No hubo pitido final. La temporada de Segunda División terminó con el árbitro y los jugadores de la UD Las Palmas y del Córdoba huyendo hacia los vestuarios del Estadio de Gran Canaria. Un minuto atrás, Las Palmas era equipo de Primera División. Pero un gol del Córdoba, tan sólo un segundo antes del inicio de la estampida, frustró un deseo que duraba ya una docena de años y que aún perdura.
Cuando Las Palmas era equipo de Primera División, o al menos cuando estaba a punto de serlo, cientos de aficionados irresponsables, por llamarlos de alguna manera, habían saltado desde las gradas esperando ese pitido final que nunca ocurrió para celebrar un ascenso que por aquel entonces no estaba garantizado. La tragedia final desencadenó una especie de guerra civil entre los aficionados de arriba y los de abajo que dio la vuelta al mundo y que transmitió una imagen patética del club. Sin embargo, ya con el aplomo del paso de los días y visto el aumento del número de abonados en cinco mil para la nueva temporada, se puede concluir que los fatales acontecimientos que tuvieron lugar aquel 22 de junio han servido para fortalecer la masa social amarilla y unirla aún más si cabe. Desde ese preciso momento flota en el aire la sensación de que el fútbol le debe algo a la Unión Deportiva Las Palmas.
El resumen del curso 2013-2014 puede situarse por tanto en el último partido de liga, en el último encuentro de las eliminatorias por el ascenso, en el último segundo del mismo. Todo parecía controlado hasta entonces. Las Palmas tenía dominado el partido, se había adelantado en el marcador al comienzo de la segunda parte con un gol de Apoño y había tenido hasta cuatro ocasiones de gol claras para haber sentenciado la eliminatoria y certificado el ascenso a Primera División. Hasta que llegó el minuto noventa. En ese momento, empezaron a saltar desde todas las gradas cientos de aquellos aficionados irresponsables para situarse alrededor del terreno de juego. Ya se había advertido a través de diferentes medios de que nadie saltara con el fin de no perjudicar al equipo, pero algunos no sólo demostraron su desobediencia en un espectáculo público, sino también su carencia absoluta de sentido común. Esperaban celebrar un ascenso que el Córdoba era capaz de frustrar con marcar tan sólo un gol. Y así ocurrió.
Tras casi 10 minutos de parón, hasta que la gente no se apartó del terreno de juego, se disputaron finalmente los últimos noventa segundos. Mientras el juego estuvo detenido, los futbolistas amarillos se dedicaron a pedir a la gente que retrocediera y que no perjudicara al equipo. En cambio, los jugadores del Córdoba se habían reunido alrededor de su entrenador para idear una jugada de estrategia con el fin de conseguir el empate y, por ende, el ascenso. Podrá decirse que la jugada del gol del es un cúmulo de errores. De uno, porque permitió un centro al área; del otro, porque se comió un balón a la espalda; o del de más allá, porque no paró un tiró fácil de atajar a priori. Sin embargo, varios futbolistas reconocieron que psicológicamente ya no estaban en el partido: en su cabeza sólo existía el deseo de que el árbitro pitara el final.
Con el gol, y sin pitido final, los aficionados irresponsables que habían retrocedido pero que no habían vuelto a subir a las gradas, irrumpieron en el terreno de juego y muchos de ellos propinaron patadas y otras agresiones no sólo a jugadores y miembros de la expedición del Córdoba, sino también a miembros de seguridad del club local. Mientras, algunos de los que no habían saltado, tiraban sillas, butacas y otros objetos a los que sí lo habían hecho; y todos los aficionados responsables silbaban y recriminaban su actitud a los irresponsables. Imágenes todas ellas que dieron la vuelta al mundo. Una guerra civil en la que sólo hubo un perjudicado: la UD Las Palmas. Afortunadamente para el club, la mayor parte de la gente sí goza de sentido común y no relacionará los altercados provocados por unos pocos con una afición ejemplar. Sin embargo, sigue en ella un sentimiento de rabia e impotencia que sólo se logrará superar con un ascenso a la máxima categoría del fútbol nacional.
