El nacionalismo menguante en Madrid

Cuando los dos únicos diputados de CC tomaron posesión de su escaño el 1 de abril tras las elecciones generales del 9-M, el nacionalismo canario entero andaba ya sumido desde hacía tiempo en un estado de confusión y preguntándose sobre las razones de su decadencia y la pérdida de apoyo entre los ciudadanos. Las esperanzas de condicionar la política del Gobierno central hacia el Archipiélago se han desvanecido con los años.

El pasado 1 de abril, los ideólogos y padrinos de la formación nacionalista constataban la gran diferencia con el momento vivido hace quince años, el de aquella primavera de 1993 en que, apenas unos meses después de su fundación, colocaron nada menos que cuatro diputados en el Congreso y lograron cinco escaños en el Senado. Este abril sombrío de 2008, con sólo dos asientos en cada cámara parlamentaria, el nacionalismo canario perdía toda oportunidad de influir en la política nacional y de condicionar desde Madrid la del Estado en Canarias.

Así, Ana Oramas y José Luis Perestelo, ambos logrando su escaño por la provincia de Santa Cruz de Tenerife, se disponían a iniciar su labor parlamentaria integrados en el multicolor y saturado grupo mixto sin saber exactamente la estrategia de acción política que debían desarrollar en una legislatura de renovada victoria socialista, y sin capacidad para entrar en los juegos aritméticos para garantizar una nueva investidura de Rodríguez Zapatero.

Tras un año de enfrentamiento visceral al Ejecutivo socialista desde el Gobierno regional y desde propia la acción parlamentaria, CC buscaba en ese momento una razón de ser política que diera sentido práctico a su presencia en Madrid, en un momento en que también los nacionalismos peninsulares habían experimentado un notable retroceso en las elecciones y en que entre el PSOE (169) y el PP (154) copaban el 90 por ciento de los escaños en el Congreso.

Era la primera vez desde su creación en que CC iniciaba una legislatura sin representación por la provincia oriental, sin posibilidad de conformar grupo parlamentario propio (lo hizo la última vez cuatro años atrás con sólo tres diputados, aunque la acabó con dos y ya en el mixto tras el abandono de Román Rodríguez), y con su línea estratégica muy condicionada por la situación política en las Islas. Todo esto la retrotraía prácticamente a los tiempos de las AIC durante las primeras legislaturas de la democracia, en la que su presencia en el Congreso era testimonial salvo cuando Luis Mardones fue clave para la investidura de Felipe González en 1989.

Desde aquel año, era ahora por tanto la primera vez que los diputados de CC no sólo resultaban irrelevantes para condicionar la mayoría parlamentaria de soporte al Gobierno central, sino sobre todo que partía en una posición de enemistad manifiesta con el partido ganador de las elecciones. Además, el PSOE comparecía después de mucho tiempo como fuerza ganadora en Canarias con siete diputados y con su líder, Juan Fernando López Aguilar, como parapeto contra una hipotética influencia nacionalista en la acción del Ejecutivo central.

Lejos quedaban por tanto para CC aquellos tiempos en que cuatro históricos como Lorenzo Olarte, José Carlos Mauricio, Adán Martín y Luis Mardones pusieron en práctica el proyecto de convertirse en lo que llamaron “la voz canaria en Madrid” con la intención de pactar con el poder central nuevas políticas para el Archipiélago. La apoteosis de ese programa tuvo lugar en los pactos con el PP de José María Aznar entre 1996 y 2000, pilotados por Mauricio, pero se prolongó, aunque con menos intensidad, hasta el 2004, e incluso tres años más con el primer Gobierno de Zapatero, entonces ya con Paulino Rivero como portavoz.

Todo cambió en 2007 tras el pacto CC-PP para gobernar en Canarias. Desde entonces, CC busca nuevo destino y perfil en las Cortes, con una estrategia algo esquizofrénica entre sus ansias de pactar y determinar políticas para las Islas, y sus afanes de trasladar hasta Madrid la dialéctica política canaria de confrontación con el Ejecutivo socialista, en esta ocasión muy condicionada por el influjo del PP en el seno del gobierno canario.

Un ejemplo de esas contradicciones se ha dado en la negociación de los Presupuestos Generales del Estado del 2009, en la que CC estuvo a punto de alcanzar un acuerdo con el PSOE, calculado en unos 150 millones adicionales para las Islas, pese a la campaña que, tanto desde el ámbito político y parlamentario del partido, como desde el institucional del Gobierno regional, se había lanzado contra lo que llamaron el castigo de Zapatero a Canarias como venganza por el pacto que quitó la presidencia a López Aguilar.

Ese castigo fue cifrado por los nacionalistas en unos 500 millones, una cifra muy alejada de cualquier análisis riguroso de lo que representa el compromiso presupuestario del Estado con el Archipiélago en virtud de la aplicación del REF. Con todo, CC podría apuntarse el tanto de haber espoleado a los propios socialistas canarios hasta el punto de obligarles a presentar enmiendas que mejoraron en casi 100 millones esas partidas isleñas para 2009.

En cualquier caso, la dinámica nacionalista en Madrid parece estar cambiando en los últimos compases del año, fundamentalmente por el empeño de su portavoz, Ana Oramas, en darle otro perfil a su papel y confirmar su despegue como referencia de futuro del nacionalismo para evitar que su presencia e influencia siga menguando en el escenario de la capital.

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