El nuevo presidente de la Asociación de la Prensa de Tenerife, Salvador García Llanos, me ha regalado el honor de aportar hoy una breve semblanza de Ricardo Acirón, galardonado con el premio de periodismo Patricio Estévanez, el político y periodista que creó hace 113 años esta organización profesional, la de más solera de nuestro oficio, tanto en Canarias como en todo el país.
Y el presidente saliente, Juan Galarza, concluyó su gran mandato con la propuesta y aprobación de este reconocimiento para Ricardo, el que fue nuestro primer gran jefe –el de Juan y el mío– en nuestros orígenes: en aquellos años ochenta en los que los aprendices de periodista reestrenábamos la libertad de expresión de la mano de veteranos como Acirón, que habían sufrido los rigores del franquismo en forma de multas, secuestros de medios, despidos y ceses.
Creo que puedo hablar en nombre de la asamblea de la Asociación que en diciembre ratificó la concesión del premio para darles las gracias a Salvador y a Juan. Agradecerles este acto de justicia profesional con el que era el decano de los miembros de la Asociación y el que fue y será por siempre el primer Catedrático de Periodismo de la Universidad lagunera.
Un premio decidido justo en el momento en el que Ricardo cerraba su ciclo como profesor de la Facultad de Periodismo y días antes de que sus propios compañeros supiéramos que había sido alcanzado por una enfermedad fulminante que no pudo remontar.
Ricardo supo, a través de su hija Raquel, de la concesión de este premio “Patricio Estévanez” que él tanto apreciaba. Y quiero pensar que eso iluminó siquiera un poco las circunstancias de los últimos días de su vida.
Quiero pensar que apreció que se reconocían tantos esfuerzos y anhelos que él había entregado a esta profesión. Y que, sintiéndolo así, se mitigaban algunas amarguras y se rompía con los silencios de los últimos años, con esos silencios que suelen seguir a los dirigentes de instituciones y empresas cuando cesan. Gracias Juan, por hacerlo posible.
Este fin de semana caí en la cuenta de un aniversario que ahora les cuento. Lo descubrí justo hace tres días, releyendo uno de los libros de Ricardo: La prensa en Canarias: Apuntes para su historia, su trabajo de fin de grado como licenciado de Ciencias de la Información. Un libro delicioso, sobre el que –sin poderlo– me gustaría extenderme aquí, especialmente sobre sus 25 precisas conclusiones, esas que hacen referencia a los hechos diferenciales del periodismo en Canarias, donde la imprenta llegó tres siglos más tarde que a la Península: un detalle revelador sobre la esforzada industria de la noticias en Canarias.
Retomo el aniversario de que les hablaba: Hoy hace exactamente treinta años y tres días de la fecha en que Ricardo Acirón puso la primera piedra de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Laguna.
Hoy hace exactamente treinta años y tres días de la fundación del Centro Internacional para las Ciencias de la Comunicación (CICICOM), que fue el embrión y la cuna de la Facultad lagunera en la que han cuajado tantas vocaciones periodísticas.
Durante un tiempo –fui testigo– el CICICOM era Ricardo. Era el pulpo Ricardo en la múltiple función de gestor, programador, profesor, secretario, chófer y logístico de una serie de seminarios, cursos e investigaciones que demostraran a las autoridades académicas de la Laguna que había demanda y que era posible y necesaria una Facultad de Periodismo en Canarias.
En puridad, no sabemos ni podemos saber si, sin el impulso de Ricardo, alguien hubiera tenido la paciencia, estímulo y tesón necesarios para crear en Tenerife una facultad que ha permitido y permitirá estudiar Periodismo aquí a cientos y miles de personas que no disponían de medios para hacerlo fuera. La experiencia nos enseña que ésta es una profesión de individualistas y es muy posible que Ricardo Acirón haya sido la condición necesaria para la existencia de la Facultad de Periodismo.
Y, así, que sea en los miles y miles de trabajos, artículos, piezas y reportajes firmados por los que fueron alumnos de esta Facultad y fueron sus alumnos donde se preserven hacia el futuro los genes profesionales de Ricardo Acirón. Esa es la grandeza de la enseñanza, que es una siembra, a veces baldía, pero a veces germen de maravillas.
