El encargo fue escueto: “Alrededor de 1.200 palabras. Habla de sociedad, vida social y algo de periodismo”. Para que me quedara aún más claro, añadió: “A la persona que se lo encargamos no lo puede hacer porque se va de viaje y hemos pensado en ti”. Bien. Fijadas las bases del compromiso, asumimos que si la (porque era “la”) responsable primigenia del encargo estaba fuera de la Isla, ahora ya no podía rehusar el endoso y quedar mal con mi interlocutora.
Vamos allá. ¿Sociedad y periodismo? Sí, creo que por ahí van los tiros: el periodista como objeto de culto social a imagen y semejanza de curiosos profesionales que han colonizado los medios… Hubo un tiempo en que el periodista, el honrado, hacendoso y discreto reportero, no era el centro de atención de nada. Hubo un tiempo en que los actos empezaban cuando llegaba la autoridad, el famoso, el artista o el homenajeado. Y desde un rato antes el probo plumilla ya estaba allí, dispuesto a levantar acta de aquel acontecer para llevarlo al día siguiente a su periódico o, como el caso que voy a recordar, a su modesta revista.
Crónicas de un pueblo. Hace años, cuando aún quedaba un buen trecho para liquidar el siglo pasado, había un editor-director que luchaba denodadamente para sacar a la calle la modesta revista Canarias Gráfica (editada en agosto de 1962). Domingo García González, o Domingo de Laguna, seudónimo con el que firmaba, fue un maestro de lo que antes se llamaba crónica social y que con los tiempos -y la actual degradación multimedia- ahora es crónica rosa; o amarilla.
La vida personal y profesional de Dominguito (¿existió alguna vez separación entre ambas?) giraba en torno a cuatro pilares. A saber: su madre, la iglesia católica (de la que era fervoroso devoto a vírgenes, santos, procesiones y liturgias), ir correctamente vestido y su querida revista. En su calendario siempre tenía anotada una fecha importante ya que ésta monopolizaba un número especial de Canarias Gráfica: el de la presentación en sociedad de las hijas de los socios del Casino de Santa Cruz. Creo que por diciembre.
Durante meses Dominguito hacía antesala, sentado educadamente frente a las secretarias de los empresarios más importantes de la isla -que ya lo conocían de sobra y lo trataban con mucho cariño- para sacarle unas pesetitas a sus jefes (les ganaba por aburrimiento) y así financiar su número especial. Y así fue año tras año, número a número y contrato a contrato. Los que llevamos vendiendo publicidad toda la vida sabemos que un contrato de publicidad firmado con un cliente te da dos alegrías: una cuando lo cierras y otra cuando lo cobras.
Y nuestro hombre lo lograba. Editaba la publicación que recogía el acontecer de la sociedad chicharrera. Fotos en blanco y negro y nombres, muchos nombres, que era lo que la gente quería ver; o más bien verse, porque lo que atraía de aquella revista era el morbo de saber que los reconocerían en aquellas fotos, mostrando su estatus social. Y Dominguito lo sabía. Jugaba con aquella hoguera de las vanidades pueblerinas. Sin saberlo, aquel hombre abrió el camino de otras publicaciones que con el tiempo tomaron el relevo de la recordada Canarias Gráfica.
La crónica digital (y sus narradores). Lo que antes tardaba semanas en fraguar en el caso de las revistas, o días en el caso de la prensa; es decir, el conocimiento de un acto social, hoy tarda menos tiempo que lo que usted consumirá para llegar al final de estas líneas. Hoy día la noticia es la manera de publicitar un acto, no el evento en sí. Y no hay fiesta, cóctel, cumpleaños, bodas de plata, entrega de orlas, divorcio o viaje que se precie, que no sea colgado en al menos una red social para que el resto del mundo sepa que su estatus (y economía, aunque sea con la tarjeta de El Corte Inglés) les permite mostrar fotos en Facebook con un envidiable moreno logrado en las playas de Copacabana. Cuando usted y yo lo más lejos que tenemos previsto ir este año es a Callao Salvaje.
Y es que las reglas del juego han cambiado. Ahora, cuando los periodistas llegan a un acto, retrasan deliberadamente el paso antes del Photo Call (ese panel lleno de publicidad que ahora ponen en cualquier sitio) para que les saquen fotos y todos crean que son famosos, vips, populares, conocidos o simplemente tertulianos de alguna tele local. Ahora el famoso es el periodista. La selección natural hace que los profesionales de los medios de comunicación colonicen nichos carentes de famosos de verdad, artistas, ricos y niñas bien. Periodistas más o menos conocidos aprovechan esta magnífica oportunidad que les pone en bandeja un pueblo descabezado de famosos y populares de verdad.
Ellos conocen del valor añadido que aportan en fiestas, inauguraciones, presentaciones de todo tipo y cumpleaños en el Club Oliver. Y no dudan en aprovecharse. Hoy en día es el propio periodista el que hace proselitismo de sí mismo (sin ningún pudor) en su tele, en su radio o en su revista. Y si no dispone de un medio que llevarse a su ego siempre tendrá a mano un Blackberry desde el que trufar con comentarios, fotos y videos al resto de los mortales en sus propios ordenadores; que acaban cansándose de lo bien que le va al protagonista en su vida privada, curiosamente inversamente proporcional a lo mal que le va en su profesión.
Camino a ninguna parte. Decía Sabina que las niñas ya no quieren ser princesas, y yo añado que los chicos (y chicas, no vaya a tener un problema de género) no quieren ser periodistas; ni de investigación ni de nada. ¿Para pasar miserias? No hombre, no. En todo caso y con un poco de suerte podrán saltar a un gabinete de prensa (o de comunicación, como se dice ahora), a una tele local o a la Televisión Canaria. Y de ahí a Telecinco, que siempre tiene un hueco para los más espabilados, los que tienen menos reparos a cierto tipo de información y poseen ganas de arrancarle la piel a tiras a cualquier folclórica de medio pelo. Y a los propios compañeros de profesión, que el perro ya come carne de perro y de lo que haga falta.
La crónica social local, tal y como la conocíamos, se ha quedado reducida a un recuadro de vez en cuando en algún periódico local, alguna revista que sobrevive con heroicidad y poco más. ¿Para qué vas a publicar una página con fotos si cuando salga ya olerá a naftalina? No merece la pena luchar contracorriente. El futuro (ya saben que el futuro es ahora) son las redes sociales, las presentes y las futuras, con todas sus opciones a disposición de los usuarios. Cualquier becario con un móvil puede hacer una foto a un famoso (incluso los de tercera división, siempre que se hayan encamado con otro de primera) y venderla. Hecho éste que le catapultará inmediatamente a una silla en un programa del corazón. Y con este panorama, ¿quién en su sano juicio quiere ser periodista de crónica social; o de investigación?