Con los ciudadanos saturados de malas noticias y faltos de curro, la política canaria (y española) se aleja del equilibrio clásico entre espectáculo y resultados. Verbigracia: lo que hay ahora resulta cada vez más dado al circenses y menos pródigo en pan. Esa ausencia de perspectivas, sazonada con la sal gorda de una crisis asfixiante, hace que hasta los resecos brotes verdes más parezcan perejil de fumeta que lechuga de gourmet.
El personal anda bastante cabreado con la política y con los políticos -en general- y más en particular con el que manda, sea quien sea en cada momento y/o lugar. Escribo estas líneas cuando las elecciones aún no han despejado hasta dónde se ha hundido el PSOE, ni cuanto han castigado los electores a Coalición Canaria, si es que la han castigado más allá de algún pequeño capón municipal. Pero al margen de la disección de resultados, a la que nos habremos aplicado doctamente la noche de autos, y al margen también del complejo zurcido y bordado de los pactos que ya habrán sido, me juego lo poco que gano al secreto a voces de que anda el respetable harto y más que harto de este juego de tahúres en que se ha convertido la política tradicional.
No en balde, la valla de más impacto de la precampaña no fue la de un Paulino con gesto torcido de Clark Gable, “trabajando por Canarias”, qué suerte tiene, con empleo seguro, o la de Soria “centrado por ti” o la de ese clon de Manolo Viera transmutado en profesor universitario que dice querer que Canarias gane. Porque la valla -la lista- que habría ganado las elecciones -si viviéramos en un mundo donde la política respondiera a los sentimientos de la gente, que no- habría sido la de Pinolere, la del orondo y feliz cochino negro que nunca nos defrauda. Si alguien hubiera tenido la idea de presentar al cochino, habría sumado más votos él sólito que todos los demás candidatos de la piara.
Y es que el sistema ofrece -aquí y ahora- muestras repetidas de creciente cansancio. No otra cosa es la espuma rabiosa de la abstención, el voto casposo y faltón que nos trae la ultraderecha de las Europas o la tendencia inane a la refriega marginal. Está el público tan privado de todo, tan cansado de las mismas caras, las mismas voces y las mismas recetas, que hasta Belén Esteban apunta alternativa. Quizá sea el momento de pensar -con el príncipe de Lampedusa- que ha llegado el momento de cambiar algo para que todo siga igual. Cambiar a los que opositan, por ejemplo.
Un sueño ¿posible?
Sueño en voz alta con lo que sería Canarias sin, por un ejemplo, Coalición Canaria. ¿Se imaginan una Canarias sin los envites bravucones de Rivero? ¿Sin los argumentos de cajón de Barragán? ¿Sin periféricos? ¿Sin la simpatía vampírica de Fernando Clavijo? ¿Sin el eterno pretendiente palmero? ¿Sin el eje oriental? ¿Sin el estirado Ruano “esta mañana me tragué una escoba”? ¿Sin el pleito insular, el descuento interinsular y el hub transinsular? ¿Sin el voto emigrante y la ley de residencia? ¿Sin aguas archipielágicas? ¿Sin Perestelo y la OCM? ¿Sin nacionalismo moderado y radical, moderno y tradicional, de praxis socialdemócrata, inspiración liberal y talante revirado, adaptado a ser cada vez menos por aquí abajo pero cada vez más en Madrid? ¿Se imaginan Canarias sin el hombre del maletín y el mercadeo de los votos? ¿Sin tránsfugas e imputados? ¿Sin subvenciones europeas? ¿Y sin subvenciones de las otras? ¿Sin los contratos de La Nuestra (la de Willy y la universidad de la vida)? ¿Sin Juan Manuel García Ramos (dentro o fuera)? ¿Sin manifestaciones xenófobas, declaraciones xenófobas y editoriales ad hoc? ¿Sin comisiones? ¿Sin las juergas de Fitur, la celda de Dimas, o los inmobiliarios de Asamblea Majorera? ¿Sin triple paridad? ¿Sin bicapitalidad? ¿Sin Bermúdez? ¿Sin dictámenes del Consejo Consultivo? ¿Sin la bandera de las 7 estrellas verdes, pero un poco escondida, sobre todo en las fiestas de pueblo? ¿Sin Tomás Padrón y Belén Allende? ¿Sin Ana Oramas? ¿Sin el STEC? ¿Sin el PNC? ¿Sin la RIC? ¿Sin la ZEC? ¿Se imaginan Canarias sin Ricardo Melchior y su tren…? ¿Sin veinte partidos políticos? ¿Se la imaginan sin reforma del Estatuto? ¿Y sin pase de revista a la policía volcánica?
Soñar una Canarias diferente es un ejercicio posible pero inútil. Y además, lo que vale para Coalición Canaria vale para el PSOE y el PP, según los gustos de cada cual. La única diferencia, que no es poca, es que Coalición Canaria -o lo que ella representa- lleva 37 años instalada en Tenerife y dos décadas sin dejar de pisar moqueta en Canarias. Frente a esa ocupación continuada del poder y sus canongías, PP y PSOE resultan meros aficionados. El juego de la alternancia política en Canarias -una de las claves de la salud de la democracia- aquí no ha funcionado nunca.
Eso contribuye al agotamiento del modelo, contagia el desinterés y alimenta el malestar, la percepción social de que todos son iguales, todos mienten y todos roban. No es cierto. Pero sí lo es que las mismas caras, las mismas voces, las mismas recetas… han acabado por hacer intragable el menú.