Aquel 2 de junio de 2013, el Tenerife convirtió su mínima derrota en Hospitalet en un resultado esencial sobre el que tender un puente hacia la normalidad. El descenso a Segunda División B (junio de 2011) y la frustración del primer intento de salir del pozo abundaron en la precariedad de un club lastrado por la deuda que limita sus aspiraciones desde hace casi 20 años. Álvaro Cervera ha tenido un papel fundamental en el éxito blanquiazul.
Para el Tenerife no hay vida fuera del fútbol profesional. Necesita los ingresos atípicos para seguir abriendo así una salida al otro lado del túnel. El ascenso de este año 2013 no se pareció a la larga serie de conquistas similares anteriores. Esta vez significó más un alivio que un éxito deportivo. Fue, el de aquella mañana de domingo en el estadio de la Freixa Llarga, el último acto de una larga obra, que comenzó con la elección de Álvaro Cervera como entrenador. Quique Medina, su amigo de la infancia, lo destacó como el hombre clave del proyecto de reconstrucción del equipo. Acertó de pleno. Álvaro ha sido todo un hallazgo para un club muy proclive a dar bandazos.
Hasta su llegada la entidad había cambiado de categoría tres veces en cuatro años (es más, en este siglo ha protagonizado tres descensos y otros tantos ascensos, casi un cambio de división cada dos temporadas). Cervera debutó con un triunfo sobre el Marino, cuya condición de rival liguero fue motivo de sonrojo para el tinerfeñismo, a pesar de que el conjunto de la capital no pudo darse más prisa en marcar una distancia que luego conduciría a los dos equipos a transitar caminos antagónicos (uno subió y el otro bajó). Para ello se estrenó con un gol (de Aridane) en la primera jugada del partido, que también lo era de la Liga.
El Tenerife despegó con la fuerza de los resultados, fue líder durante casi toda la temporada y eso le valió ostentar el título honorífico de campeón de invierno después de 24 años. Lo alcanzó ganando 2-0 al Salamanca ante más de 6.500 espectadores en la primera jornada del año 2013. La segunda vuelta fue una carrera hacia la meta del play-off, presidida por la obsesión de cerrar la Liga regular en la primera posición para gozar de la ventaja de disputar el ascenso en una sola eliminatoria. El equipo de Cervera adelantó los plazos y logró el título de su grupo dos semanas antes de la promoción con un claro triunfo en San Sebastián de los Reyes. Aquel día, un 5 de mayo, apareció en la escena con su primer gol, un jugador sobre el que el club iba a sostener su futuro inmediato: Ayoze Pérez.
El brillante partido de ida de la final ante el Hospitalet (3-1) con un Heliodoro enfervorecido por la pasión de los 16.546 espectadores que festejaron los goles de Luismi Loro, Raúl Llorente y David Medina, fue, de largo, lo más vistoso de una temporada de escasa virtud futbolística, caracterizada por el desempeño físico de un equipo riguroso en lo táctico y demoledor en lo estratégico, protagonista de un fútbol camaleónico frente a las dificultades que presenta la Segunda División B, cajón de sastre en el que caben clubes modestísimos, de barrio, e históricos varados. La fórmula de Cervera triunfó.
Consistió en jugar juntos, presionar, agotar a los rivales durante una hora hasta hacerles notar la gran diferencia de preparación entre su régimen semiprofesional y el de máxima exigencia del Tenerife, para luego cambiarles el guión con el peso de su banquillo y proponer un fútbol más rápido (Suso, Guillem Martí, etc.). Muy pocos rivales pudieron pararlo. Unas pocas genialidades de Aragoneses, fiel a su estilo, unas gotas de talento de Loro y la insultante superioridad de Aridane en el área contraria (27 goles), le dieron nombre propio a un ascenso que, pese a todo, pendió de la levedad de una simple jugada accidental hasta que el árbitro dio por finalizado el partido de Hospitalet. Misión cumplida.
Ayoze Pérez, al rescate
El Tenerife tiene subrayado en oro sus proyectos acertados. Cada vez que este club ha tenido amplitud de miras ha terminado en Primera División. Los buenos proyectos requieren acertar en la elección del entrenador, expresarle confianza con un contrato de larga duración (tres años en el fútbol son una eternidad) y, especialmente, demostrársela después cuando lleguen los baches de resultados y el entorno empiece a pedir cabezas. Así sucedió de nuevo en la segunda mitad de este 2013. El Tenerife hizo el equipo que pudo, no el que quiso. Los tiempos han cambiado y ahora los límites de gasto los impone la Liga de Fútbol Profesional (LFP) a partir del análisis de viabilidad de cada club.
Con 2,9 millones de euros, Álvaro se encomendó a la tarea de colectivizar cada punto, con un equipo muy humilde, trabajador, tan exprimido en lo táctico como corto en los recursos. Las primeras seis semanas de competición transcurrieron sin un solo triunfo y con evidentes dificultades para marcar alguna diferencia en el área enemiga. El Tenerife jugó todo lo que pudo, pero no ganó. Hasta que apareció un recurso salvador: Ayoze Pérez. Él trajo el gol, regaló fantasía a una afición deslumbrada con su nuevo ídolo y con su talento ganó partidos esenciales que impulsaron al equipo hasta la mitad de la tabla.
Hay otra clave de su éxito: el invento táctico de su entrenador. Álvaro leyó la situación de una manera genial. Partiendo de la certeza de que la baza de Ayoze es su destreza en velocidad, buscó la manera de ponerlo en ventaja; para ello retrasó a Aridane y le encomendó al grancanario la tarea de prolongar de cabeza los balones para que Ayoze ganara en carrera a los centrales. Esa fórmula fue la llave de la salvación de un equipo que tocó el cielo cerca del final del año (8 de diciembre) protagonizando una inolvidable exhibición, el día más indicado, el del derby ante la UD Las Palmas, humillada en el Heliodoro. Ese fútbol de grupo, de infinita generosidad de los blanquiazules, desarmó a un rival construido sin disimulo para ascender, y acabó goleándolo con la firma talentosa de Suso y Ayoze (3-0).
El crecimiento del equipo alumbró la esperanza de la gesta del retorno a Primera, pero una caída tan vertiginosa como inesperada lo sacó de la pelea del play-off, aunque las últimas siete derrotas en cadena no hicieron peligrar el objetivo de la permanencia.
Adiós a grandes tinerfeñistas
El fallecimiento de Juanito El Vieja, el 3 de abril y a la edad de 64 años, dejó al club huérfano de uno de sus grandes referentes históricos. Juanito triunfó de largo sorteando contrarios en el mismo costado del Camp Nou en el que ahora lo hace Pedrito, en un mítico equipo del Barcelona (el de Cruyff y Sotil). Antes, ofreció recitales de habilidad en el viejo Heliodoro. Un genio como Juanito encajaría en el primer escalón estelar del fútbol mediático actual. Además, este mismo año 2013 la entidad perdió a dos importantes dirigentes. Víctima de la edad y una larga enfermedad a su controvertido expresidente José López Gómez y de forma inesperada a uno de sus consejeros más afines al estamento deportivo, Ricardo Siverio, que falleció en Santa Cruz el 1 de noviembre. Le sustituyó Corviniano Clavijo, presentado en público en la peculiar Junta General que aplazó la aprobación de las cuentas con el fin de formalizar una idea (darle un valor activo al uso del Heliodoro) que acabara con su causa de disolución.