Profecías (esperando señales de las chuletas de cochino)

Y el verbo se hizo carne fiesta y habitó entre nosotros. Fue una profecía autocumplida que no asombró a nadie. Una evidencia inmediata, un dato fáctico, apenas una constatación meteorológica de la temperatura previsible cuando se abriesen las urnas: Paulino Rivero sería presidente del Gobierno de Canarias gracias a un pacto entre Coalición Canaria y Partido Popular.

Pero el pacto entre Coalición Canaria y el Partido Popular no estaba hecho antes de los comicios, simplemente porque no se negocia antes de contar con los votos en los bolsillos. La situación hubiera sido distinta si hubiera funcionado la operación (modesta y desesperada a la vez) de José Carlos Mauricio y el PP hubiera podido contar con los coalicioneros para mantener el control del Cabildo de Gran Canaria y el Ayuntamiento de Las Palmas. Pero el desplome del mauricismo fue total, y paradójicamente, aumentó el precio que los nacionalinsularistas deberían pagar para que el PP convirtiera a Paulino Rivero en presidente del Gobierno de Canarias.

Toda la carrera política de Paulino Rivero, como secretario general de la ATI que inmoló y como presidente de CC, ha estado signada por la exitosa voluntad de desplazar al PSC-PSOE de corporaciones e instituciones públicas. La historia de ATI es la de su extensión desde la pila bautismal de Santa Cruz de Tenerife al resto de la Isla marcando en la torturada piel del PSC sucesivas derrotas electorales. Este rasgo curricular de Paulino Rivero -un antisocialismo, digamos, competitivo- se refuerza con convicciones particulares y con sus propios avatares biográficos. Como político pragmático y profesor de Magisterio alérgico a complejidades doctrinales, Rivero desconfía de las ideologías, excepto de la propia, que no identifica como tal, sino como una verdad evidente.

Como self-made man de El Sauzal, de camarero y estudiante nocturno a jefe del Gobierno a base de trabajo, perseverancia, sacrificio y astucia, desprecia los redentorismos indiscriminados y enfáticos. Llegó al Congreso de los Diputados justo en la disolución dispéptica del felipismo, cuando Madrid parecía tomada por los fantasmas de marianorubios y luisroldanes y a uña de caballo entraban en la capital del Reino los jinetes rojigualdos del aznarismo. A Rivero el espectáculo le fascinó y decodificó a José María Aznar como un regeneracionista que tenía el atractivo añadido de no contar con una mayoría absoluta.

Apenas dos años después los asimétricos prebostes de Coalición Canaria -que a la altura de 1998 continuaba siendo poco más que una plataforma político-electoral- lo designaban presidente de CC. Paulino Rivero cuenta con una cualidad eminentemente política: la de construir, conquistar y colonizar espacios con intuición, paciencia y laboriosidad. Mientras Manuel Hermoso y Adán Martín gobernaban, se hizo con el liderazgo operativo de ATI y terminó amasándola en su propio zurrón. A finales de 1998, la Presidencia de CC no era absolutamente nada (circula la semileyenda de que Lorenzo Olarte la despreció), pero Rivero, con una paciencia infinita y una testarudez incansable, la llenó de contenido; es decir, de un poder basado en la confianza relativa, la información interna privilegiada y la influencia resultante de una comprensiva centralidad. Se transformó en un sujeto de consenso y equilibrio entre los caníbales coalicioneros, siempre a favor del proyecto, nunca por crasas ambiciones gubernamentales.

Aguilar ‘jubila’ a Martín

La imposición al PSC-PSOE de Juan Fernando López Aguilar como candidato presidencial por la dirección federal socialista fracturó la estrategia pactista de Juan Carlos Alemán e indirectamente afectó a la reelección de Adán Martín como candidato coalicionero. La aproximación entre CC y PSC -plagada de desconfianzas- quedaba rota y el pacto para 2007 se tornó un horizonte inimaginable. Entre las dudas hamletianas de Martín a la hora de postularse no era la menor el tener que gobernar nuevamente con el PP y soportar a José Manuel Soria como eventual vicepresidente.

