Suena el gong. Como púgil veterano, sabe que debe afrontar cada asalto como si fuese el último. Pero se siente abatido. Los tratamientos transitorios y las promesas recibidas de ‘managers’ encorbatados que, de manera puntual, se han acercado cada cuatro años a su gimnasio dibujando propuestas deseadas empiezan a no ser suficientes. Necesita creer, incorporar sangre joven y encontrar su sitio en unos tiempos que parecen haberlo dejado atrás.
La instantánea narrativa en la que se describe el declive de un boxeador en los últimos años de su carrera puede servir de imagen para ilustrarnos el estado actual de salud del sector primario de las islas. Recelo, escepticismo y un fuerte deseo de aferrarse a la actividad por parte de aquellos que un día fueron el motor económico y materia prima mayoritaria del tejido social. Sin embargo, el reciente incremento del precio de las materias primas y el debate mundial sobre el fomento del autoabastecimiento, efecto colateral de una crisis que casi nadie preveía y para la cual ahora aparecen cientos de explicaciones, han puesto de nuevo el foco sobre la cuestión esencial de la alimentación y la agricultura. Parece ser la enésima oportunidad de retornar al ring, aunque esta vez en un escenario totalmente diferente.
A este año 2008 se llega con un sector agropecuario cuyo peso sobre el total del PIB escasamente supera el 1%, y en el que sólo dos de cada 100 canarios desempeñan su actividad como profesional agrario. El carácter insular y la lejanía del territorio continental, factores que definen el Archipiélago, podrían hacer pensar en un alto porcentaje de autoabastecimiento alimentario, especialmente de producciones con condiciones óptimas para su cultivo en las islas, con el factor estratégico como causa. De hecho, la enorme distancia de las áreas de aprovisionamiento en el exterior y la discontinuidad territorial de Canarias, que obliga al uso del transporte aéreo o marítimo en la importación de mercancías, hace pensar que lo más racional habría sido apuntalar el sector primario para garantizar la alimentación. El encarecimiento reciente de las importaciones, motivado, en parte, por los precios altos y la enorme volatilidad en el mercado de carburantes, y la inestabilidad que sobre la cesta de la compra y el consumo familiar producen estas situaciones vienen a confirmar este razonamiento.
Según señala el informe del Consejo Económico y Social de Canarias (CES) de 2008, las importaciones de carne y leche supusieron, respectivamente, el 81,79% y el 92,37% del total consumido en las islas de estos productos en el periodo 2004-2006, lo que da muestras de la dependencia exterior en lácteos y cárnicos. Las producciones vegetales, con porcentajes algo superiores debido al carácter perecedero de muchos de los bienes que engloba y al marco institucional algo más benévolo que disfrutan –en frutas, el 65,15% es importado, y el 39,14%, en hortalizas– permanecen, no obstante, en valores lejanos a los deseables en un territorio archipielágico. El caso de los cereales, en el que el 99,44% de lo consumido en la región procede del exterior, es igualmente reseñable. Además, si nos atenemos a la evolución del grado de dependencia alimentaria en los últimos 15 años, ésta no ha hecho más que crecer, con reducciones en el grado de autoabastecimiento local en bienes de primera necesidad como la leche, la carne y las hortalizas, del 27%, 14% y 14%, respectivamente. Hechos como la huelga de transportistas del verano de 2008, cuyo bloqueo de puertos peninsulares durante menos de una semana generó alarma en las islas sobre el acopio de alimentos, deben ser tomados como avisos a navegantes sobre una situación que tiene que ser corregida.
En este entorno, al Gobierno de Canarias –secundado y apoyado por el conjunto de administraciones, instituciones y agentes sociales responsables de garantizar la alimentación– le toca mover ficha. El actual modelo de abastecimiento, fuertemente dependiente del exterior, se ha demostrado caduco e inadecuado para el archipiélago, y debe ser revisado.
Matices sectoriales y territoriales
La heterogeneidad del sector primario canario, si bien permite hacer análisis globales como el recogido anteriormente, nos obliga a abordar, aunque sea de manera breve, el estado actual de los distintos subsectores. Entre los cultivos orientados a la exportación, (los principales son el plátano, el tomate y las flores y plantas) se viven realidades que reflejan diferencias sustanciales. El sector platanero es considerado por muchos agricultores de otros sectores como “el tío que llegó de América”, y el espejo en el que hay que mirarse en cuanto a marco de apoyo y presencia mediática y política. Objetivamente hay que reseñar que, aunque son mayoría los plataneros que poseen explotaciones de pequeño tamaño, con ingresos que vienen a completar la renta familiar, su coexistencia con un reducido número de agricultores con grandes volúmenes de ingresos y subvenciones obtenidas –el 20% recibe el 80% de las ayudas– contribuye a dar esa fama al sector. En cuanto al estado actual de esta actividad, se debe señalar que es de los cultivos que mejor está aguantando el tirón descendente de la agricultura, manteniendo una cierta estabilidad en cuanto a número de productores y hectáreas cultivadas. El desmantelamiento del sistema de protección exterior del plátano en la UE, que facilita la entrada de fruta latinoamericana, es, por el contrario, su talón de Aquiles.
El caso del sector tomatero representa la cruz de la moneda del sector agrario exportador. En diez años, este cultivo se ha dejado en el camino más del 60% de su producción, hastiado de dar palos de ciego frente a las importaciones de países del norte de África –obtenidas con salarios diez veces menores a los canarios– y de los efectos derivados de la entrada de plagas, cuya figura estelar, el virus de la cuchara, ha obligado a desnaturalizar el tomate canario a través de cambios varietales y semillas tolerantes. El Plan Estratégico propuesto por el Ejecutivo regional en julio de 2008 se plantea como el último intento de reinventar este sector. Su aplicación, conjuntamente con la reconversión a otros cultivos de parte de las explotaciones tomateras y el desarrollo de actividades que generen ingresos complementarios a los productores -destacando entre ellas la energía solar y eólica-, representa las apuestas de futuro para este colectivo.
La evolución reciente del cultivo de flores y plantas muestra la adaptación a un ámbito normativo y comercial cambiante. Las dificultades para competir con producciones más baratas de otros países en los mercados europeos han obligando a este subsector a atrincherarse en el mercado local. La actual crisis económica, en la que los consumidores reducen el gasto en bienes de lujo o que no son de primera necesidad, está igualmente afectando a la demanda de flores y plantas, generando incertidumbre sobre hacia dónde se dirige este sector.
Ganadería, frutas, hortalizas, vino… constituyen el grueso de lo que podríamos catalogar como cultivos destinados a ser consumidos en las islas. A pesar de su diversidad, se puede afirmar que están unidos por un mismo destino. La evidencia de que el actual grado de autoabastecimiento es insuficiente y que es necesario apostar por una mayor soberanía agroalimentaria debe llevar a un cambio en las actitudes y las políticas, y debe tener su reflejo en instrumentos de apoyo público –entre los que destacan el Posei, el REA, el AIEM y la RIC– que, con su diseño y uso, determinan el modelo socioeconómico de región que se tiene. Estos argumentos, cientos de veces utilizados y relativos al papel social, económico, medioambiental y paisajístico, junto al estratégico, deben ser suficientes para reorientar nuestras prioridades como territorio: para apostar por el sector primario.
Se escucha el gong. Sus asistentes lo ayudan a incorporarse, le colocan el protector bucal y lo animan, con palmadas en la espalda, a que se dirija al centro del ring a seguir dirimiendo su futuro más inmediato. Y a que aguante, al menos, hasta que de nuevo suene la campana.