“Espero que todo el mundo se dé cuenta de que hay que regenerar esa mierda de partido…”, “mentirosos y ladrones”, “dale a me gusta si quieres mandar a … a la cámara de gas”, “otra cortina de humo para darle al pueblo carnaza”, “los auténticos ladrones son los políticos corruptos y la banca”, “… pasará a la historia como la ministra que destrozó la…, que dimita es poco, lapidación”.
Esto, sencillamente, es lo que uno puede encontrar, sin buscar mucho, en cualquier red social hablando de políticos en general y de los gobiernos. Del central, encabezado en estos momentos por Mariano Rajoy, pero también de otros: regionales, diputaciones, cabildos y ayuntamientos, en particular. Por decirlo finamente, el mosqueo está en un punto álgido. Y creo que todos entendemos por qué, pero me gustaría aprovechar para ser, seguramente, socialmente incorrecto. No sé si les ha pasado lo de irse de algún sitio: trabajo, ciudad, entorno social; y luego volver de vez en cuando, no perder el contacto, tomarse unas cañas o quedar a cenar. Por experiencia propia les puedo decir lo que pasa: todo el mundo se está lamentando, de lo mismo, una y otra vez. Lo racional sería relajarse, contarse novedades o echar unas risas, pero resulta que los excompañeros y aún amigos no paran de hablar de lo mismo: el trabajo, lo mal pagados que están, lo cabronazo que es el jefe, que no se entera de nada, “¡que es sencillo joder!, que no se entiende qué le pasa por la cabeza a este hombre para no hacer las cosas con sentido común”.
Y que Luis, Paco o Lucía (el compañero que por supuesto no está en ese momento) se toca los codos a dos manos, o que la parienta o el pariente no entiende cómo es tu trabajo… Quejarse, por tanto, no es (para la mayoría) una novedad de esta crisis, sino que llevamos años entrenando y ahora mismo tenemos experiencia para impartir un máster, entrenar un equipo de la Primera División de la Liga de Queja Profesional (LQP), o las dos cosas al mismo tiempo. Ya en aquellos momentos de todo tipo de burbujas -en los reencuentros pre-2008- pensaba lo mismo, siempre lo he pensado: cuando algo parece muy sencillo y todo el mundo con responsabilidad un inútil, la cosa no debe ser tan simple. Como no quiero dejarlo en una reflexión teórica, pondré un par de ejemplos de temas de actualidad que todo el mundo parece entender como muy sencillos pero que no lo son tanto.
Uno, los desahucios y la dación en pago. Parece que debiéramos estar todos de acuerdo, ¿no? Hay que parar todos los desahucios e implantar la entrega de llaves como única garantía de nuestro crédito hipotecario. Al fin y al cabo es un abuso. Pues ciertamente lo es en muchos casos, pero como en casi todo no se puede pontificar sin profundizar. No todos los desahucios son iguales. De hecho antes de que reventara esta desgraciada contra-burbuja que va dejando sin casa a miles de familias trabajadoras sin trabajo, hablábamos mucho de un problema absolutamente contrario: los caraduras que alquilaban o compraban y no pagaban. Sobre cómo se podía acelerar el proceso para no favorecer a los golfos y cargar, como casi siempre, a los honestos pagadores. Pues parece que nos hemos olvidado de todo ello y ahora todos los desahucios y todos los desahuciados son iguales. Mucho gran y positivo trabajo en favor de quienes están pasando este drama se lo debemos a asociaciones tipo Stop desahucios o la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), pero también es culpa de ellos que cada vez sea más difícil diferenciar entre los casos justos y los injustos.
La dación en pago
Relacionado con ello está la dación en pago. El movimiento de demanda social en este sentido se inició ya con el anterior Ejecutivo, pero ha alcanzado su punto álgido con éste y la iniciativa legislativa popular que el PP se vio obligada a admitir a trámite en el Congreso de los Diputados este 2013. Muchas palabras duras se han dicho del partido en el Gobierno por este motivo y en cambio la mayoría de las veces no se explica con justicia que han sido éstos, los de Rajoy, los únicos que estando en el poder ya habían arrancado una reforma legal para introducir en determinados casos de extrema necesidad la dación en pago. Por todo ello, no sólo considero esos ataques injustos, sino además con el punto de mira desviado.
