El sótano ululante del independentismo

¿Independentismo? No, gracias. El dictamen electoral de los canarios resulta claro e inequívoco elección tras elección. Los partidos y plataformas que se autodefinen como independentistas cosechan unos resultados paupérrimos en las urnas. Quizás deba hacerse un matiz: Alternativa Sí Se Puede. Entre los dirigentes y militantes de ASSP se encuentran independentistas de izquierda, ciertamente, en muchos casos procedentes de la organización Alternativa Popular Canaria.

Alternativa Sí Se Puede (ASSP) ha obtenido unos buenos resultados electorales, pero tanto en su oferta programática como en su praxis política cotidiana elude privilegiar el independentismo como horizonte de acción o postulado ideológico. Es una plataforma político-electoral que ha sabido guardar inteligentemente los equilibrios entre las distintas sensibilidades políticas e ideológicas que anidan en su interior y que comparten un análisis crítico y un núcleo de propuestas y metodologías de acción política. En ningún caso cabe sumar los éxitos electorales del pasado mayo de ASSP al independentismo. Muy rara vez –a veces lo ha hecho aisladamente algún independentista; las organizaciones independentistas, nunca– los afectados por este contumaz fracaso lo han admitido como tal. Como suele ocurrir en los grupos cerrados cuya tendencia sectaria es evidente -retórica común, altar de precursores, próceres y mártires de marmolillo, irredentismo autosatisfecho, enfrentamientos internos y excomuniones feroces, moralismo desatado- los partidos independentistas viven cómodamente instalados en una casi perfecta disonancia cognitiva.

¿Qué su porcentaje de votos es insignificante? Pues disponen de un amplio bagaje de respuestas justificativas: esto no es una democracia, el sistema electoral es singularmente injusto, los canarios viven tan profundamente anestesiados por los mil y un brazos del pulpo colonial que no han reparado en su condición de lacayos pisoteados por la bota de la Metrópoli. Como ocurre con la literatura totalitaria –nazis y estalinistas compartieron la misma estilística– se emplean habitualmente metáforas y giros procedentes de la medicina, la biología y la zoología, pero, curiosamente, para referirse sobre todo a los colonizados: tanto a los isleños cómplices de la dominación española como a la inmensa recua de imbéciles que no son (todavía no son) independentistas. El pueblo canario vive sumergido en una profunda narcolepsia. El españolismo es un virus que ataca, reblandece y debilita el cuerpo nacional canario. Los colaboracionistas (políticos, profesores, periodistas) son los perros guardianes del orden colonial. En algunos casos (lo hizo Antonio Cubillo con su Congreso Nacional Canario) optan por no presentarse a los comicios para no quedar en evidencia. En otros, en fin, se embarcan en hilarantes hermenéuticas sobre la abstención electoral.

Sirva como ejemplo un artículo firmado por Rafael Delgado Perera en la web Nación Canaria: “Diversos análisis que se han realizado sobre la abstención en nuestra tierra han estimado que la abstención anticolonial oscila entre un 7% y un 10%, es decir, una horquilla de abstencionistas anticolonial, a la baja, de entre 90.000 y 100.000 votantes, lo que coincidiría con las encuestas del sociobarómetro, en los que unos 180.000 canarios se consideran solo canarios (…) No deja de ser curioso el que nunca se haya hecho un análisis de las causas de la abstención en Canarias”. Si nunca se ha hecho un análisis de la abstención en las islas, ¿de dónde deduce Delgado Perera que nada menos que el 10% de los abstencionistas estuvieron impulsados por posiciones independentistas? ¿Por qué asimila automáticamente a los que se declaran “solo canarios” como partidarios de un Estado independiente? Por cierto, en las elecciones autonómicas del pasado mayo los abstencionistas fueron aproximadamente 542.000, un 36% de los ciudadanos con derecho a voto. Los abstencionistas anticolonialistas, según los nigrománticos cálculos de Delgado Perera, estarían entre los 38. 000 y los 54.000 votantes. Pero nada de esto tiene la más modesta relación con la realidad. Se trata, simplemente, de un ejercicio verbalista para seguir simulando un análisis y un debate político que no existen en el oscuro sótano en el que el independentismo vive lamiéndose las heridas que se causa a sí mismo.

