Un mar de Perogrullo (un resumen de la ‘era Adán’)

El siglo XXI (los primeros años que han transcurrido de la centuria) exige de las islas la asunción de decisiones determinantes que no admiten demora; en realidad, impone una actitud de alerta, un estado de vigilia permanente y de reacción inmediata ante nuevos desafíos. El horizonte de las cosas ya no es el mismo y se adivinan cambios que perturbarán a buen seguro esa cierta estabilidad económica y social de que gozábamos

Habría que remontarse a mediados de los años 70, con la ebullición del conflicto del Sáhara Occidental, para ver al archipiélago en un mar de dudas como en la actualidad, en que asoman de nuevo -tímidamente- los fantasmas familiares de etapas de depresión. Ahora, en la necesidad de repensar los grandes problemas insulares, como gustaba hacer a Adán Martín, y buscarles soluciones adecuadas, las islas tienen la ventaja de contar con Europa y de ser una aventajada región ultraperiférica.

El suceso por definición de la legislatura de Adán Martín (2003-2007), al margen de la ruptura con el PP, en mayo de 2005 (episodio de consumo más mediático y político que social), fue, sin duda, la inmigración clandestina, procedente, por aire, de América y Europa, como la marítima de origen africano. Ésta última, sin lugar a dudas, adquirió mayor notoriedad por tres circunstancias: la evolución cuantitativamente exponencial del tráfico de pateras y cayucos (más de 30.000 inmigrantes llegaron a las islas en 2006), lo llamativo del desembarco constante en las costas de todas las islas de personas al borde de la muerte, y los continuos naufragios que se cobraron numerosas vidas, dando lugar a una catástrofe humana silenciosa que aún no ha merecido que haya puesto el foco sobre ella Naciones Unidas.

Canarias, como Malta y Lampedusa, fue concebida, por esta causa, como la metáfora del gran fenómeno contemporáneo, las travesías de masas humanas del tercer mundo al primero. Pequeños territorios insulares pasaron a encarnar la condición idealizada de continente, pues los inmigrantes zarpaban de África con la intención de llegar a Europa, haciendo una mera escala en las islas, y acababan atrapados en su red. El Gobierno de Adán Martín elevaba sus quejas a Madrid y Bruselas, y la inmigración, que se había desplazado a Canarias tras el blindaje de las costas andaluzas y los acuerdos con Marruecos, empezó a liderar los sondeos del CIS y no tardó en convertirse en un problema de Estado. Más lenta de reflejos, Europa convino, finalmente, en aceptar la dimensión continental de la diáspora africana y creó la agencia de control de fronteras (Frontex). España se dotó, por primera vez, de una política para África, y firmó con los países emisores acuerdos de repatriación que mitigaron la oleada.

Uno de los debates incómodos de Canarias, en este comienzo de siglo, la población, unido al de la inmigración, no acaba de instalarse entre las prioridades de la agenda política, pero razones de carácter económico y social parecen aconsejarlo, cada vez más, dentro de la toma urgente de decisiones, antes sugerida, frente a los nuevos problemas sobrevenidos. Es un debate que, bajo el Gobierno de Adán Martín, quiso ser el epicentro de los temas más telúricos (la Sanidad, la Educación, el empleo, el territorio, el medio ambiente), pero quedaba siempre postergado, entre el prejuicio mayor de incurrir en la xenofobia y el espantajo subyacente del aislamiento en una sociedad abierta por tradición.

Ciertos indicios provocaron un repentino shock en la sensibilidad medioambiental de las islas, en tanto cobraba cuerpo el miedo mundial al cambio climático. Así, la inesperada irrupción de una tormenta tropical -Delta- precipitó la conciencia de que Canarias también corría peligro. Esta fue una etapa de movilizaciones y polémicas ecologistas, que pusieron de relieve un debate de fondo: las infraestructuras. Acaso, las discusiones, llevadas al extremo, se agotaban en un maniqueísmo contagioso, que demonizó aquéllas sin más alternativas. Mientras duró la fiebre, hubo un lapsus en que nadie acertaba a decir cuál debería ser, entonces, el futuro de Canarias como destino turístico y como puente (portuario y comercial) con África, y en qué medida se paralizaban o potenciaban las comunicaciones y transportes entre las islas en aras de un mercado único interinsular.

El Gobierno de Adán Martín optó, sorteando un debate frustrado, por tanto, entre partidos y agentes económicos y sociales, por diseñar una estrategia de conectividad de todo el archipiélago: el eje transinsular. Un modelo conceptual integrador de las islas como territorio continuo, que aspira a salvar las barreras geográficas naturales de esta comunidad con una moderna red de autopistas y transportes por tierra, mar y aire. El mismo espíritu impregnó la propuesta de reforma del Estatuto de Autonomía, que junto a nuevas competencias sumaba al territorio canario, por primera vez, su propio espacio marítimo, un mar de Perogrullo.

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