Hace 25 años, CC se convierte en uno de los experimentos más extraños y, sin embargo, exitosos de la historia política canaria, censura originaria a Saavedra incluida y logros como el REF del 94 que, eso sí, ponen muy en cuestión ahora grupos como Podemos.
Ex comunistas integrados entonces en Ican (que incluía a izquierdistas del cristianismo obrero), ex “centristas” de UCD que venían de su comodidad franquista o que, al menos, poco lucharon contra la dictadura y que se tornaron pronto en insularistas, pleitistas ochenteros y “populistas” del folclerismo de pandereta de las ATI de turno (API, AHI, PIL…); asamblearios (como los de AM) tendentes más bien, con el tiempo, a la socialdemocracia; liberales, burgueses y capitalistas de toda la vida y hasta algún que otro derechista poco acomplejado (incluso ultras y españolistas orgullosos en más de un municipio menor -y no tanto- simplemente porque era la mejor fórmula de competir con el PSOE de entonces) conformaron una coalición que iba a llamarse inicialmente Minoría Canaria y que, aunque siempre ha estado precisamente en eso, en minoría en el Parlamento regional incluso cuando ha ganado en votos y diputados (la última vez, en 2003), no ha dejado de gobernar las Islas, dándole continuidad a las AIC de 1987 y con etapas de hasta cuatro escaños nacionales. Un gobierno sempiterno que ha hecho que hasta Podemos estuviera dispuesto a unirse al PP para propiciar una censura en este mandato junto al PSOE y NC, si así se acababa con la gastada metáfora de la silla siempre caliente por las posaderas de las mismas siglas.
Sin embargo, en 2005 el bastión grancanario, asentado sobre todo en Ican y acuñado desde entonces como Nueva Canarias, decide romper con CC. Se rompió así la llamada unidad nacionalista y, por mucho que se especule sobre posibles reintegraciones electoralistas, parece más que improbable que los de NC vuelvan al redil. Y es que, más allá de que se defina como partido progresista y hasta de si CC realmente ha sido y es, en gran parte, una plataforma de poder que puede diluirse sin él, en esta legislatura está quedando meridianamente claro que para CC la posibilidad de construir una acción de gobierno con NC es casi imposible, salvo que la coherencia y los principios, de nuevo, no valgan nada y sean como aquellos célebres de Groucho Marx. Eso sí, enseguida surgen los que recuerdan que fue precisamente eso lo que ocurrió en 1993, y de ahí que nunca lo descarten del todo y vuelva la rueda especulativa.
No obstante, contra esa (remota) posibilidad de reunificación se sitúa, por ejemplo, la decidida apuesta por el gas de CC como energía de “transición”, su ley del suelo, la de Islas Verdes, su preferencia por la Prestación Canaria de Inserción (PCI) y no por una renta básica que defiende NC, el rechazo a una ecotasa, su visión del turismo, de la concertación sanitaria, del desarrollo, de la movilidad, la energía en general y de diversos aspectos sociales, sin olvidar la concepción de Canarias en su conjunto, reflejada en proyectos como el Fdcan, la reforma electoral y el peso del territorio y la población. Todo esto y otros aspectos les hacen más bien incompatibles. Profundamente, casi de forma irreconciliable: no se puede cogobernar con esas diferencias. Es de cajón.
Entendimiento en Madrid
Claro que, en Madrid, y más con la necesidad de Rajoy del apoyo de los diputados Ana Oramas y Pedro Quevedo, los discursos de ambos casi se superponen, pero incluso allí hay matices. No sobre el REF y su desvinculación del sistema de financiación, no sobre la necesidad precisamente de una nueva financiación autonómica que proteja a las Islas, tampoco sobre el REF económico y fiscal, o la condición de RUP dentro de la UE (y más ahora con los riesgos del Brexit)… Ni siquiera con una reforma laboral del PP que ambos creen que debe derogarse, el nuevo Estatuto de Autonomía o el papel de mercaderes conseguidores para Canarias por simple conveniencia aritmética, y de ahí la recuperación de convenios, el mejor trato general o el aumento de las subvenciones para los billetes interinsulares de avión o barco y, seguramente, también los de Canarias-Península. Lo que les diferencia allá tiene que ver también con políticas estatales a gran escala, aunque la reforma electoral les distancia tanto que, si finalmente depende de las Cortes y se incluye en el nuevo Estatuto, puede disipar cualquier posibilidad de una eventual coalición para unas generales, algo más probable, sobre todo si el PSOE decide no volver a compartir plancha al Congreso con NC en la provincia de Las Palmas para que no le reprochen que, luego Quevedo respalda las cuentas del PP y las políticas conservadoras que encierran.
Sin embargo, las diferencias en las Islas sí que parecen insalvables. Desde CC, Fernando Clavijo, Rosa Dávila, José Miguel Ruano, Barragán y otros lanzan, a veces, algún guiño para tratar de atraer de nuevo a Román Rodríguez, pero enseguida saltan las divergencias de fondo o figuras como Antonio Morales, el presidente del Cabildo grancanario, que parece, incluso aún más lejos de CC que Rodríguez por el gas y otras disputas.
Desde el PNC, Juan Manuel García Ramos no para de apelar a la unión y de advertir de los perjuicios en representación y fuerza que ha supuesto la división desde 2005, pero inmediatamente se topa con las evidencias: ¿cómo volver a compartir proyecto y elaborar, por ejemplo, un programa electoral o de gobierno si NC querría cambiar casi por completo la nueva ley del suelo, si implantaría una ecotasa que parece crearle alergia a CC o si apuesta por una renta básica para imitar a países, incluso, del Norte de Europa, pero que los nacionalistas en el poder conciben, con Clavijo a la cabeza, como un error de base que desincentiva a la sociedad? Además, ni siquiera están de acuerdo con que desde las Islas se deban reforzar las pensiones más débiles o costear la educación de 0 a 3 años, sin hablar de un proyecto estratégico como el futuro energético, con una diatriba sobre el gas que parece también insalvable.
La tensión se mantiene
De vez en cuando, se escucha lo de que se han relajado las tensiones y que puede haber un acercamiento, pero Rodríguez siempre lo concibe como especulaciones interesadas, resalta estas diferencias y, lo que es peor para los que confían en la unión, sostiene que los de CC no son de fiar. Lo cierto es que, con independencia de si sus apuestas son verdaderamente nacionalistas o de un simple regionalismo negociador y oportunista (como a veces desliza García Ramos); de si son reales el pragmatismo y progresismo que ambos dicen profesar, o de si no son ni una cosa ni la otra, con independencia de todo eso, lo que parece innegable es que el día a día de una unión de visiones tan distintas sobre tantas cuestiones claves resulta más bien un imposible, una quimera que, eso sí, quizás siempre ha latido en el corazón de la CC originaria.