Los ciclos ganadores del Tenerife se identifican repasando el ranking de permanencia de los entrenadores en el banquillo. Esa tabla la prestigian técnicos como Jorge Valdano o Jupp Heynckes, que representan el liderazgo de la mejor etapa del club en su historia. En esta línea abunda la longeva presencia en la entidad de José Luis Oltra, otro defensor de la identidad predilecta del entorno futbolístico blanquiazul.
Los planes del Tenerife con Álvaro Cervera eran de calado histórico, de marcar una etapa que tuviera peso en la dilatada historia de la entidad, una gestión de tres años que acercara al equipo a Primera División. Pero esos planes nunca culminaron. Álvaro es el segundo entrenador con más partidos ligueros al frente del equipo blanquiazul (103), por detrás de Oltra (122). Son los dos únicos técnicos con más de un centenar de citas ligueras al frente del club; sin embargo, ambos no entraron en la historia de la misma manera.
Cervera construyó desde la nada un equipo nuevo, logró hacerlo crecer individual y colectivamente, hasta consolidar como profesionales a un grupo de chicos de la cantera y, con la ayuda de los fichajes que él mismo avaló, alcanzó la meta del ascenso desde la inhóspita Segunda División B. Su segunda campaña en la Isla –ya en Liga Adelante– fue brillante, al menos hasta antes de los siete últimos partidos. En los primeros meses de 2014, la plantilla del recién ascendido había madurado lo suficiente para hacer posible que el equipo empezara a describir una curva ascendente, liderado en el terreno de juego por un deslumbrante Ayoze Pérez, que entró en ebullición en la sexta jornada y acabó con la sequía goleadora del arranque liguero.
La trayectoria llegó a resultar esperanzadora. El Tenerife entró en 2014 rompiendo moldes, con una doble victoria fuera de casa, lograda en campos tan hostiles e históricamente tan adversos como el Rico Pérez. Las genialidades de Ayoze abrieron camino en los triunfos sobre el Murcia y el Hércules, que coronaron un gran mes de enero, en el que el conjunto de Cervera empezó a avisar seriamente de sus posibilidades. En febrero mantuvo el tipo, a pesar de encajar dos derrotas, ante Barcelona B y Mallorca; y en marzo asaltó la zona de lujo de la tabla hasta colocarse a un paso de los lugares de ascenso (en la jornada 35ª era cuarto, con el Barcelona B en medio, a solo 4 puntos del segundo) después de una gran victoria en Ipurúa ante un Éibar que terminaría ascendiendo como campeón… por delante del Deportivo, ante el que el Tenerife también puntuó en Riazor.
Para llegar hasta ahí, Cervera armonizó un equipo muy compacto, basado en una idea de solidez que descansaba sobre la conducta defensiva impecable de dos líneas que tuvieron un rendimiento óptimo. Todo el bloque se armó con la revelación de Roberto en la portería, la regularidad de Moyano, Bruno, Carlos Ruiz y Cámara al fondo y la preponderancia de Aitor Sanz y Ros o Ricardo en la segunda línea. De la cohesión de esta mitad del equipo surgía el final de la jugada. La capacidad expansiva de Aitor Sanz para presionar y robar balones en la zona de creación de los rivales generó el suministro de pases en ventaja a un redivivo Suso Santana, que con Cervera encontró en estos meses su mejor nivel como profesional.
La otra alternativa a esta trama ofensiva fue la gran idea de Álvaro en el club. El técnico intercambió el rol teórico de Aridane y Ayoze, puso al ariete fuera del área con la tarea de que prolongase de cabeza los balones para que el canterano se jugase la suerte del equipo desde el borde del área hacia el gol. Su velocidad y talento destrozaron a las defensas. Ayoze marcó 16 goles y dio ocho asistencias: el Tenerife voló subido a la destreza del delantero y llegó a plantearse el ascenso. El equipo se hizo grande en la Liga al mismo tiempo que el crack explotó en la elite, beneficiados mutuamente de un golpe de mano genial del entrenador con esa idea que empezó siendo contestada y acabó recibiendo todas las bendiciones de la crítica. Pero en plena euforia colectiva, después de un 3-2 emocionante sobre el Numancia, con remontada incluida, apareció una fisura, algo consustancial a la historia del club.
Se abrieron otros debates durante la semana. El principal, la situación contractual de Ayoze, que ya había decido abandonar la entidad. El equipo no pudo con los factores de distracción ajenos al terreno de juego y, sin una causa genérica que lo explique, perdió siete partidos seguidos, seis de ellos por 1-0 (entre los que hay que contar el derbi de vuelta en Las Palmas). Del ánimo con el que la expedición emprendió viaje a Jaén el 27 de abril, pensando en el play off, a la pobrísima imagen de un equipo entregado, el 8 de junio en Gijón (3-0), no se puede rescatar nada bueno. Está por responder la gran pregunta ¿Qué le pasó a un equipo que era tercero en la tabla y funcionaba con gran autoridad, para perder siete veces seguidas sin marcar un solo gol? Un enigma eterno.
Sea como fuere, la imagen del entrenador quedó afectada, aunque no tanto de puertas adentro. La entidad dio el paso de encomendarse a él dándole plenos poderes en verano para la creación del nuevo proyecto. Quique Medina salió por la puerta de atrás. El experimento de hacer a Cervera entrenador y mánager compartiendo funciones en el despacho con Alfonso Serrano y desdoblando sus atribuciones no funcionó. Fu un exceso que terminó provocando una confusión porque a uno y otro les gusta un fútbol diferente, distorsionó los planos jerárquicos y descentró al entrenador. Y así, el Tenerife llegó en muy malas condiciones al final de este año 2014, lastrado por una primera mitad de temporada plagada de problemas. Serrano fichó 11 jugadores, pero no hizo equipo, socavó la unidad del vestuario con la inclusión de elementos de un perfil diferente al del núcleo duro del equipo del ascenso, que era la peña del entrenador, y acabó por romperse por dentro. Desde los deficientes rendimientos individuales, en algunos casos, como sucedió de manera especialmente relevante con los porteros, con errores penalizados en el marcador cada semana, hasta la falta de adaptación de varios fichajes, tal es el caso de Cristian Ruso García o de la estrella frustrada del proyecto, Uli Dávila, la primera vuelta se convirtió en un vía crucis que acabó por desacreditar la valía de un entrenador que se fue quedando sin apoyos y sufrió el clima de crispación del Heliodoro, en el centro de un permanente debate que erosionó su estado de ánimo.
Desde los primeros meses de esa campaña 2014/15 quedó patente el fracaso de la gestión bicéfala en la dirección deportiva. Cervera, que había superado antes alguna crisis de estilo frente a los sueños nostálgicos de un sector de la afición, no pudo impedir que se reabriera la herida en el amplísimo sector descontento cuando surgieron las primeras derrotas de una segunda vuelta que, dicho sea como evidencia de la resistencia del vestuario al cambio de ciclo, el Tenerife abrió con un estupendo mano a mano ante el Sporting (1-1). En medio de una hostilidad sin precedentes, Álvaro claudicó. El domingo 1 de febrero, Concepción, el presidente que desafío las leyes del mundo del fútbol e hipotecó su palabra dando garantías en público de que nunca cesaría a Cervera, escuchó, en una reunión cara a cara, la renuncia de su técnico, que había sido su segunda gran apuesta después de la de Oltra.