¿Queremos de verdad la dación en pago de manera genérica? Extenderlo de manera universal a partir, por ejemplo, de 2014, supondrá créditos más caros e inaccesibles para todos, justo en un momento en el que muchos, sobre todo emprendedores y pequeñas empresas, están es necesitados de liquidez barata. Si en cambio nos lanzáramos a fijar la dación como fórmula retroactiva, entonces sí que tendríamos que acudir a pedir dinero al Banco Mundial (los que insuflan a países en desarrollo), porque las entidades financieras españolas ajustarían todos sus márgenes y tarifas para asimilar el impacto.
Nos escandalizamos a veces con los beneficios bancarios pero no nos damos cuenta de que detrás de esos miles de millones de beneficios están millones de accionistas, algunos pequeños, que esperan un retorno moderado gracias a un dividendo más o menos generoso y a una futurible expectativa de venta. Por lo tanto, cuando un banco anuncia 7.000 millones de euros de beneficio no son 7.000 millones de euros para un pequeño núcleo de propietarios, sino 7.000 millones entre millones de cabezas (algunas, eso sí, más grandes que otras).
Por ello mi apuesta personal es presionar, sí (“los políticos sólo responden a la presión”, defiende el afamado escritor y no por ello menos periodista Frederick Forsyth), pero dar un poco de credibilidad al Gobierno en esta materia y apostar por un sistema donde los parados sin seguro hipotecario, los que cuentan con grandes cargas familiares o dramas sanitarios certificados sean los beneficiados de entregar las llaves y salir por la puerta resoplando de alivio. Con ello evitaríamos la mayoría de dramas y, en cambio, no exponenciaríamos los costes de la banca.
Esta crisis se lo está poniendo muy difícil a mucha gente y en gran medida de ello se aprovechan algunos para desenfocar debates; para embarrarlos. Estamos muy acostumbrados a debates de dos lados, debates de trincheras donde sólo encontramos lo que dice el partido X o el partido Y (o Z). Y en ese fuego cruzado, en ese contraste de opiniones absolutamente dispares, llega un punto en el que ya no sabes quién miente o se equivoca y quién dice la verdad o acierta. A veces los ciudadanos, la gente de a pie, nos culpa a los periodistas, pero lo que no saben es que en la mayoría de casos estamos tan confusos como ellos. En clave de legislación laboral, por ejemplo, sólo ha habido y hay dos posturas, la que pedía y efectuó una reforma, y la que la rechaza. Todos en nombre del empleo y de la defensa de los intereses de España para salir de esta crisis. Como parece que reducir la protección del trabajador no nos gusta a ninguno de los que trabajamos por cuenta ajena, en ese sentido los que defienden dejar las cosas como estaban llevan las de ganar, pero lo cierto es que las cosas tal y como estaban tampoco funcionaban.
De un año para otro, de 2008 a 2009, España se liquidó 1,36 millones de empleos y en lo que llevamos de crisis ya trabajan en este país un total de 3,4 millones de personas menos. ¿Entonces qué? Pues quizá podamos buscar más ángulos, más profundidad. Mi particular visión en esta materia es la de apostar por un cambio radical. Si cada uno de nosotros tuviera una bolsa que fuera llenando mes a mes (obligatoriamente), por sus contribuciones y las de la empresa para la que trabaja, pasados 10 años tendría una buena cantidad en caso de despido. En ese momento, a la empresa despedir a su trabajador de 10 años no le costaría más que a un joven que lleva uno, así que mantendría al que fuera más rentable. Pero esta fórmula no sólo beneficia a las empresas. Si el trabajador es despedido, puede elegir cobrar parte de esa bolsa que ha llenado con su esfuerzo los últimos diez años.
Tal vez encuentre trabajo pronto, así que el 90 por ciento de la bolsa seguirá intacta. Como esa bolsa es suya no la pierde por volver a trabajar, sino que la vuelve a llenar junto a lo que le había sobrado de su periodo desempleado. De esta forma encontrar trabajo es siempre un estímulo y el trabajador más libre, pues ya no tiene que forzar un despido para irse con algo bajo el brazo mientras busca su nuevo camino. Dejaríamos de tener empresarios que firman despidos falsos pactados con sus trabajadores por miedo a que trabajen mal o algo peor. Y dejaríamos de tener empleados y empleadores esclavos de una legislación laboral que, pese a lo que dicen todos, está lejos de ser realmente flexible. Y es que sólo recuerden: cuando las cosas parecen demasiado fáciles, normalmente es porque no lo son tanto.