La presencia de los cruceros de turismo en Canarias se remonta a finales del siglo XIX. Adquirió especial relevancia en la década de los años treinta del siglo XX, cuando, debido a la crisis del transporte marítimo, las grandes navieras europeas encontraron una salida para mantener operativos sus barcos, pues la otra alternativa era enviarlos al desguace. Hoy en día, el turismo de cruceros es ya una actividad vital para Canarias.
Los años treinta del siglo pasado es la etapa de que podemos considerar como la que realmente consolidó el gusto por el viaje marítimo de placer para la clase media, pues hasta entonces estaba reservado sólo para los más pudientes. Hasta que se quebró el frágil cristal de la paz en septiembre de 1939, los puertos de Santa Cruz de Tenerife, Santa Cruz de La Palma y La Luz y Las Palmas fueron escenarios preferidos de las navieras británicas, alemanas, italianas y nórdicas en sus itinerarios a las denominadas Islas del Sol; es decir, Canarias y Madeira.
A las islas llegaron los barcos más notables que poco tiempo antes habían cruzado el Atlántico en demanda de Estados Unidos y Canadá, América del Sur, Australia y el Lejano Oriente –barcos, muchos de ellos, de dos chimeneas y unas estampas marineras muy estilizadas, que eran el reflejo de una etapa de la construcción naval– con unos turistas ávidos de descubrir lo que conocían de oídas y lo publicado en los libros de viajeros y científicos desde el siglo XVIII y, especialmente, a finales del siglo XIX.
Aquella fue una empresa que alcanzó indudable éxito y, al mismo tiempo, favoreció el incipiente desarrollo de la logística turística en cuanto a medios de transporte y un renacimiento de los establecimientos hoteleros, muchos de ellos debidos a la iniciativa de inversores foráneos, ingleses en su mayoría, que adoptaron la estructura arquitectónica propia del ideario colonial. Algunos de esos inmuebles se han conservado hasta nuestros días y son visibles en Tenerife y Gran Canaria.
Todo aquel empeño frenó en seco su expansión debido a la guerra mundial y a las dificultades posteriores. Los puertos canarios, mientras tanto, evolucionaron con lentitud y ofrecieron lo mejor de sus posibilidades cuando, en la inmediata posguerra, comenzó el tráfico incesante de la emigración europea hacia el Caribe, América del Sur y Australia.
Los antecedentes más cercanos
Bien avanzada la década de los años cuarenta reaparecieron algunas navieras del norte de Europa con tímidos experimentos de cruceros de turismo y, cuando las circunstancias lo permitieron, de nuevo las compañías británicas Cunard Line y P&O y algunas otras fomentaron los viajes de placer a bordo de sus emblemáticos trasatlánticos, que eran lo más florido entonces del transporte marítimo internacional. Exponente, además, del momento álgido que vivía la industria naval británica, que por entonces todavía mantenía un claro liderazgo.
En la década de los años cincuenta, la presencia de los cruceros de turismo en los puertos canarios compartió espacio con las líneas regulares que iban y venían a América del Sur, la costa africana del Atlántico y el Indico; e incluso, cuando llegó el primer cierre del canal de Suez, las que se dirigían a Australia y las colonias europeas en Indochina.
Aquellos fueron unos años muy intensos en la actividad portuaria y tuvieron un indudable efecto beneficioso para la sociedad canaria que residía en las capitales de ambas provincias. Fueron los años dorados de los cambulloneros, que tanto aportaron con su trasiego de mercancías a mejorar la calidad de vida de la ciudadanía.
La misma tónica se repitió en la década de los años sesenta y setenta, cuando la mejora de la situación económica —favorecida por las remesas de la emigración a Venezuela, principalmente—, el despegue de la actividad turística e industrial del archipiélago y la mejoría de la economía mundial y, especialmente, la europea, abrió un nuevo ciclo en el que el turismo marítimo siguió llegando a Canarias de una manera notable, aunque por entonces ya lo hacía por vía aérea, pues las islas se habían convertido en uno de los principales destinos de Europa.
En el escenario de los cruceros de turismo aparecieron, además de las compañías ya clásicas, navieras holandesas, alemanas, italianas, griegas y también las soviéticas, de modo que hubo unos años en los que los puertos canarios fueron una amalgama de banderas y turistas de multitud de nacionalidades. Las facilidades en el transporte terrestre, las mejoras de la red de carreteras, la calidad en el servicio de los establecimientos hoteleros y, sobre todo, la visión de quienes entonces tenían responsabilidades y poder de decisión, favorecieron con sus ideas, esfuerzo, trabajo y dedicación la consolidación del destino turístico Canarias como algo único e irrepetible.
Un cambio a mejor
Del mismo modo que los puertos canarios han cambiado mucho y a mejor, y en ese esfuerzo están felizmente incluidos los de todas las islas, la industria turística marítima también ha evolucionado y asistimos en la actualidad a un momento de extraordinario desarrollo. Hemos visto cómo las navieras han pasado barcos reconvertidos o adaptados, o barcos de tipo medio construidos especialmente para esta actividad —popularizada, y mucho, a raíz de la famosa serie de televisión norteamericana Vacaciones en el mar— a los megacruceros que ya se han convertido en estampas habituales en cada uno de nuestros puertos.
Son auténticas ciudades flotantes, con capacidades en aumento, de modo que la media en la actualidad supera los dos mil pasajeros y un millar de tripulantes en cada viaje. Son cada vez más frecuentes los buques que traen tres mil y cuatro mil pasajeros e incluso a nivel mundial los hay de seis mil pasajeros. Desafíos y avances significativos de la tecnología que hace posible el control y explotación de estos extraordinarios hoteles flotantes con absoluta garantía y, al mismo tiempo, ejercen una notable atracción como sistema vacacional.
La presencia de estos auténticos mastodontes del mar —Queen Mary 2, Independence of the Seas, Anthem of the Seas, Britannia, Costa Favolosa, Mein Schiff 4, MSC Splendida y tantos otros— es posible, entre otras razones, por la seguridad que ofrece Canarias como destino turístico. Y también por la indudable belleza de sus paisajes y el atractivo que los itinerarios tienen entre los turistas, por la capacidad operativa de cada uno de los puertos —bunkering, víveres, aguada…— y las importantes mejoras realizadas en los últimos años, incluidas terminales de pasajeros y atraques preferentes.
También contribuye a la presencia de estos barcos en los puertos canarios los esfuerzos que las respectivas Autoridades Portuarias han hecho en los foros internacionales donde se toman las decisiones y por su contribución a la creación de la marca Cruises in the Atlantic, en la que Canarias participa junto a Azores, Madeira y Cabo Verde. Y a ello se suma la calidad de los medios de transporte discrecionales de viajeros, la calidad de las carreteras, la facilidad de los accesos a los espacios emblemáticos o la demostrada eficacia de los agentes que intervienen en las escalas (prácticos, consignatarios, amarradores…).
Porque la calidad del servicio, en el más amplio sentido de la palabra, está reconocido por las navieras, los cruceristas y los tripulantes. Son muchos los factores que contribuyen a la suma de cosas que nos han hecho comprender que estamos disfrutando de un nuevo ciclo socioeconómico y que los beneficios son muchos. Y de nosotros depende, en buena parte, mantenerlo e incrementarlo. Hasta aquí, el esfuerzo no ha sido en vano.