Tragedias hubo muchas a lo largo del año. Hasta el final, cuando casi a las puertas de la Navidad, un joven de tan solo 19 años era asesinado a patadas por un grupo de energúmenos en una céntrica calle de Las Palmas de Gran Canaria. De nuevo indignación, de nuevo impotencia. Pero sobre todo vergüenza. Vergüenza por una Comunidad en la que la educación y la formación han dejado de ser un valor a proteger y fomentar para convertirse en algo que se desprecia. Casi un estorbo. No interesa una juventud formada y crítica, con criterio propio y capaz de sacar sus propias conclusiones sobre la gestión de sus representantes y sobre cómo debe planificarse el futuro de nuestra Comunidad. No interesa una sociedad vertebrada y organizada. Todo lo contrario, aterra. ¿Qué nos está pasando? ¿Por qué asusta tanto el debate? ¿Por qué no se admite el disenso? ¿Por qué se gasta tanto en dinero público en alimentar la adulación? Seguro que hay múltiples y complejas respuestas para explicar un diagnóstico evidente: la escasa calidad democrática que disfrutamos en Canarias treinta años después de aprobarse la Constitución Española.
Y todo esto en medio de una crisis económica mundial, con epicentro en el mercado financiero de EEUU, que ha servido para destapar la ineficacia de la gestión de nuestros gestores públicos. Nuestros representantes políticos han sido incapaces de aparcar sus diferencias y buscar soluciones de consenso para poner freno a la creciente destrucción de empleo y el empobrecimiento de cada vez mayor número de familias canarias. En su lugar han apostado nuevamente por el ruido, por la pelea tabernaria entre administraciones y, como no, por despejar el balón lo más lejos posible para evitar entrar en juego. Los años de bonanza, en los que el mayor problema parecía ser cómo gastar los miles de millones de euros que nuestra clase empresarial acumulaba en la Reserva de Inversiones de Canarias –y que curiosamente ahora parecen haberse evaporado– y cómo gestionar con la eficacia y rigor que exigían las autoridades comunitarias los fondos que llegaban de la Unión Europea, taparon muchos errores de gestión que ahora salen a la superficie en forma de tremendos pufos que hipotecan los presupuestos públicos en el peor momento posible. Las sentencias que condenan a las administraciones a pagar a terceros indemnizaciones millonarias se suceden sin que nadie pida disculpas por sus errores y, por supuesto, sin que nadie tenga el decoro de presentar su dimisión. Por desgracia, en Canarias solo dimiten los buenos, los que no están dispuestos a meter la cabeza debajo del ala y renunciar a su principios.
De verdad que lo intento. Intento buscar algo a la que agarrarme, algo que haya merecido la pena. Y lo encuentro. Pero en la burbuja social que se ha construido al margen de las administraciones y que cada día lucha por intentar mejorar nuestra comunidad. Lo encuentro en todos esos jóvenes investigadores que trabajan en nuestras universidades o que están becados en el extranjeros, en nuestros deportistas, en los profesionales que cada día salen temprano de sus casas para dar lo mejor de si mismos. Son todo un batallón. El batallón que construye Canarias día a día con su esfuerzo y su tesón. El batallón de ciudadanos que está harto del ruido improductivo que producen aquellos que solo están preocupados por preservar sus cuotas de poder o sus prebendas y que hace tiempo que olvidaron a quien se deben y para quien trabajan. En EEUU ese batallón encontró a un afroamericano carismático capaz de ilusionarlos y de hacerles creer que juntos podían cambiar las cosas. Un líder, Barack Obama, capaz de convertir la frustración en ilusión por el cambio. Un líder que es el nuevo presidente de EEUU y que, sin duda, nos ha dado una de las mejores noticias del año. A su histórica victoria me aferro para seguir confiando en que el cambio es posible y que una vez que se toca fondo ya no se puede seguir cayendo. Por eso espero que el 2009 nos traiga buenas nuevas y que tengamos algo que merezca la pena ser recordado sin necesidad de mirar tan lejos.