Si por algo se recordará el año 2014 es por la disgregación de la acción política y, aunque podía no haberse sincronizado, también por la disgregación del voto: primero en las europeas y ya en 2015 en las locales y autonómicas. El fenómeno ha pasado tanto al PSOE como al PP por sus costados: Podemos o alianzas electorales de izquierda, así como básicamente Ciudadanos por la derecha.
Al fenómeno de la disgregación no ha sido ajena Gran Canaria, pero sí lo ha atravesado de forma algo distinta, en gran medida por otro tipo de fenómeno: el de defensa de Gran Canaria más allá de contenidos ideológicos o la apuesta por el insularismo, dependiendo de quién se refiera a él. El Gran Canaria por encima de todo se erigió pronto como el estandarte del gobierno insular (¿se puede gobernar una isla desde no defenderla y encumbrarla?), liderado por el PP y José Miguel Bravo de Laguna. El distanciamiento entre unos y otro se fue haciendo patente durante todo el transcurso de la legislatura, pero la cercanía de las elecciones lo exacerbó.
Pese a que el consenso indicaba que el PP lo había hecho lo suficientemente bien para revalidar el Cabildo Insular, el miedo a la ola nacional, la que pedía rejuvenecer los candidatos, así como los malentendidos entre Bravo de Laguna y el que sigue siendo líder regional, el ministro José Manuel Soria, llevaron a un cambio. Sobre quienes leyeron de esa manera lo ocurrido –la expulsión de Bravo de Laguna del PP y la creación por su parte de un nuevo partido/alianza de corte insularista–, la decisión fue un fracaso, pues la desunión del voto de la derecha dejó al PP fuera del Cabildo y, al menos, de los escaños necesarios para sumar con CC y formar Gobierno en el Ejecutivo canario.
Pero también existe otra lectura, más estratégica. Ante una disgregación general de la derecha, ¿no sería mejor liderar el cambio y ocupar esa parte del desafecto hacia el PP bajo otras siglas que aún se mantuvieran cerca de la órbita popular? En este escenario el daño al voto en el PP ya estaba hecho y Unidos por Gran Canaria –la coalición electoral de Bravo de Laguna– solo venía a ver cuántas papeletas recogía de las que se le habían caído a los de Mariano Rajoy entre las fuertes corrientes de viento de la crisis económica y los palos de quienes les azotaron.
Independientemente de qué teoría creamos más cierta, el árbol popular –o sus frutos caídos, si preferimos– ha monopolizado un fenómeno adormecido en la política insular pero no del todo en lo social: la defensa de Gran Canaria, que además podía haberse erigido desde cualquier ideología. Por todo ello, Gran Canaria se instituye como uno de los pocos sitios donde el fenómeno político de Ciudadanos sigue tapado. Con los de Albert Rivera en Canarias por debajo de la media nacional y en Las Palmas por debajo de la regional, las elecciones generales sitúan a Gran Canaria como uno de los ejemplos más extremos de en lo que se convertirán los comicios nacionales: Un Rajoy sí o Rajoy no, enfrentándose a la mayor confluencia de la izquierda desde, como mínimo, el año 2000, cuando tuvo lugar el pacto electoral de PSOE e IU. Que en la isla, además, forzó la migración de algunos de los principales candidatos de IU hacia el PSOE, como ocurrió con el ahora alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, Augusto Hidalgo.
Aquellos años, los del Efecto 2000 –ese fallo informático que amenazaba con llevarnos de nuevo a 1900–, fueron también los primeros en que el centro•derecha superó a la suma de las fuerzas de la izquierda desde que volviera la democracia a España. Para IU fue uno de sus momentos más duros, perdiendo la mitad de sus votos y más de dos terceras partes de los escaños. Una de las dudas de nuestro momento actual es si los que ahora caigan en la falda socialista acabarán debilitados de nuevo o, por contra, comiéndose los vuelos del refajo y al PSOE por las piernas. La otra, si el centro-derecha, en este caso sumando PP y Ciudadanos, volverán a sobrepasar a la izquierda o si esta vez con cuatro años toca recambio.
Dos dudas e insularismo
Una duda: ¿Es insularismo defender que existe desigualdad entre islas? La respuesta más usada cuando se mueve la bandera de la injusticia o del desequilibrio entre islas es muy similar a la que se destila por ejemplo en Cataluña. “El poder no reside en los territorios, sino en la gente”. Y, consecuentemente en el caso de Canarias, que la pertenencia a una isla u otra no tiene impacto en el comportamiento político. Pero esto la gente no se lo cree. Porque nadie cree que los políticos sean tan distintos al resto. Y es que, sobre todo en una sociedad como la canaria con escasa movilidad geográfica, cada uno es primero de su municipio, luego de su isla, más tarde canario y para terminar español. El europeísmo queda limitado, en muchos casos, a las ayudas y subvenciones.
Es, por tanto, difícil para la gente pensar que un Gobierno encabezado por tinerfeños será capaz de emitir decisiones justas con el resto de islas. De ahí la fortaleza de los Cabildos, la triple paridad del sistema electoral y el caldo de cultivo para que cualquiera con esa creencia o estrategia política encuentre su nicho de votos. Es más, las voces, sobre todo en Gran Canaria, que claman por una reforma electoral lo hacen precisamente desde el descreimiento de que alguien que no sea de Gran Canaria defenderá la isla. Desde la percepción de que ya es hora de que Gran Canaria se haga con el timón del barco. La respuesta del resto de islas a esta iniciativa es y será, al menos si se plantea así, evidente. Incluso parece que Tenerife esté dispuesta a discutir, pero si visitas Lanzarote, Fuerteventura, La Palma, La Gomera o El Hierro nadie quiere oír hablar de ello. Así que todo apunta a que el sistema electoral canario seguirá igual en un futuro cercano.
Una segunda duda: ¿Ha llegado el insularismo para quedarse? La lógica apuntaría como natural que las opciones insularistas coparan los votos a cabildos, pero tuvieron y tienen competencia: el utilitarismo de que una misma fuerza gobierne cuantas más instituciones posibles para dar coherencia y estabilidad, o los movimientos de izquierda para deshacer (que cada uno elija si para bien o para mal) lo hecho por el PP. Pues bien, la política es cambio. De hecho, si de algo son ejemplo PSOE y PP es de supervivencia y adaptación al medio. A los cambios sociales, culturales y económicos. Solo en la adaptación al cambio, en la cintura política y en tener un cuerpo ideológico amplio se pueden sostener los partidos políticos a lo largo de los años. Por ello, cualquiera que apunte únicamente al insularismo o a cualquier otra moda política tiene una vida corta. Así que el insularismo, para quedarse, como todos los nuevos, no depende más que de sí mismo. Y de la gente.