Razones de un fracaso

El independentismo canario fracasa porque no existe ninguna crisis en la actitud de los isleños sobre la pertenencia al Estado español que consagra la Constitución de 1978. Absolutamente ninguna. Puede que España haya dejado de ser un referente emocional para la mayoría de los canarios, salvo cuando juega la selección nacional de fútbol, pero el sentimiento nacional –un confuso engrudo afectivo que habría que analizar por lo menudo– no se ha trasladado hacia opciones independentistas y no es previsible que lo haga en mucho tiempo. En una situación de emergencia social y económica como la que vive dolorosamente el Archipiélago (el desempleo no baja del 28% de la población activa) se triplican los votos nulos y en blanco, pero gana ampliamente las elecciones el Partido Popular. Para consolidarse como opción política, no se diga para materializar con éxito sus principios, el independentismo debe contar con un proyecto político y social articulado que, necesariamente, está obligado a contar con aliados y complicidades. Los análisis críticos de carácter político, económico y cultural que ofrece el independentismo canario son aproximadamente miserables y se cuecen hace más de treinta años en una sopa minestrone en la que flotan materiales obsolescentes: fragmentos de teoría de la dependencia, restos de frantzfanonismo, tropezones de marxismo, garbanzas de la psicología de los pueblos que en el Archipiélago codificó Manuel Alemán, media docena de artículos cenicientos de Secundino Delgado o una ramita de etnolingüística recreativa.

La última aportación publicísticamente reseñable a este desarbolado galimatías, más adornado de consignas que de ideas, es un libro aparecido el pasado año, Canarias con futuro, obra de un economista, Jorge Ancor Dorta, un tocho de más de 600 páginas en las que el autor demuestra una capacidad para confundirse y confundir al lector realmente meritoria, a ratos dadaísta. Para certificar la lucidez política del señor Ancor Dorta, que defiende el carácter colonial de Canarias con los mismos argumentos falsarios que podrían emplearse en Baleares o en Sumatra, basta con reparar en su respuesta en una entrevista que concedió a una web independentista. “¿Y la amenaza anexionista de Marruecos sobre una Canarias independiente?”, le preguntan. Y el lúcido economista contesta: “Solo invirtiendo el 1% de su PIB Canarias tendría unas fuerzas armadas mucho más potentes que Marruecos”. Sin duda, Mohamed VI esperaría caballerosamente cinco, diez o quince años al despliegue de las Fuerzas Armadas Guanches.

Ni entre los grandes empresarios canarios, ni entre el pequeño empresariado local, ni en las universidades ni en los colegios profesionales, ni entre la clase media funcionarial ni entre los trabajadores la oferta independentista, con su épica tebeística y su martirologio vociferante, concita algún atractivo. El desarrollo económico y social de Canarias en los últimos veinticinco años (en sus infraestructuras de transporte, en la creación de un potente sistema educativo público, en la mejora de las prestaciones sanitarias, en los índices de escolarización y de titulados universitarios) ha estado ligado a la entrada de España en la Unión Europea y a los fondos financieros procedentes de Bruselas; y secundariamente, a la consolidación de una fuerza entre regionalista y nacionalista (Coalición Canaria) que ha sabido, a través de una normativa electoral democráticamente impresentable, colocarse en una posición de centralidad en el sistema político autonómico y negociar presupuestos y subvenciones ante el Gobierno central. Es una hipótesis no demostrable, pero bastante atendible, suponer que el 20% de los ciudadanos isleños que se sienten “solo canarios” les satisface, precisamente, el nacionalismo moderado y pactista de CC, que prolonga con nuevos ropajes, tácticas y legitimaciones el viejo pacto de los bloques de poder económico en el Archipiélago con el Estado español: lealtad política e institucional a cambio de concesiones económicas, fiscales y legislativas.

El agotamiento de un modelo de crecimiento lastrado por la concentración de la renta y un elevado coste medioambiental, los evidentes fracasos de de los sistemas públicos educativos, sanitarios y asistenciales, la corrupción política y la crisis económica que, desde 2008, subsume y agrava toda la situación política, económica y social de Canarias, solo encontrarán solución en el marco del Estado español y la Unión Europea, cuyo abandono únicamente sería posible a través de una auténtica revolución popular, con sus inciertas y peligrosas derivadas, algo que entienden perfecta aunque intuitivamente la inmensa mayoría de los canarios. El independentismo es arqueología visceral antes que una estrategia política viable, operativa e incluso deseable. Por eso mismo los partidos independentistas, en las últimas elecciones autonómicas, cosecharon menos votos que seguidores tienen muchos adolescentes en sus cuentas de twitter.

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