarias. He trabajado por el entendimiento institucional. Por la suma de las instituciones. Por obtener siempre las mejores sinergias con Bruselas, con Madrid y con cada una de las islas y municipios del Canarias. Esos acuerdos han dado frutos en unos casos y, en otros, germinarán en el futuro. La siembra ha sido extensa e intensa en estos años. No siempre se ve ahora; pero germinará como es debido. Porque las políticas desarrolladas se asientan en el sentido común y en las demandas ciudadanas [los esfuerzos en Sanidad y en rentas de inserción social han sido muy intensos], pero también auténticos anclajes y pilares del futuro. El conjunto de infraestructuras y modelos de gestión que implica la llamada Red Transcanaria nos dotará en los próximos años de un impulso imprescindible para seguir avanzando.
En todos los órdenes de la vida interna de Canarias -desde los servicios públicos a cualquier iniciativa privada-, las mejoras de la eficiencia y de competitividad serán lo que nos permita avanzar en el futuro. En el nuevo escenario que se avecina los recursos externos del pasado no van a ser tan determinantes; si bien la futura batalla por la financiación autonómica pondrá de nuevo a prueba la capacidad de unión de todos los canarios para conseguir lo que en justicia y derecho nos corresponde.
Puedo afirmar que he tenido la suerte de presidir un Gobierno honesto a carta cabal. Y puedo decirlo con orgullo, en momentos de tanta confusión y maledicencia. Fue un gobierno responsable; porque no le han sido ajenos ni los problemas del presente ni los del futuro. No hemos sacrificado en derroches momentáneos los recursos que hay que enterrar ahora para que florezcan en el porvenir. Fue un gobierno eficaz, centrado en la tarea, reivindicativo ante el Estado y ante Europa. Y fue un Gobierno que rehuyó siempre participar y alimentar el clima de crispación y enfrentamiento generado en los últimos años, aún a costa de sacrificar para ello su propia comodidad y estabilidad parlamentaria.
Perseguimos sin descanso la cohesión económica, la cohesión territorial, la cohesión social y la calidad de vida. Entregamos el testigo. Siempre se podrá especular sobre si algunas cosas se pudieron o no hacer mejor, pero tengo el convencimiento de que los grandes trazos fueron bien hechos y siguen siendo una buena referencia para el futuro.