En nuestras manos

Los periodistas padecemos una crisis doble. Sufrimos las mismas adversidades que atosigan a la mayoría, pero con el añadido de la crisis estructural de los medios cuando la recesión reduce los ingresos publicitarios, su principal nutriente. Y nadie sale al rescate ni de la profesión, ni de los medios.

La creación de esta sexta entrega del Anuario de Canarias ha discurrido por los mismos derroteros por los que transita esta profesión en los últimos tiempos. Dificultades e incertidumbres marcan su alumbramiento. Al final, hemos llegado. Pero el camino ha resultado tortuoso hasta el punto de que algún instante estuvimos por arrojar la toalla. Más que nunca, de no haber sido por los apoyos recibidos –menores pero trascendentales–, la aventura iniciada en 2005 por la Asociación de la Prensa de Santa Cruz de Tenerife (APT) hubiese sucumbido este mismo año.

Dijimos entonces, cuando alumbramos aquel primer número, que con el Anuario pretendíamos aportar a la sociedad canaria una crónica exhaustiva sobre los hechos que habían marcado el acontecer de las Islas durante ese período. Tanto para el análisis y reflexión del momento como para trazar, poco a poco, el relato periodístico de nuestra historia más reciente. Con el paso del tiempo, creemos que estamos cumpliendo aquel propósito. Diríamos, incluso, que con el rigor y la calidad que se nos exige a quienes desempeñamos este oficio. Porque el grado de laboriosidad que conlleva su producción, el esmero desplegado por sus autores, han acabado por convertir el Anuario en una obra de referencia.

Entendemos que las entidades públicas y privadas que nos apoyan, personificadas en sus responsables más altos, han sido sensibles con este esfuerzo y con el resultado obtenido. Por más que los contenidos de la obra surgen de un ejercicio libre del pensamiento y la expresión, sin límites ni cortapisas, podemos afirmar con orgullo que ese apoyo renueva su incondicionalidad. En todo caso, hemos tenido que ajustarnos –no podía ser de otra forma– a los recortes que imperan en el mundo público y privado; de ahí las dificultades comentadas para acabar de decidirnos por una nueva edición. Y por ello, además, la apuesta que hemos terminado por hacer en cuanto al soporte.

Porque tenemos ante nuestros ojos el primer Anuario de Canarias de la era digital. Por ahora, todavía, en convivencia con el papel. Pero somos conscientes, quizás mejor que nadie, por nuestra condición de periodistas, de que ya nos hallamos –sin posibilidad de retorno– en el escenario de las redes. Queda por delante, como para el grueso del periodismo escrito, de la vieja prensa, un sinfín de incógnitas, acentuadas en el marco local. Nadie ha atinado en la definición de cuál será el modelo de negocio en el que se desarrolle nuestro trabajo futuro, con la incertidumbre lógica que provoca en un colectivo especialmente machacado con el paso de los años. Lo único claro es que el papel y la tinta se arrodillan, poco a poco, ante la primacía de las pantallas. Y que nosotros, desde la APT y con el Anuario, nos adaptamos a los nuevos tiempos.

Pero al hablar de dificultades no podemos ceñirnos a la coyuntura puntual de la salida de esta publicación. Sería tan ridículo como injusto. Porque el Anuario está hecho por periodistas y la vida de estos profesionales, nuestro día a día, está marcado por los efectos de una crisis doble. Llevamos diciéndolo desde hace varios años. Sufrimos las mismas adversidades que atosigan a la mayoría pero con un plus añadido, el de la crisis estructural de los medios, precisamente cuando la recesión ha reducido drásticamente los ingresos publicitarios, su principal nutriente. Y ello ha propiciado (o justificado) el cierre de empresas y la reducción incesante de plantillas, con un dilema que martillea crecientemente nuestras conciencias: ¿Habrá oportunidad para la recolocación o tendremos que tirar hacia otras actividades?

Por el camino, se ha ido el año y seguimos sin noticias desde los poderes públicos. Nadie ha salido al rescate ni de la profesión ni de los medios. Continuamos sin un marco legal que regule el ejercicio del periodismo y nada nuevo hemos sabido acerca del plan de ayudas al sector. Además, los empresarios continúan presos del pánico y no atinan a la hora de arbitrar alternativas que reconduzcan su destino. En casa, en nuestro espacio más cercano, se manifiestan incapaces de producir fusiones que fortalezcan el músculo de sus microiniciativas. Por más que el agua les llegue al cuello, se agarran a modelos caducos que están condenados al fracaso.

En medio de este panorama, a veces desolador, los periodistas tampoco acabamos de reaccionar. Como la mayoría, hemos crecido en el individualismo, poco tendentes a la aglutinación en la defensa del territorio propio, para acabar rendidos frente al dirigismo imperante. “¡Otros habrá que resuelvan nuestros problemas!”, pensamos con frecuencia. Sin embargo, con el correr de los tiempos y la eclosión de esta crisis doble que nos azota, la evidencia es que la posibilidad de sobrevivir pasa, de manera inexcusable, por un cambio de actitud. Organizarnos y debatir para obtener respuestas ante tanta incertidumbre, igual que formarnos, ser autocríticos y ejercer el periodismo que nos demanda la sociedad, constituyen nuestra única salida. Y todavía está en nuestras manos.

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