Al final, Paulino Rivero no fue derrotado por lo que ha hecho o por lo que no ha hecho, por pasar ocho años al frente del Gobierno de Canarias sin haber dado ni haber tenido muchas alegrías. Fue vencido porque no entendió que sostenerse más allá de ocho años en medio de la crisis más grande de nuestras vidas sería una proeza que ni alguien tan seguro y pagado de sí mismo como él podía conseguir.
La derrota de Paulino Rivero frente a los suyos y la retirada de José Miguel Pérez de la pelea por la candidatura a la presidencia del Gobierno de Canarias por parte del PSOE no sólo pone de manifiesto la distinta manera en la que ambos —Rivero y Pérez— entienden el ejercicio de la política, a pesar de su buena sintonía durante toda esta legislatura. También supone el anuncio de un cambio de tercio perfectamente cantado en ambos partidos y en la política tal y como se ha entendido hasta ahora en Canarias.
Asimismo, la derrota de Rivero y la retirada de Pérez representa el punto y final de un ciclo —el del gobierno de los nacionalistas con el PSOE— cuya continuidad depende ahora de aspectos completamente ajenos al devenir político, como es el de que los pinchazos de Repsol encuentren petróleo o no lo encuentren. En caso afirmativo, Coalición Canaria seguirá probablemente atada a su estrategia de conflicto con Madrid y con el Partido Popular en las islas, pero si el petróleo no aparece, será difícil para los nacionalistas mantener sine die una oposición al PP basada en la historieta de las prospecciones…
La cuestión es que la crisis lo ha cambiado absolutamente todo. Ha cambiado la forma de hacer política, la de relacionarse con los electores, el prestigio de los partidos y las clases dirigentes y hasta lo que las personas creen o no dejan de creer. Ahí está esa fuerza política que reniega de serlo llamada Podemos, decidida a no morir de éxito. Y aún así apuntando a convertirse en la tercera, de momento, en apoyo electoral en una sociedad que quiere decir ¡basta! a los abusos y latrocinios de los años previos a la crisis y aún no tiene muy claro cómo hacerlo.
Y está también la tendencia a matar al padre que se ha instalado en todos los partidos e instituciones. Esa tendencia —germen en Canarias de las primarias socialistas y de la derrota de Rivero— se combina además con otra, la del sálvese quien pueda, fruto del peso cada día menor de las estructuras políticas centrales, que ha provocado revueltas y censuras en municipios y cabildos. Una tendencia que en los últimos trimestres del año 2014 parece haber contagiado al Parlamento de Canarias, en el que los partidos que apoyan al Gobierno, por primera vez, decidieron dejarlo sólo en una votación para modificar la prestación canaria de inserción.
La pregunta es si lo han hecho para protestar contra las sucesivas torpezas de una consejera que no ha logrado en ocho años estar a la altura de la situación, o para recordarle a Rivero que no puede seguir de aquí hasta su definitiva retirada haciendo lo que se le antoje, sin consultar siquiera a su partido. Porque las cosas están cambiando a una velocidad vertiginosa. Y Rivero no puede seguir sin darse cuenta de que una de las cosas que ya ha cambiado, es su poder, antaño casi omnímodo, sobre el Gobierno y sobre Coalición Canaria, y hoy condicionado a que Fernando Clavijo y los nuevos gestores del tiempo que se avecina le permitan seguir ejerciéndolo.