Ricardo no solo enseñó: creó la plataforma para que otros muchos enseñaran y sigan enseñando. Y en ese proceso vivo pervivirá él y su obra de alguna manera. Y no sólo en las hemerotecas o en los archivos de audio y televisión. O en la herencia que proyecten hacia el futuro Carmita, Jose Miguel, Raquel o Pilar.
Y he querido destacar en estas breves líneas la aportación a la enseñanza de Ricardo Acirón porque, fuera de la academia, es la faceta menos conocida por la sociedad y aún por la profesión, acostumbradas más a recordarlo como el director de Jornada y el subdirector de El Día que fue. Ricardo Acirón estudió, relató y difundió los más 250 años de historia del periodismo en Canarias, en la que él acaba de entrar con honores, después de haberla honrado y enriquecido durante casi medio siglo de intenso oficio.
Salvador García me advirtió sabiamente contra la tentación de alargarme y de repetir aquí lo que don Google con tanta facilidad nos aporta. En alguno de la más de una docena de libros se halla su densa biografía, pero la más accesible y sintética la encontrarán en la web (http://bit.ly/201zOGC) de la Academia Canaria de la Lengua de la que era miembro honorario, como buen profesor de Redacción Periodística que fue; y buen corrector de originales. Doy fe.
De lo que él no presumió nunca en esas biografías ni encontrarán fácil en Google –y por eso lo aporto aquí– es de haber sido uno de los directores de periódico más jóvenes de España, si no el que más entonces. Con 25 años, en 1968, fue director del periódico Lucha, de Teruel, su tierra. Fue un puesto en el que apenas duró unos meses, porque fue cesado por los que entonces mandaban a la postre en todos los periódicos. Un fuerte desencuentro con el gobernador civil de Teruel le sacó del periódico y temporalmente de la profesión. Y por eso vino a Canarias como maestro de escuela pública que también era. Y fundó con Carmita una familia, una facultad y una trayectoria que hoy celebramos. Una trayectoria que, en sus primeros años, dio, junto a Ernesto Salcedo, espacio y debate en El Día y en el Club La Prensa a los nuevos políticos demócratas de los años setenta.
Aquel encontronazo con el poder político, con el gobernador civil, le previno sobre las complejas relaciones de periodismo y política.
Una de las sentencias–advertencia que nos solía hacer a los jóvenes periodistas en los años ochenta era: “No cabe la amistad entre un político y un periodista. La amistad de un político con un periodista es siempre interesada”. Se me quedó grabada.
Años después deje de trabajar con Ricardo –pensé que temporalmente– en Jornada, para hacerlo con un político, Adán Martín, durante muchos años, en el Cabildo y en el Gobierno. Tantos años que acabé yo también en la senda política durante los cuatro de una legislatura.
“¿Sabes lo que te digo Ricardo?”, le inquirí un día unos treinta años después: “Que he descubierto de primera mano que tampoco los políticos pueden ser amigos de los periodistas. Al menos de los buenos periodistas”.
Puso su cara de extrañeza sonriente. “Porque un político –añadí medio en broma– no le puede confiar el secreto de nada a un periodista ejerciente, sobre todo si es bueno. Si es bueno, por muy supuesto amigo que sea, siempre acabará soltándolo en petit comité o publicándolo, porque está en el ADN del oficio”. Cerramos el círculo de aquella enseñanza con la lección de la mutua experiencia de nuestras vidas.
Gracias Ricardo por todo lo aprendido. Gracias a todos ustedes por honrarle con su presencia aquí.
Ricardo bandeó los vaivenes de la política durante décadas y dejó hondas pruebas de su capacidad para la amistad y amor a esta tierra [tanto como para alcanzar su título de más orgullo: Hijo Adoptivo de Tenerife].
Y se topó finalmente, de nuevo, con la peor cara de la política casi medio siglo después, 47 años después, cuando las miserias de la pequeña política universitaria quisieron cortarle el paso a algo a lo que estaba predestinado: a morir con las botas puestas, al pie del cañón, de la investigación, de las tesis, de sus alumnos. Pero no lo consiguieron y el cabezón de Ricardo lo logró. Porque Ricardo Acirón murió hace solo un mes con las botas de servicio bien puestas.
*Texto de su intervención en el acto de entrega del Premio Patricio Estévanez 2016