Álvaro Castañeda González (1923-2016). Nacido en El Paso (La Palma), dedicó casi por entero su carrera profesional al periodismo deportivo, que inició en el semanario Aire Libre, en 1947. Con la fundación de Jornada Deportiva, en 1953, pasó a engrosar su redacción. Diez años después accedió como auxiliar de redacción al periódico El Día, donde se jubiló con la categoría de jefe de sección en 1989. Fue también jefe de Deportes de Radio Popular de Tenerife y corresponsal de las agencias Pyresa, Mencheta y del diario Marca.
Le conocimos en el viejo campo El Charcón, de La Cuesta, cuando alguien le trajo una silla para que, desde el exterior del vestuario arbitral, pudiera seguir el juego más cómodamente. Él sabía de todas las tribulaciones e inconvenientes para informar sobre fútbol regional: inclemencias meteorológicas, reproches de aficionados intransigentes, entrenadores y asimilados maleducados hasta negarse a facilitar una alineación, imponderables de todo tipo para la recopilación de resultados, carreras contra reloj para la obtención de los mismos y cerrar las páginas, actualizar manualmente las clasificaciones de prácticamente todas las categorías…
A pesar de todo ello, Álvaro Castañeda estaba allí, observador, atento, con un sentido del celo informativo fuera de lo común que le valió el respeto y el reconocimiento del universo balompédico de su etapa activa. Castañeda fue cronista puntual del Real Unión de Tenerife, pero también cubrió durante muchas temporadas la trayectoria del Club Deportivo Tenerife, sin olvidarse de sus afinidades palmeras con la Sociedad Deportiva Tenisca.
Lo hizo en el inolvidable Aire Libre, de Julio Fernández, junto a Domingo Rodríguez. Y en El Día y en Jornada Deportiva, en cuyas páginas aparecieron, con su firma, infinidad de crónicas, entrevistas e informaciones que reflejaban un incesante quehacer que mantuvo encendida la llama del interés por las categorías de base. Cuando la dirección le confió una página diaria que tituló en El Día ‘Actualidad del fútbol regional’, se propuso que todo lo noticiable, desde la Preferente a los infantiles, quedara plasmado allí. Lo logró. Y así le fue entregado el premio Domingo Rodríguez, instituido por la Federación Tinerfeña de Fútbol.
Lo hizo, igualmente, en Radio Popular de Tenerife (COPE), donde su director, José Siverio Pérez, le confió la sección deportiva. Hizo, durante algunos años, el programa Radio Deportes, que se emitía a las dos y media de la tarde. Nos pasó el testigo, allá por 1976, en una etapa inolvidable para quien suscribe. Castañeda siguió vinculado a la emisora y no solo seguía interviniendo en el mencionado programa, sino que lo hacía desde el pequeño palco de prensa del estadio Heliodoro Rodríguez López cada vez que jugaba el Tenerife, a través de un antediluviano teléfono de órdenes. Desde allí hicimos nuestras primeras transmisiones, junto a César Fernández-Trujillo, con quien compartimos uno de los fosos a ras de cancha, y los enviados especiales de las emisoras hermanas a las que Radio Popular prestaba asistencia (A propósito: Álvaro fue de los primeros en elogiar nuestra tarea desde aquella ubicación, “pues me cuesta aceptar que desde aquí se pueda narrar el juego con la precisión que ustedes lo hacen”).
Por si fueran pocas sus ocupaciones, ejerció como corresponsal del rotativo madrileño Marca y de las agencias de noticias Mencheta y Pyresa. Habría que preguntarse cómo se las arreglaba para atender todos los frentes pero siempre cumplía. Los sábados o los días de partido en el estadio eran intensos. Era quien echaba el cierre de la redacción, en busca de un güisqui reparador. Solo ya en la fase final de su trayectoria activa fue delegando algunas de esas multifunciones mediáticas en otros compañeros.
Fue servicial y generoso. Poco amigo de los conflictos, su estilo academicista, llano y escueto, sustanció su credibilidad y avaló su cobertura, pese a que algunos deportistas, con los que tenía confianza, le gastaban bromas y chanzas a menudo que él toleraba de buen grado. Solo en una oportunidad nos confesó que “estaba cansado de tanto fútbol” pero él seguía, erre que erre, coleccionando resultados y tomando crónicas por teléfono, revisando pruebas y hasta corrigiendo galeradas.
Vivió las alegrías de los ascensos y las amarguras de las pérdidas de categoría con el mismo celo que caracterizó su ejercicio profesional. Y cuando, ya en democracia, llegó el momento de integrarse en asociaciones, lo hizo con humildad y con excelente predisposición para aportar su experiencia, labrada en infinidad de citas deportivas (principalmente futbolísticas) y en multitud de entradas en todos los géneros periodísticos.
El celo de Álvaro. Memorable.