Adán Martín todavía recordaba con espanto sus primeros dos años de gobierno. Las maniobras fueron rápidas, sigilosas (salvo por las irreprimibles flatulencias verbales de Mauricio) y poco cruentas. Los recelos, cabreos y decepciones de majoreros, palmeros y herreños se narcotizaron de nuevo con la garantía del reparto del poder y la promesa generalista de que cada uno en su isla podía establecer las alianzas que pluguiera dentro de un orden. En este contexto es difícil no considerar la designación de López Aguilar como un error estratégico del PSOE, que tiene sus razones de origen en querellas intestinas en la dirección federal de los socialistas pero que, además, evidencia un desconocimiento palmario de la realidad política, social y electoral del Archipiélago. Después de catorce años de praxis de CC en el poder autonómico, y con el régimen electoral vigente, ¿qué autorizaba a suponer a José Luis Rodríguez Zapatero y a Juan Fernando López Aguilar que CC investiría a un socialista presidente del Gobierno regional?

Cánovas del Castillo afirmó en una ocasión que él (nada menos que él) nunca había podido hacer el gobierno que deseaba. “Uno hace el gobierno que puede, no el que quiere, por los enemigos y por los amigos”. Y también en este sentido el retrato del sistema político canario tiene un color cada vez más sepiacanovista. Coalición invento los gobiernos autonómicos obsesionados por la identificación entre representación territorial y presencia y control departamental. En su día fue una novedad que nos pasmaba; hoy pasa por normal el curioso proceso de cohesionar un gobierno con una metodología taifesca. El papel de José Torres Stinga, virtual sucesor o sucesor virtual de Rivero en la Presidencia de CC, se ha limitado a canalizar las reclamaciones, calenturas, peticiones y diferencias de las organizaciones insulares y los reyezuelos locales.

José Manuel Soria, por su parte, ha actuado con la libertad de su flamígero liderazgo vertical y con una combinatoria de lealtades religiosas y cierta preocupación tecnocrática. Lo que ofrecerá este Gobierno -lo que ya está dejando ver y oír en las declaraciones de Paulino Rivero y José Miguel Ruano- es la subida de los decibelios en las denuncias y reivindicaciones a Madrid. Será un Gobierno más agresivo frente al Gobierno central. Más exigente. Más proclive a la queja, a la tensión e incluso a la bronca. Para intensificar su perfil político nacionalista como mejor instrumento de negociación y marca más rentable en el mercado electoral. Para no quedarse atrás en medio de la eclosión nacionalista que crece en Cataluña y en Galicia y en un País Vasco en el que el PNV tira definitivamente hacia el soberanismo más o menos inmediato.

En sus primeros seis meses esta actitud batalladora unificará al Ejecutivo. En criticar, denunciar y asaetear incesantemente al Gobierno socialista, Rivero y Soria, Coalición y el PP canario, no pueden estar más complacidamente de acuerdo. Pero las elecciones de marzo pondrán término al idilio en el cálido denuesto. Difícil coyuntura espera a Rivero. Si gana de nuevo Rodríguez Zapatero, ¿hasta qué punto puede continuar su escalada nacionalista contando con el PP? Si vence Mariano Rajoy, ¿cómo conciliar un pacto sin deshacer la impronta nacionalista, sin demandas y exigencias ceñudas, sin que parezca rendición incondicional y más de lo mismo hasta el infinito electoral? Rivero examina las chuletas de cochino negro para detectar señales que auguren débiles mayorías socialistas o conservadoras en las Cortes, y mientras tanto manda a los hermanos Ríos a guarapear con Ignacio González y otros nacionalistas de trapo o de trapío para una gran coalición en el próximo marzo.

¿Y los socialistas isleños? Me recuerdan a la canción del centinela de Edom, recogida en la profecía de Isaías: “Centinela, ¿cuánto ha de durar la noche todavía?”, a lo que el centinela respondía: “La mañana ha de venir, pero es de noche aún. Si queréis preguntar, volved otra vez”. Los socialistas, sofritos en la ilusión de una victoria electoral que oculta y hasta les oculta su debilidad organizativa, su impotencia política y su vaguedad programática, se empecinan, bajo el nuevo estilo de Juan Fernando López Aguilar, en seguir esperando la mañana y tronando por el frustrado Adviento. Sin advertir que la mañana llegó el 26 de mayo, como todos los días. Sin reparar o sin querer reparar en que se limitan a gravitar sobre sí mismos con la única compañía de 26 diputados.

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