Aquel domingo de mayo de 1983 la Canarias futbolística vivió una escena de perplejidad extrema. Una cadena de contratiempos durante la segunda vuelta acorralaba la historia en Primera División de la UD Las Palmas, expuesta a noventa minutos de vertiginosa actualidad. Aquel día, después de 19 años consecutivos en la elite, el equipo que entonces se creía de todos los isleños iba a vivir con agonía el inicio de un destierro.
Aquel primer domingo de mayo era un día luminoso, primaveral y el viejo Estadio Insular vestía sus mejores galas en un ambiente festivo. Pero la fiesta no la disfrutaba el anfitrión. A la misma hora que el Athletic de Bilbao se coronaba campeón de Liga y daba inicio a la era Clemente, Las Palmas asumía el durísimo castigo de un descenso del que hasta ahora no se ha recuperado. Y ya ha pasado un cuarto de siglo. Tras haber acariciado un título de Liga y una Copa del Rey, de codearse entre los gallos europeos de la Copa de Ferias y la Copa de la UEFA, el club señorial de entonces, el que todos aspiraban a lucir su elástica amarilla y calzón azul, dejó de ser quien había sido durante las décadas precedentes.
Del mazazo inicial, no por temido esperado, supo levantarse regresando varias veces al escenario de sus gestas deportivas, pero llevaba dentro un virus que le ha impedido crecer hasta las magnitudes de antaño. Aquel triste domingo, su afición no le hizo reproche alguno, como casi siempre. Centró su atención en premiar a los leones vascos y compartir por dentro el dolor de los suyos, un sentimiento que aún conservan los nostálgicos. La Unión Deportiva Las Palmas ha ido perdiendo paulatinamente su ruta original, los conceptos por el que en 1949 fue creado el club. Se trataba de la unión de voluntades antagónicas, de aplicar preceptos deportivos darwinianos para confeccionar la plantilla de futbolistas con aires de las islas que rescatara el orgullo de una afición unida de forma imperecedera desde entonces.
Pero, pasado los años de bonanza, no supo administrar su gloria o no supo aprender de los éxitos: extravió los patrones en los que combinaba los buenos productos de su tierra con una selectiva contratación de los refuerzos, la esencia química de aquel club grande. Esta Unión Deportiva actual es hoy una imagen desfigurada, a veces impregnadas con episodios de surrealismo, que trata de maquillarse pero no ha logrado ser la que era. Lo acontecido en 2007 es una especie de síntesis aplicada en un año de transición donde no ocurrió nada relevante en el club. No hubo mejora deportiva, ni proyección de la cantera, ni socialmente la entidad logró recuperar corazones heridos. Hacia dónde camina el histórico club grancanario en 2008 es hoy un capítulo abierto también lleno de incógnitas.
Los años de tristeza y de navegación sin instrumentos dejaron un peligroso sedimento en forma de crisis económica. En el devenir de las cosas, la UD Las Palmas sigue abanderando las expediciones futbolísticas que se adentraron en la jungla del proceso concursal. Transita en ella machete en mano, haciendo camino al andar. Está en esos últimos interminables metros y tiene, en apariencia, la meta al alcance para empezar una nueva vida desde deuda cero. Ha jugado con ventaja: una isla entera no estaba dispuesta a dejarla morir, como tampoco la dejará sola ante cualquier adversidad. En 2008 puede celebrar la gran victoria de sellar su pasado más oscuro.
La situación deportiva actual, sin embargo, es quizá una anécdota. De los desastres ha sido capaz de reponerse en varias ocasiones y recibir el aliento de todos. Eso quizá es lo que menos asusta, porque detrás hay miles de almas dispuestas a estar ahí para ponerla en pie tras una hipotética nueva caída. Lo que nadie puede hoy precisar es si el club grancanario alcanzará de nuevo algún día la Primera División o si las fórmulas actuales empleadas son las idóneas. Quizá su futuro real pasa por encontrarse a sí misma, recuperar los parámetros del éxito para volver a ser quien era antes de aquel fatídico 1 de mayo de 1983, una fecha en la que no debió nunca amanecer.