La influencia del nacionalismo en este cuarto de siglo en Canarias ha sido notable, pero también controvertida.
Coalición Canaria celebra oficialmente este año 25 años de existencia y de hegemonía política en Canarias, un aniversario salpicado de contradicciones, que enfrenta las luces (y sombras) de un cuarto de siglo de poder político en las Islas, al rechazo —cada día más beligerante— de una parte importante de la población isleña.
Sin embargo, la influencia del nacionalismo en este cuarto de siglo en Canarias ha sido notable. Los partidos en el Gobierno tienden a presentar sus éxitos basándose en la obra pública, el dinero invertido o los aciertos en las negociaciones. Pero más que un hospital grande, una red de aeropuertos, cientos de colegios, planes sanitarios más o menos eficientes, infraestructuras concretas o la masiva construcción de hoteles que ha definido el paisaje económico de las Islas, lo que caracteriza y define los últimos 25 años de historia política en Canarias debiera ser expresado mejor en una serie de líneas estratégicas.
La primera es, sin duda, el logro de un desarrollo basado en un nuevo modelo de relación económica —muy ventajosa— con el Estado y con Europa (nuevo REF, nuevo estatus de las Regiones Ultraperiféricas y máxima financiación en los fondos europeos ), y el haber optimizado la condición de Canarias como primer destino turístico europeo de invierno, en una coyuntura histórica de acceso vacacional masivo de las clases medias fuera de su país; al consolidar un sistema de comunicaciones marítimas, terrestres y aéreas que han convertir a Canarias en la región africana más accesible del mundo.
El efecto combinado del renovado Régimen Económico Fiscal y del estatus de Región Ultraperiférica en Europa (ambos logros de Coalición Canaria) modificó el marco de relación de Canarias con el resto de España y Europa en mucha mayor medida que ninguna otra comunidad autónoma haya logrado hasta ahora por la vía de e
Estatutos de Autonomía singulares
A través del REF se consiguió implantar una excepcionalidad fiscal superior a la de vascos y navarros (las otras dos comunidades ajenas al régimen común). El diferencial de Canarias en materia de impuestos indirectos —IGIC frente a IVA— ha permitido que con un nivel salarial inferior al de la media nacional se mantenga una capacidad adquisitiva no muy lejana de la media nacional.
Y la singularidad única en la forma de acceso de Canarias a la Unión Europea se tradujo en la práctica en el hecho de que España mantenga con Europa dos regímenes de adhesión: el peninsular y balear, por una parte; y el canario, por otra, luego ampliamente reforzado por el conjunto de excepciones que configuran la condición de Región Ultrapériferica europea.
El milagro económico
Esos factores son los dos pilares del milagro económico canario, que consiste en ser un territorio hiperpoblado que dobla en renta per cápita a los países de su propio entorno geográfico y, al tiempo, ha logrado un nivel de servicios públicos característico del Estado del Bienestar, equiparables a la media española y cercana a la europea, y eso a pesar de que la renta per cápita de Canarias es la más baja de España y la presión fiscal interna es un tercio inferior a la media española y poco más de la mitad de la europea. Eso se manifiesta en niveles de atención sanitaria y educativa equivalentes y en grados de seguridad incluso superiores a la mayoría de los países europeos; lo que ha facilitado la consolidación de Canarias como destino turístico estable y exitoso.
Los últimos cinco lustros de liderazgo político de Coalición Canaria se caracterizan además —con la excepción del segundo mandato de Paulino Rivero, enfrentado beligerantemnente al Gobierno en mayoría de Mariano Rajoy después de haber sido un socio estable y colaborador— por haber asumido el nacionalismo los grandes acuerdos en materia económica con el Gobierno español y la con Europa, en el ámbito interno produjo un proceso de descentralización política y administrativa en los cabildos insulares que ha permitido reducir las enormes diferencias previas entre islas. Se trata, en cualquier caso, de un resumen muy sesgado de la situación de Canarias: tras la salida de una crisis que agudizó las diferencias sociales, el paro es abrumador, y con él la pobreza, y el tejido empresarial de las Islas sigue siendo flojo y muy vividor, pegado al poder e instalado en el contrato público y la subvención.
La educación no logra producir formación equiparable a la media europea, y el flujo migratorio ha sido tan intenso que no ha permitido crear empleo para los canarios al ritmo necesario. Canarias tiene una economía que funciona pero que no realiza una adecuada redistribución de la riqueza y no permite a un porcentaje muy elevado de su población mantenerse de una mera digna.
