Vencedores y vencidos (de la promesa a la bronca)

Por una vez, los sondeos acertaron. La propuesta de romper con los pactos y las componendas del pasado, planteada por López Aguilar como eje de su campaña, consiguió el apoyo de una mayoría de los canarios y un resultado de 26 diputados muy cercano al mejor obtenido jamás por los socialistas, el de 1983, cuando un Jerónimo Saavedra aupado por la mayoría absoluta de Felipe González en las elecciones del cambio, logró encaramarse en la astronómica cifra de 27 escaños.

Pero el éxito del PSOE canario no fue total en 2007: la espina de la espectacular galopada socialista fue Tenerife, dónde sus apoyos se mantuvieron congelados en los resultados tradicionales, no logrando siquiera hacerse con los votos perdidos por Coalición Canaria, que fueron a parar al PP como un solo hombre. En Tenerife, el PSOE retrocedió prácticamente en todos los municipios, excepto en Santa Cruz. Aún así, la victoria del PSOE y su espectacular crecimiento en términos de voto supone el cambio más importante en el mapa político regional. El PSOE confirmó su recuperación como primer partido político de la región, muy probablemente gracias a una campaña claramente rupturista con la etapa de contemporización con Coalición Canaria, defendida con distintos matices por Juan Carlos Alemán, por Jerónimo Saavedra y por otros importantes mandamases de la ejecutiva regional del PSOE.

Para limpiar de la memoria colectiva aquél intento de acercamiento a Coalición Canaria, los socialistas insistieron en dos conceptos claves durante la campaña: conectar con el deseo de cambio de los electores, y presentar una propuesta basada no en la diferenciación ideológica, sino en la necesidad de que Canarias contase con “un buen Gobierno”. Pero… ¿qué es para los socialistas un buen Gobierno? Si es cierto lo que los socialistas han repetido hasta la saciedad desde que López Aguilar asumió la candidatura a la Presidencia hasta las últimas broncas parlamentarias, un buen Gobierno es aquel que rompa con los compromisos económicos, persiga la corrupción, se ocupe de los asuntos que realmente preocupan a los ciudadanos -educación, sanidad, empleo, vivienda- y defienda la transparencia en la gestión pública y la decencia en el uso de los recursos.

Pero para los socialistas, ese buen Gobierno sólo puede ser aquel en que los socialistas sean la piedra angular. Y para acceder a ese Gobierno, el PSOE tiene necesariamente que pactar con los nacionalistas, algo imposible el día después de las elecciones, y el día después del día después, y muy probablemente durante el resto de los próximos cuatro años. Porque el sistema electoral canario y la sociología del voto en las islas -ese curioso e infalible maridaje- impide de facto cualquier mayoría. Y sólo permite gobernar en minoría al que está en medio, al que puede bailar con la novia que se le antoje, a Coalición Canaria. Ése es el motivo por el cual Coalición no desaparecerá más que si se rompe: podrán ser no ya la segunda, sino incluso la tercera fuerza, y seguirán gobernando como y con quien quieran.

El objetivo del PSOE de un buen gobierno (un gobierno sin ataduras con el pasado), al romper la aproximación a Coalición, ha impedido de hecho el acceso del PSOE al poder regional. Se trata de una extraña contradicción que -a pesar de los cambios en el mapa electoral- define el poder regional y el estado de bronca permanente en el que se ha instalado la política canaria. Ahora, con la perspectiva de los meses pasados, la reflexión necesaria pasa por intentar colocar al partido vencedor y a los derrotados en el mapa político de la región. En ese sentido, parece claro que hay una distorsión entre ganar las elecciones y perder el gobierno, y perder las elecciones y ganarlo. Nadie puede negar que Canarias dijo con claridad y rotundidad que quería un cambio, y que va a ser gobernada por los que han perdido las elecciones. Pero así funciona la democracia. Aquí y en Cataluña.

CC: ni centrista, ni moderada

Más grave es la percepción de que, a partir de las elecciones regionales, la política canaria pierde su principal activo político, su principal hecho diferenciador en la crispación general que atraviesa el país. La referencia centrista y moderada de Coalición Canaria ha desaparecido al producirse una fusión clara de intereses y objetivos entre los dos partidos perdedores, decididos a parar el crecimiento del PSOE. Los resultados electorales inician el camino que lleva a Paulino Rivero de vuelta a la derecha y al insularismo. A la derecha porque ATI perdió en Tenerife a favor de la derecha y hay que recuperar esos votos, y hacia el insularismo porque Rivero preside un gobierno apoyado por los derrotados en Gran Canaria, que hace política contra los que han ganado en Gran Canaria.

Se trata de un Gobierno instalado en la crispación y en el enfrentamiento con Madrid y Las Palmas. Un Gobierno con un único propósito: resistir hasta las elecciones generales, a ver si hay suerte y se produce lo que ese Gobierno desea: que el PP recupere La Moncloa.

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