Adiós, Sagaseta

Salvador Sagaseta Illurdoz (1949-2010) fue un periodista con vocación precoz que ya colaboraba con Diario de Las Palmas con apenas 17 años. Sometido a dos consejos de guerra por publicar un poema de Pedro Lezcano, fue condenado a dos años de cárcel. Cuando salió, se negó a cumplir el servicio militar, huyó a Italia, vivió durante años en Suecia y regresó a Canarias en 1978. Desde 1980 y casi hasta su fallecimiento trabajó en La Provincia.

El periodista y escritor canario Salvador Sagaseta Illurdoz falleció el 18 de noviembre de 2010 a los 61 años en el Hospital de Gran Canaria Doctor Negrín tras sufrir un proceso oncológico contra el que se rebeló con indisciplina. De Salvador Sagaseta, a quien admiré y quise, podría contar muchas cosas pero a veces el silencio es el mejor homenaje al amigo con quien compartí tantas horas de charla, barras y discusiones. La última actividad profesional de Salvador la desarrolló en su página Archipiélago Veneno que publicaba en La Provincia, la cual tuvo que suspender meses antes cuando su mala salud comenzó a pasarle factura. Cuando empeoró de manera alarmante y desde que pudo huyó del mundo vital, rechazando ayuda, compañía y consuelo hasta que sus hijos viajaron desde Suecia para estar a su lado. Incluso contra esta visita se rebeló quien ha sido una de las plumas más brillantes y comprometidas. En su honor destacaré que vivió como quiso y murió sin molestar a nadie.

Salvador Sagaseta fue una de las firmas más leídas y respetadas del periodismo en Canarias y por las redacciones aún se recuerdan los altercados que hemos vivido sus compañeros por eso que todos llamábamos “las cosas de Salvador…”. Menudas peloteras montaba. Provocador nato, polemista encantado de serlo, vivió contra corriente y la vida le jugó dos malas pasadas en el terreno de la ternura, algo que reconocía con una sonrisa pícara: adorar a un perro que le acompañó hasta sus últimos días y sentir pasión por su nieta sueca cuya foto guardaba en la cartera, como los amores inolvidables. A él, que iba de duro, de personaje incapaz de sentir afecto, la nieta y la perrita le humanizaron. Salvador vivió como quiso y le permitió la vida. No le fue mal. Una charla con el familiar tintineo de dos vasos de tubo era una bomba de relojería que nunca sabías cuando iba a explotar. Hombre de izquierdas, militó en el Partido Comunista y mantuvo su opción política hasta las últimas consecuencias. Cuando hace unos años alguien le recriminó que había caído en las redes del capitalismo porque tenía una nómina, error de errores y sé de lo que hablo, su contestación fue aplastante: “Soy comunista en el año 2010. Búscame un comunista de mi quinta que viva como yo; en un piso de alquiler y con televisor en blanco y negro”.

Periodista precoz, vocación que compaginó en sus años adolescentes con su militancia en las Juventudes Comunistas del PCE, siendo aún estudiante en el Instituto Pérez Galdós comenzó a realizar una página en Diario de Las Palmas titulada Luz verde a la juventud, en donde tras unos comentarios aparentemente inocentes se escondía toda una filosofía de lucha contra la dictadura y a favor de las libertades democráticas. Una de esas páginas le marcaría toda la vida. El 29 de junio de 1966 reprodujo en esta sección un poema de Pedro Lezcano, Consejo de Paz, que comenzaba: “Muchachos que soñáis con las proezas / y las glorias marciales. / Bajaos del corcel, tirad la espada; / los héroes ya no existen o están en cualquier parte”. El libro de Lezcano había sido publicado años antes y superado la censura. Pero un artículo en la prensa local firmado por Gil Palenzuela, un antiguo alférez provisional, encendió la alarma al afirmar que se trataba de “un insulto a la institución armada”.

Ese 2 de diciembre se celebró consejo de guerra contra Sagaseta, acusado de injurias a las Fuerzas Armadas. Quedó absuelto, pero el entonces capitán general de Canarias, Héctor Vázquez, recurrió al Consejo Superior de Justicia Militar, que anuló las actuaciones por no estar imputado el autor, Pedro Lezcano. El 15 de junio de 1967 se celebró el segundo consejo de guerra y Sagaseta fue condenado a dos años de cárcel y Lezcano a seis meses y un día. Sagaseta ingresó con 18 años en la prisión provincial de Las Palmas y después estuvo en las de Jaén, Sevilla, Córdoba y Granada. Su odisea siguió en octubre de 1969, cuando fue reclutado para el servicio militar en el Batallón Disciplinario en el Sáhara español. Se negó y embarcó como polizón hacia Italia, donde vivió como refugiado; y desde 1974, en Suecia. Volvió a Canarias en 1978. Desde 1980 hasta 2009 trabajó en La Provincia.

Con el poeta Pedro Lezcano mantuvo una larga y agria guerra de la que fuimos testigos sus amigos y compañeros. Una de sus últimas noches nos vimos como tantas veces a lo largo de los años en el pub Barlovento. Me dijo que quería escribir algo sobre Juan García, el Corredera. Nos citamos, llevé el portátil y finalmente no escribió. No tenía ganas; lo aplazamos y lo dejé en su casa. Nunca más. Su sección más popular fue el Huevo de oro, un galardón virtual envenenado y temido. Diariamente, Salvador publicaba en su página de La Provincia un huevo que dedicaba, en positivo o negativo, a personajes de la vida social de las islas. En apenas seis líneas hacia un perfil cruel o generoso del personaje de actualidad. Sálvese quién pueda.

Adiós pues a Salvador Sagaseta, amigo querido, compañero de muchos años en el periodismo activo al que nunca entendió la informática; consideraba que los ordenadores eran fríos y no los entendía. Y no es verdad, Salvador. Yo siento la misma pena y la misma emoción al decirte adiós desde un ordenador. La pérdida de un amigo entrañable es dolorosa y si esa amistad tiene mucho de admiración, como es mi caso, el vacío duele, maestro.

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