El principal atractivo del equipo en la temporada 13-14 fue el regreso de Juan Carlos Valerón 16 años después. Su camiseta fue la más vendida y su protagonismo dentro y fuera del campo fue el esperado: no sorprendió su calidad ni su capacidad de liderazgo… ni tampoco sus carencias físicas tras haber jugado al máximo nivel durante tantos años. Alrededor de Valerón se creó un equipo al que también regresaban Ángel López y Aythami Artiles, titulares indiscutibles la mayor parte de la temporada al igual que los últimos en llegar, los veteranos Massoud, Apoño y Aranda. Con esos fichajes principales el equipo se sostuvo la mayor parte del curso en los puestos de promoción de ascenso. Sin embargo, desde fuera se exigía a Sergio Lobera tener al equipo en los puestos de ascenso directo, teniendo en cuenta los jugadores de que disponía. Pero lo cierto es que la Unión Deportiva fue mediocre en una temporada en la que consiguió victorias importantes fuera de casa (Girona, Sporting de Gijón, Recreativo de Huelva, Deportivo de la Coruña, Murcia o Zaragoza) y que sin embargo tiró por la borda en el Estadio de Gran Canaria.
Sergio Lobera estuvo muy cuestionado por ello, con defensores y detractores dentro del propio club. Estuvo a punto estuvo de ser destituido al comienzo de la segunda vuelta tras una dolorosa derrota en Jaén. Sin embargo, Miguel Ángel Ramírez decidió mantenerle por decisión personal. El equipo ganó in extremis al Girona a la jornada siguiente y otra serie de buenos resultados mantuvieron al técnico. La victoria contra el Tenerife en el derbi de vuelta (en la ida el Tenerife barrió a Las Palmas y ganó 3-0) con un gol de cabeza de Vicente Gómez a un minuto del final, cuando quedaban pocas jornadas de liga, pareció un punto de inflexión definitivo en busca del ascenso… pero dos derrotas contra el Castilla fuera y contra el Recreativo en casa llevaron al presidente a cesar a Lobera a falta de tan solo dos encuentros.
Fue entonces cuando tomaron el mando para clasificar al equipo para la promoción de ascenso los ex jugadores amarillos Josico como primer entrenador, y Javi Guerrero como ayudante. Entre otras decisiones, devolvieron protagonismo a Nauzet Alemán y a Crisantus, defenestrados por Lobera. En la última jornada, en casa contra la Ponferradina, el equipo logró una agónica clasificación. Tras superar la primera eliminatoria al Sporting con cierta superioridad, Valerón dio un emotivo discurso de ánimo a sus compañeros sobre el césped de El Molinón que hacía prever que nada podía privar del ascenso a Las Palmas. Hasta que aquellos aficionados irresponsables lo impidieron.
Queda al menos que, a nivel institucional, la temporada 13-14 supuso el fin del concurso de acreedores de Las Palmas, toda vez que Miguel Ángel Ramírez llegó a un acuerdo con el principal acreedor, el ex presidente Manuel García Navarro, mediante el cual el club se comprometía a abonarle cuatro millones de euros (o cuatro millones y medio si el equipo está en Primera) en los próximos años, y a entregarle la insignia de oro y brillantes. Y también se acordó el acercamiento de las gradas del estadio de Gran Canaria al terreno de juego, cuyas obras ya están en marcha. Y así se llega a una nueva temporada, en la que llega al banquillo el experimentado Paco Herrera y en la que no ha habido ninguna venta ni ninguna compra importante de ningún jugador.
El verdadero fichaje de la UD Las Palmas de cara al nuevo curso son los cinco mil abonados más que tiene y que elevan la cifra a más de quince mil. Porque ese sentimiento generado tras la tragedia del 22 de junio les ha hecho más fuertes.