Matrimonio de conveniencia

La política es un juego de estrategia donde los impacientes difícilmente encuentran acomodo, una máxima que permite explicar el retraso en las repercusiones de lo acaecido el 27 de mayo de 2007, fecha en la que los socialistas canarios lograron una contundente victoria en las elecciones autonómicas al tiempo que nacionalistas y populares sufrieron un severo varapalo. Los hechos que se han sucedido en los tres partidos mayoritarios del Archipiélago quedarían fuera de toda lógica si los respectivos congresos regionales, celebrados tras el pasado verano, no hubiesen servido como inevitable escenario de la refriega entre conformistas y díscolos, un enfrentamiento que se ha saldado con importantes cambios orgánicos en el PSOE y Coalición Canaria y con un horizonte de profundo desasosiego en el PP.

Los socialistas, tan tendentes a la autodestrucción, fueron los primeros en sorprender a la opinión pública con una actitud que mostraba a las claras no sólo la profunda contrariedad que provoca ganar una carrera y quedarse fuera del pódium, sino al mismo tiempo una resignación rayana en el victimismo que echaba por tierra sus propios logros y retrotraía al partido al incómodo papel de eterno segundón. El arrollador triunfo, aunque inútil si a las matemáticas parlamentarias nos atenemos, lejos de servir para reafirmar los argumentos del nuevo líder, Juan Fernando López Aguilar, desembocó en un agrio debate entre los partidarios de reducir el volumen del tono opositor para acercarse a los nacionalistas, al considerar tal opción como la única manera de implicarse en la gestión autonómica, y quienes participan ciegamente de la cruzada del ex ministro contra todo aquellos que suene a CC.

El mismísimo José Luis Rodríguez Zapatero bendijo un congreso que supuso el magnicidio político del omnipresente Jerónimo Saavedra a manos de una amplia mayoría que, tal vez confiada a una inminente reforma del sistema electoral, depositó el futuro de la formación en la perseverancia del cabeza de lista al Parlamento Europeo. La defenestración de Saavedra y la consolidación de López Aguilar han sumido a los socialistas en una inhóspita soledad capaz de reforzar los lazos entre nacionalistas y populares. Si el pacto postelectoral que los llevó a compartir el Gobierno canario permitió mitigar el disgusto de sus parroquianos tras la derrota, la confirmación en su puesto del líder socialista los obliga no sólo a entenderse, sino incluso a quererse y desearse lo mejor, aunque sea con la boca pequeña y evitando que se note demasiado.

Pero CC, o más correctamente, sus principales dirigentes, con Paulino Rivero a la cabeza, tampoco se han librado de las repercusiones del resultado de las urnas. Lo más que han conseguido ha sido aplazar las críticas por los modos de dirigir la organización en los últimos años, máxime tras la escisión en Gran Canaria y la conversión de facto en un partido cuasi provincial, génesis de la sensible pérdida de diputados autonómicos y nacionales y de que se haya desandado el largo camino recorrido tras la moción de censura a Saavedra en 1993.

La indudable equidad de la fórmula de elección presidencial de los nacionalistas, en la que prima la representación territorial sobre la implantación electoral, fue aprovechada por los desafectos a Rivero para alzar a los altares a la majorera Claudina Morales, un toque de atención a los barones tinerfeños, que han comprobado de qué descarada manera se les han subido a las barbas los dirigentes de las islas no capitalinas, pero también a la opinión pública, sobre todo a la de la provincia oriental, donde ha calado la idea de que CC es un mero apéndice de ATI.

El cambio en la dirección ha venido acompañado de una mayor imbricación ideológica del partido en la clarificación de su ambiguo mensaje. La defensa abierta de una terminología de tintes soberanistas evidencia el protagonismo que empiezan a asumir las nuevas generaciones. No obstante, dicho ímpetu corre el riesgo de transformarse en un mero recurso dialéctico para establecer diáfanas diferencias entre lo que CC considera genuinamente canario y lo que entiende contaminado por un estado centralista y promediterráneo. Tales mensajes se hallan condenados a atenuarse en el día a día no tanto por la necesaria relación con los dos grandes partidos estatales como, sobre todo, por el abismo existente entre dichos planteamientos y los gustos de un electorado más dado a prestar su apoyo al alcalde populista, carente de discurso ideológico, que al defensor de unas ínsulas supuestamente agredidas.

Buena parte de los planteamientos que surgieron del congreso de CC se han convertido en un serio quebradero de cabeza para el PP canario, que pagó en las urnas los casos de presunta corrupción protagonizados por algunas de sus más destacadas figuras. Ni siquiera su líder regional, José Manuel Soria, se ha librado del dedo acusador. Esa supuesta falta de control de los dirigentes populares sobre lo que se cocía a sus espaldas provocó la traumática pérdida de las dos instituciones más importantes en las que gobernaban, el Cabildo de Gran Canaria y el Ayuntamiento de Las Palmas, y aunque la correlación de fuerzas parlamentarias provocó la entrada en el Gobierno, los críticos con el todopoderoso Soria se multiplican. Los intentos de presentar una alternativa viable en el congreso regional fueron hábilmente desactivados, pero no ha ocurrido lo mismo en las convocatorias insulares.

Soria, que no se cansa de impartir impagables clases de supervivencia política, se ha refugiado bajo la sombra de CC a la espera de que lleguen tiempos mejores. Y quizás la mejor noticia que ha recibido en mucho tiempo sea la victoria de López Aguilar en el congreso del PSOE, lo que convierte al PP en el imprescindible aliado de los nacionalistas.

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