Recordando a Harry Beuster

Harry Gordon Beuster (1931-2010) nació en Tenerife. Hijo de inmigrantes alemanes, se crió en Tacoronte, donde pasó también los últimos años de su vida junto a Aída, madre de sus cinco hijos. Miembro de la Agrupación Vanguardista Hispana de Caricaturistas Personales, durante tres décadas años publicó semanalmente sus peculiares obras en La Prensa, suplemento de El Día. Recibió múltiples premios en numerosas muestras de diseño y humor en Ancona (Italia), Madrid o Tenerife.

El cronista siempre ha confesado abiertamente su auténtica debilidad por la caricatura y, de forma muy especial, por los caricaturistas tinerfeños, que son los mejores del mundo. No por una apreciación personal, sino por los juicios que se han vertido por especialistas en este género artístico en exposiciones y bienales de rango ecuménico. Se pudo atestiguar hace años en Canadá, donde Paco Martínez obtuvo un resonante triunfo con su inolvidable Marilyn Monroe; o en otros confines, donde también se premió con justicia a Harry Beuster y Juan Galarza.

En cierta ocasión, Beuster dijo que “Paco Martínez era el Picasso de la caricatura”, ya que éste había sido el creador de la geometrización de los personajes, ideas que él llevó a la práctica. Y es que la caricatura debe sacar el interior del personaje. Así lo mantuvo aquella lejana Agrupación Vanguardista de Caricaturistas Personales, creada en la década de los 50 bajo el liderazgo de Luis Lasa León y que en Tenerife acogió a Paco Martínez, Poli Niebla y Harry Beuster; después surgieron Juan Galarza, José Morales Clavijo o Manolo Casanova; y más tarde, en Las Palmas, algunos como Cho Juá, que era el pseudónimo de Eduardo Millares.

A Lasa se le enviaban caricaturas y, tan entusiasmado como admirado, las publicaba en las revistas de la Península, entre ellas Mundo Hispánico, donde salió publicado un reportaje de dos páginas sobre los mejores caricaturistas de Canarias. Harry Beuster, en el que ahora centramos estos recuerdos nostálgicos, siempre estuvo presente en estas lides. Hace algunos años, en tono entre irónico y enfadado, el aludido Paco Martínez definió la caricatura como “el felpudo del arte”. Sin embargo, Paco Pimentel, escrutador de primer orden, dijo que las caricaturas eran “los esqueletos del alma”. Siempre hemos estado de acuerdo, como apuntó el propio Beuster, en que la caricatura “no es, ni debe ser, el retrato grotesco de una persona; ni la exageración de los rasgos físicos para convertir el sujeto en un engendro ridículo, de cabeza grande y cuerpo diminuto”.

Beuster lo demostró en el periódico El Día, en cuyo suplemento semanal de La Prensa publicó durante más de treinta años una página que denominaba La casa de Harris. Ahí nos demostró, con pragmática persuasión, y con sus personajes, la mayoría de las veces gente popular, tanto a escala local, nacional e internacional, que la caricatura debía provocar una sonrisa amable y debía captar lo que estaba más dentro del rostro, sirviéndose de éste pero con unas ambiciones más trascendentales y con la mayor profundidad psicológica posible. Así, Beuster consiguió definir un estilo de dibujo muy singular, dominado por las formas geométricas, con cierto aire cubista, muy simplificado y amable, que lo introdujo en el selecto club de la caricatura de vanguardia.

Hace algunos años, en la localidad italiana de Ancona y con una increíble agudeza, el tema deportivo fue tratado con gracia y acierto. Y entre aquel surtido material figuraba una caricatura por la que este cronista amante del boxeo siente una especial predilección. Cuando el pugilismo tinerfeño estaba iniciando una nueva etapa y cuando Pilar Miró había abierto las ventanas de la televisión a este deporte, muchos aficionados nocturnos se impresionaron con aquella fuerza desatada de la Naturaleza que respondía por Mike Tyson. Tal figura no pasó desapercibida para nuestro caricaturista, quien radiografió al por entonces campeón del mundo de los pesos pesados de la siguiente manera: “De Tyson me llama más la atención el cuerpo que la cara. Su cuerpo habla. Tiene un sello especial y el cerebro queda tras el músculo. Sus guantes, para mí, son como balas de cañón y en la caricatura está en movimiento porque siempre me ha parecido un púgil muy ágil a pesar de su peso. Su cuerpo lo he interpretado a base de globos, pero son globos de una infernal contundencia”.

En el verano de 2010, y a los 78 años, nos abandonó para siempre Harry Gordon Beuster, un hombre entregado a ver el lado amable de los personajes. Nos dejó aquel artista de amplia sonrisa y finos modales que, antaño, junto a su hermano Gunar, llenó páginas de gloria en la natación tinerfeña y nacional. Se nos fue también aquel pedagogo que implantó su carisma en pacientes desequilibrados. Allá Arriba le quedará el remordimiento de que la ínclita caricatura canaria no saliera al extranjero como una obra de conjunto, como siempre deseó, al igual de que nuestro Ayuntamiento ampliase el espacio del Museo Municipal de Bellas Artes para que las obras premiadas por el Consistorio gozasen de una exposición permanente.

Harry Beuster, portador de los valores eternos de esta manifestación artística, cosechó galardones nacionales e internacionales. Y su recuerdo sigue vivo. ¡Cómo olvidarnos de su Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz!; ¡cómo no recordar a su Isabel la Católica, de la cual se editó una tirada litográfica!; ¡cómo ignorar a su Teobaldo Power, aquella suma de líneas y elementos geométricos que daba el parecido final, aunque la obra tenía un inequívoco trasfondo surrealista!…

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