2007 no fue un buen año para Coalición Canaria (CC) en el proceloso escenario de la política nacional. A raíz de su alianza con el Partido Popular (PP) para hacerse con el Gobierno autónomo tras las elecciones de mayo, los nacionalistas vieron cómo su estatus en el Congreso de los diputados se desmoronaba a pasos de gigante.
En un abrir y cerrar de ojos, CC abandonó la cómoda condición de socio preferente del Gobierno para convertirse en adversario político directo de Zapatero y -lo que más duele- desde la ingrata bancada de las minorías. Cuando a principios del mes de julio Román Rodríguez, presidente de Nueva Canarias -formación escindida de la coalición dos años antes- decidió pasarse al grupo mixto por un quítame allá ese pacto con Soria, arrastró consigo a los dos diputados de CC y dinamitó el grupo canario del Congreso, que se mantenía desde 1993 gracias a un recurrente ardid parlamentario de préstamo de escaños. Adiós a lo que los nacionalistas habían vendido durante catorce años como “la voz de Canarias en Madrid”. Ana Oramas, que acababa de tomar posesión de su escaño en sustitución de Paulino Rivero, y el veterano Luis Mardones, se vieron de pronto relegados al grupo minoritario de la Cámara, sin voz propia y con escaso protagonismo.
CC lo intentó todo, pero la aplicación del reglamento del Congreso fue inapelable: cuando un grupo se queda con menos de la mitad más uno de los diputados con los que fue constituido -el de CC se formó con el mínimo de cinco, tres propios y dos que le prestó el PSOE- queda disuelto con carácter inmediato y sus integrantes pasan al grupo mixto. Para la intrahistoria queda el intento del PP de salvar los muebles a su nuevo socio alegando en la Mesa del Congreso que a CC sólo le faltaba “medio diputado” en strictu senso para mantener la mitad de cinco y que, visto así, ante la imposibilidad de partir a una de sus señorías por la mitad, debería bastar con dos diputados para cumplir el requisito. El argumento fue tildado de surrealista y por ende, rechazado. No fue pequeño el enfado de CC. La catástrofe se plasmó además en un momento simbólico: el estreno en limbo del mixto coincidió con el debate sobre el estado de la Nación, el más importante del año y en el que se miden las fuerzas de cada partido.
Así, en esta ocasión, en lugar de los habituales cuarenta minutos de intervención, la nueva portavoz sólo dispuso de diez minutos para exponer sus demandas a Zapatero. Y Mardones dejó patente su malestar por la puñalada de Román Rodríguez pidiendo al presidente Marín que le cambiara de escaño para no tener que sentarse al lado de “un tránsfuga”. Pero la disolución del grupo propio no sólo significó para CC la pérdida de peso político y el consiguiente descenso de impacto mediático. Supuso también una importante merma de recursos económicos y operativos: deja de ingresar unos 158.000 euros anuales y se recorta drásticamente su tiempo en los turnos de intervención y el cupo de iniciativas, además de perder el derecho a un asistente y un chofer pagados por la Cámara. A partir de ese momento CC pasó a un más que discreto tercer plano político en Madrid. Ya no sólo era que su papel en Congreso se hubiera reducido a la mínima expresión, también el Gobierno del PSOE empezó a tratar a sus antiguos socios con una estudiada indiferencia que levantó muchas ampollas entre los nacionalistas.
Se confirmaba lo previsible: dejar a Juan Fernando López Aguilar fuera del Gobierno canario pese a haber ganado holgadamente las elecciones no iba a salirle gratis a CC en el ámbito nacional. Y la primera fue en la frente. El vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Economía y Hacienda, Pedro Solbes, se reunía con Román Rodríguez en los albores del otoño para negociar las partidas canarias de los Presupuestos del Estado de 2008 y dejaba con un palmo de narices a CC, a cuya portavoz ni siquiera convocó a una toma de contacto. Ya en octubre, el PSOE aceptó un paquete de enmiendas de Nueva Canarias a las cuentas estatales que aumentaba en 60 millones de euros la ficha financiera de las Islas a cambio del voto favorable al proyecto de ley del Gobierno. Y todos los laureles se los llevó Román Rodríguez, bastante más hábil que los propios diputados socialistas a la hora de vender los logros presupuestarios.
El ataque como defensa
Mientras tanto, CC optó por el ataque como mejor defensa. Dentro de su estrategia de distanciamiento del Gobierno socialista, los nacionalistas elevaron el tono contra Zapatero, denunciando como “abandono a Canarias” lo que hasta unos meses antes habían apoyado sin reparos. En esa línea, CC presentó por primera vez en la historia una enmienda a la totalidad sobre los Presupuestos, pese a que éstos aumentan más del 20% la inversión estatal en Canarias respecto al año anterior. La ruptura con el Ejecutivo central imposibilitó también el consenso necesario para sacar adelante la reforma del Estatuto de Autonomía, que finalmente se frustró en el Congreso tras varios intentos de negociación que se sabían estériles de antemano. En el último tramo de legislatura, CC hizo del agravio comparativo respecto a Cataluña, Euskadi y Andalucía el leit motiv de su precampaña electoral, con la vista puesta -como todos- en los comicios generales de marzo.
La aspiración de Coalición Canaria de volver a formar grupo propio en el Congreso para recuperar el protagonismo perdido no se presenta a priori nada fácil: tendría que sacar como mínimo tres diputados y lograr que la mayoría de la Cámara le permita volver a recurrir al préstamo de escaños, algo poco probable si vuelve a gobernar el PSOE. Salvo que la aritmética parlamentaria imponga lo contrario.