Espíritu de resistencia

¿Merece la pena confeccionar un análisis sobre un determinado acontecimiento? ¿Sirve de algo reflexionar acerca de una noticia relevante? ¿Tiene algún interés establecer una cronología con los hechos más sobresalientes de un periodo determinado? ¿Le interesa a alguien la exposición de datos que ayuden a comprender lo que sucede? ¿Mantiene su vigencia el viejo aserto sobre una imagen y mil palabras para justificar el valor de una fotografía? ¿Conserva algún valor la compilación de todos estos elementos en una misma publicación?

El sí es nuestra respuesta a las seis preguntas anteriores. Una afirmación que tiene forma y se sustancia en esta nueva entrega del Anuario de Canarias. El octavo número de la serie puesta en circulación, en 2005, por la Asociación de la Prensa de Santa Cruz de Tenerife. Una nueva pieza para el complejo puzle informativo del siglo XXI, lleno de aristas multiformes, cuyo análisis periodístico de hoy ayudará en ulteriores investigaciones de carácter histórico. Fue esta una de las pretensiones de partida, cuando decidimos embarcarnos en la compleja singladura de crear una publicación con vocación periódica y ribetes independientes. Planteada y editada desde una organización profesional para su elaboración sin premisas ni cortapisas. Surgida en instantes de bonanza y desarrollada en momentos de crisis. Malos tiempos para aventuras.

Aún así, con todas las cicatrices provocadas por esta coyuntura adversa (doblemente cruel para nuestra profesión), nos reconocemos perseverantes. Diría incluso que obstinados. Para algunos, temerarios. Lejos de arredrarnos, nos crecemos por momentos. Con el mantenimiento de esta publicación, a pesar de los pesares, y con la propia supervivencia de la asociación que nos representa. Es lo menos que podemos hacer frente a la tempestad que viene sufriendo el Periodismo, evidenciada primeramente con el cierre de medios y la destrucción de puestos de trabajo, para continuar con la precariedad, el dirigismo y la barahúnda. La confusión y la falta de expectativas ante un futuro incierto, por más que la crisis económica amaine por momentos. Porque sobre la profesión periodística, tal y como dijimos entonces, se precipitó una segunda crisis, sin que prácticamente tengamos una sola certeza que ayude a iluminar el túnel hacia la salida.

Más bien al contrario. Entre los periodistas crece la sospecha de que nuestro ejercicio profesional es manifiestamente prescindible para la mayoría. Nos quedaba claro respecto a los poderes públicos, que nada han hecho para su fortalecimiento. Todo lo contrario. Pero hemos tratado de conservar la confianza en la relevancia de nuestro papel para el grueso de la sociedad, por lo que puede suponer en la salvaguarda del sistema democrático. “Sin periodistas no hay periodismo; sin periodismo no hay democracia”, proclamamos en aquel 3 de Mayo inédito de 2012, cuando buena parte de la profesión se echó a la calle, como nunca antes había sucedido, para hacerle ver a la ciudadanía que los efectos de la doble crisis eran reales. Que no se trataba de una mera escusa para reivindicar lo mismo que todos.

Son muchos los momentos en los que sucumbimos ante el desánimo. Los que han perdido el empleo y no hallan una puerta por la que regresar, los primeros. Es lógico aún no siendo los únicos. Porque esa falta de expectativas ya referida se extiende por la profesión. Se palpa en las redacciones y en aquellos lugares donde habitualmente se encuentran los periodistas. También en las organizaciones. Más de uno se pregunta a qué dedicarnos en el futuro, cuando lo ‘único’ que sabemos hacer es contarle a la gente lo que le pasa a la gente, tal y como sintetizó Eugenio Scalfari su definición de periodista. ¡Total, como eso ya lo hace cualquiera! Condensado en 140 caracteres o con algo más de extensión. En realidad, es lo de menos. Porque los males que acechan al Periodismo no se resumen ni en la amplitud ni en el formato del mensaje. Su calado cultural es mucho mayor y puede afectar a la salud democrática de los pueblos. Que se lo digan a quienes se ven perseguidos, en otras naciones, por el hecho de tratar de expresarse con libertad. Incluso, sin irnos tan lejos, pueden dar fe de ello nuestros compañeros más veteranos, aquellos que tuvieron que batirse frente a la censura.

Por todo ello, el ejercicio periodístico, nuestra causa, tiene a día de hoy un poso creciente de reivindicación. Quizás tarde, si algo hemos aprendido en estos años de crisis devastadora es que la defensa de nuestra profesión empieza por nosotros mismos. Tanto tiempo mirándonos el ombligo, cuando no tirándonos los trastos unos a otros, para descubrir ahora la tremenda fragilidad de la actividad a la que hemos venido dedicándonos. Hartos de escuchar lo del “cuarto poder”, sobre todo en boca de quienes llegaron a sentirse intérpretes de ese papel, pensamos que sigue quedando un espacio para el Periodismo. Con humildad y desde la esencia. Con firmeza y desde la vocación. Alejado del poder y comprometido con aquella gente que quiere saber lo que le pasa a la gente según el relato de esta gente llamada periodistas. No va a resultar nada fácil. La incierta edición de este Anuario es una prueba. Pero basta con repasar la nómina de autores y disfrutar de sus contenidos para apreciar cierto espíritu de resistencia. Con la guardia en alto.

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