Tuve un conocido que expresaba en un chascarrillo la medida de su forma de ser: “A papá gorila, plátano verde” repetía y repetía la frase cuando quería dar a entender que a él no se las daban, que su amplia experiencia, por más que no mediaba entonces los cuarenta, podía contra cualquier intento de engaño que alguien quisiera hacerle. Así, el papá gorila (lo sabio por veterano) siempre tenía los recursos suficientes para evitar comerse el plátano verde (la fruta inmadura, lo novel, lo innovador en cualquier sentido).
Tengo que reconocer que el refrán me causó risa la primera vez que se lo oí decir. Y las pocas siguientes también. Hasta que con el tiempo creí adivinar qué escondía aquel latiguillo recurrente. Esto es, una profunda aversión a la colaboración y, especialmente, a admitir el punto de vista de otro como válido o, cuando menos, como punto de partida para generarle una idea distinta de las que mantenía a capa y espada.
Decía que tuve porque con los años perdí el contacto con aquel hombre que sólo quería ser escuchado. Las pocas veces que parecía atender a las ideas de otros lo hacía con un punto de desconfianza —cuando no de desprecio— que acababa resumiendo su forma de ser: solo creía en lo que creía y cualquier modelo de relación del tipo que fuera que no pasara por ello estaba abocado a ser imposible.
Sostiene el filósofo Salvador Pániker, frisando ya los 90 años de vida, que el defecto nacional en España es “la hiperemotividad, que nadie escucha ni cambia sus paradigmas”. En su reciente Diario de un anciano averiado (Literatura Random House) reflexiona sobre la tendencia tan de ahora para agarrarnos a los tópicos, los refranes y los mitos seculares para encontrar justificación para esto o explicación para aquello. Lo que Pániker denuncia no es otra cosa que la ausencia —o renuencia— de pensamiento crítico. Tener pensamiento crítico se confunde hoy con manejar mucha información… para acabar tirando de un tópico cualquiera con el que resumir nuestro análisis.
Antes de Pániker, habló poco pero bien el vasco Aurelia Arteta, tan mal visto en su tierra por el combate decidido contra el nacionalismo del lugar —una de las “palabras como mayúsculas” contra las que también previene el pensador catalán—, como lúcido analista del pensamiento posmoderno que evita la reflexión y tira de las emociones como un placebo contra los problemas de la vida.
En Tantos tontos tópicos (Ariel), Arteta derrumba decenas de ideas ausentes de fundamentos que tanto valen para justificar la irresponsabilidad como para permitir la emisión de cualquier suerte de pensamiento, “con tal de que se exprese con respeto” (puede que en el súmmum de la estupidez) que trata de combatir en su obra.
El séptimo año de la crisis habría servido para agrandar la senda de los tópicos dando espacio a los nacidos de estos años de regresión económica. Porque si para algo ha servido esta década perdida —uno de los nuevos tópicos que simplifica lo sucedido desde 2007 como una pradera por la que hubieran cabalgado Atila y los hunos— es para acuñar un catálogo de frases hechas con las que poder explicar o justificar la variación de un índice, la eclosión de nuevos partidos políticos o la existencia de comportamientos y usos sociales, antes infrecuentes o incluso desconocidos.
En Canarias no hemos andado por un camino distinto que se explicara por nuestro aislamiento geográfico o la lejanía de los centros de decisión peninsulares. “Las políticas austericidas nos han conducido a esto”, “Hemos condenado a la emigración a la generación mejor preparada de nuestra historia”, “Todos los pueblos tienen derecho a decidir su futuro”, “El Gobierno ha rescatado a los bancos, pero nadie ha rescatado a los ciudadanos”… La lista es casi tan grande como extensa la relación de opinantes, políticos, periodistas, profesores universitarios, empresarios y activistas sociales que han hallado acomodo en cualquier tertulia, blog o página de Internet con apariencia de periódico digital que han contribuido con decisión a afianzar La ceremonia caníbal (Península Atalaya) de la que habló Cristian Salmond.
Acomodados sin remedio aparente a vivir entre neotópicos, seguimos siendo escasos los que apelamos a la responsabilidad individual como vía para encontrar explicaciones a lo que paso y soluciones ante lo que se nos presenta. Como antes Arteta y ahora Pániker, el profesor Javier Gomá también lo ha intentado en parte de su Tetralogía de la ejemplaridad (Taurus): “La crisis ha puesto de manifiesto que el cumplimiento de la ley es condición necesaria pero no suficiente. Se exige un plus extrajurídico”, afirma. Pero tales esfuerzos quedan en nada frente al pensamiento único imperante: único no en cuanto exprese una sola corriente de ideas, como porque reduce cualquier problema al tópico de turno como causa y cualquier solución a la que mejor convenga de entre las existentes en el programa manido de frases hechas (ideas fuerza las llamaron también).
La cosa, según teorizó Arteta, es no sentirnos solos bajo ninguna circunstancia. Tirar de este o aquel paraguas bajo el que guarecernos. Todo porque nadie pueda señalarnos como ajenos al grupo en el que queramos encontrar acomodo. Así parece que hemos andado en 2014 en el archipiélago. Gobernantes tratando de gobernar, pero siempre atados: unas veces a una mochila como otras a una camisa clara, por supuesto sin corbata al cuello. Siempre asidos a un tuit de 140 caracteres como a un wasap dominado por abreviaturas y emoticonos. Y siempre con un postureo de solidaridad con cualquier causa o suceso con el que se deba empatizar conforme a lo correcto en cada momento. Otra cosa es conseguir adivinar sustancia —ideas distintas, arrojo y decisión frente a las corrientes dominantes en el océano de los dichos— porque cuando uno trata de poner en orden las propuestas encuentra mucha teoría y simple pretensión de tercera o cuarta vía. Esto es, nada con apariencia de aceptar que una parte del todo del otro puede servir como válida. Cada uno, al fin, recordando a aquel conocido que tuve que predicaba lo del gorila y el plátano.