Un año de ayudas, mejoras y éxitos

¿Es posible sobrevivir a la crisis? ¿Somos responsables de lo que publicamos? ¿Contribuimos en algo a que la situación mejore o sólo nos hacemos eco de la actualidad? ¿Dónde empieza y acaba nuestro compromiso social? ¿Hasta dónde llega la empresa y dónde comienza la responsabilidad del profesional de la información? ¿Se preocupan los medios estatales de la realidad económica y de la situación financiera de cada lugar teniendo en cuenta las especificidades de cada comunidad? ¿Hay que aplicar las mismas medidas anticrisis por ejemplo en Cantabria y Canarias?

Supongo que, con los tiempos que corren, completar 750 palabras con preguntas de este tipo es más fácil que buscar una respuesta coherente a cada una de ellas. El trabajo de un periodista canario en Madrid, es decir, el trabajo de un periodista, consiste básicamente en contar las cosas que ocurren lo mejor y lo antes posible. Pero además, tenemos otras obligaciones. En estos días, leemos, vemos o escuchamos multitud de expresiones que no invitan al optimismo y, de la misma manera que citamos con ironía la famosa definición de los economistas como “aquellos que predicen el futuro cuando las cosas ya han ocurrido”, a nuestra querida profesión también le hace falta un poco de autocrítica y alguna exigencia, aunque sea entre colegas.

Cuándo nos enfrentamos a una información que afecta a las economías domésticas como la bajada o subida de los tipos de interés, los beneficios de un plan de pensiones, las posibilidades de un fondo de inversión o las bondades que tiene invertir en ladrillo y endeudarnos hasta las cejas, nos resulta fácil consultar a los interesados en que se hable de estos asuntos e incluso recomendar a nuestros lectores, oyentes o espectadores dónde estaría mejor empleado nuestro dinero… ¿y ahora qué?

No se trata de buscar responsabilidades entre nuestra profesión, pero sí de buscar una reflexión. Muchos destinatarios de nuestro trabajo tienen como única referencia a los medios de comunicación y al empleado del banco que les concede o deniega el préstamo y eso nos debe colocar en una posición mucho más prudente cuando los tiempos son buenos y en una posición más objetiva cuando las cosas empeoran. A estas alturas de la partida y de la crisis, nadie sabe hacia dónde derivará la situación económica mundial.

Primero se llamó desaceleración, luego crisis, es posible que algunos hablen ya de forma generalizada de recesión y los más pesimistas y/o realistas –dependiendo del caso, la mala uva o el medio en el que trabajen– ya han empezado a hablar de la gran depresión, nada que ver con la crisis de 1929. Es cierto que la gran diferencia del actual momento con respecto al siglo pasado es que no se tomaron las medidas oportunas para combatir la caída y se esperó al derrumbe, aunque también es cierto que ahora hablamos de una crisis financiera, de una crisis mundial y de un mundo globalizado, para lo bueno y para lo malo, algo impensable en el 29.

Si leemos los artículos del premio Nobel de Economía Paul Krugman y echamos un vistazo a los números de nuestras cuentas corrientes o lo que debemos de hipoteca y, además, miramos de reojo las cifras del desempleo en nuestra comunidad o en el conjunto del Estado y los comparamos con otros de países sean o no del entorno… pues es mejor que disfrutemos del momento y confiemos en la felicidad del ignorante. Nunca antes nos encontramos ante una situación tan caótica para políticos y analistas. Hace tan sólo unos años no creíamos en un pinchazo de la burbuja inmobiliaria. Hoy vemos locales vacíos dónde antes nos ofrecían hasta el cien por cien del valor de las viviendas.

Hace el mismo tiempo, algún banco nos daba hasta el 110 por ciento del valor de nuestra futura casa y hoy, la gran mayoría, no están dispuestos a prestar ni un euro a los particulares, ni a pequeñas empresas, ya sean para el consumo, ya sean para la compra de un inmueble. Hace unos años, la tasación, el registro, la plusvalía o la notaría eran términos tan amigables y cercanos que lo extraño era no tener relación con ninguno de ellos, pero las cosas cambian.

Los que disparan desde las páginas salmón con pólvora ajena tiran de hemeroteca y nos acercan situaciones como la que vivió Argentina. Nos hablan del corralito, pero no tiran de hemeroteca para recordarnos lo que ellos mismos escribieron hace meses unos artículos en los que se nos invitaba a invertir en tal o cuál fondo o a comprar acciones de uno u otra empresa porque ofrecerían alta rentabilidad. Es la hora de pedir un poco de mesura, de actuar de manera responsable. Es hora de informar, de escuchar opiniones contrastadas.

Antes y ahora, huyamos del adoctrinamiento y refugiémonos en el sentido común.

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