Percepción de agotamiento
Esa es la clave de la actual percepción social de agotamiento de un modelo económico de éxito. El hastío con la política y el cansancio de una parte muy considerable de la población hacia Coalición Canaria tiene otras claves, que tienen mucho que ver con la inexistencia de un proyecto nacionalista único, implantado de manera equilibrada y uniforme en las Islas. Para empezar, quien gobierna Canarias desde hace un cuarto de siglo, desde el 31 de mayo de 1993, no comenzó siendo una fuerza política, sino un pacto entre partidos para apoyar una moción de censura protagonizada por Hermoso, entonces vicepresidente del Gobierno de Canarias, contra su presidente, el socialista Saavedra. Fue ése el inicio de la heterodoxa andadura de un proyecto político que cuajó con la presentación conjunta de las AIC, Ican, el Centro de Olarte, los majoreros y el Partido Nacionalista Canario, a las elecciones generales de 1993, por primera vez bajo las siglas de Coalición Canaria. El experimento funcionó, y permitió a los nacionalistas obtener cuatro diputados en esas legislativas, y 21 diputados en las regionales de mayo de1995, consolidando con ello el Gobierno nacionalista, en un pacto con el PP. Diez años más tarde, Ican sufrió una escisión —principalmente en Gran Canaria— que daría lugar a Nueva Canarias, un partido liderado por quien había sido presidente del Gobierno coalicionero hasta 2003. Dos meses después de la escisión, en mayo de 2005, la coalición partidaria que gobernaba las islas decidió convertirse en un partido único, con el mismo nombre usado para participar en las elecciones: Coalición Canaria.
Desde sus inicios como fuerza política —en 1993— hasta la escisión de Nueva Canarias en 2005, Coalición se mantuvo en el poder, siendo siempre la fuerza política más votada del Archipiélago, con más de un tercio del voto regional. A partir de la escisión, el voto nacionalista se dividió entre Nueva Canarias y Coalición, que dejó de ser la fuerza política mayoritaria: en 2007 lo fue el PSOE, en 2011 el PP y en 2015 nuevamente volvió a serlo el PSOE, aunque en un práctico empate de las tres fuerzas mayoritarias que quedaron todas por debajo del veinte por ciento de los sufragios. La suma de los votos nacionalistas —Coalición y Nueva Canarias— supuso el 29 por ciento de los votos en 2007, el mismo porcentaje en 2011 y el 28 por ciento de los sufragios emitidos en 2015. La crisis económica y la eclosión de los nuevos partidos —Podemos y Ciudadanos— supuso grandes retrocesos para el PP (casi la cuarta parte de sus votos) y el PSOE (más de un 44 por ciento), pero sólo provoco la pérdida del seis por ciento de los votos nacionalistas, y un aumento de cuatro diputados: 18 de Coalición Canaria y cinco de Nueva Canarias, frente a los 19 obtenidos por Coalición Canaria en 2007.
La lectura de todos esos datos es obvia: durante 25 años de hegemonía política en esta región, tanto Coalición como el conjunto del nacionalismo canario han resistido mejor el desgaste electoral de lo que lo han hecho el PP y el PSOE. Lo exótico e inexplicable es que, manteniendo el nacionalismo en Canarias esa extraordinaria capacidad de resistencia electoral, el histórico conflicto de liderazgo entre Coalición y Nueva Canarias —que provocó la escisión de 2005— mantenga al Gobierno regional en el impasse de una minoría parlamentaria que impide gobernar, y lastra al conjunto de Canarias con enfrentamientos improductivos y constantes. Enfrentamientos como los centrados en los medios, en el Parlamento y entre el Cabildo grancanario y el Gobierno, mientras la actuación parlamentaria en el Estado se coordina y maneja sin problemas. Pero también diferencias irresolubles en la concepción del sistema electoral, que vienen bloqueando desde hace más de una década la aprobación consensuada de una versión más avanzada del Estatuto de Autonomía.
En realidad, no se trata de un conflicto ideológico —por más que Nueva Canarias guste de situarse ella en la izquierda y a Coalición Canaria en la derecha—, sino de un conflicto de intereses personales. Una pelea por ver quién manda, que no acabará probablemente con el nacionalismo, pero que —como resultado combinado de la incorporación de nuevos actores políticos en el escenario canario, y la división del electorado nacionalista— podría perfectamente dejar a quienes se reclaman nacionalistas fuera de las Cortes Españolas y del Gobierno de Canarias tras las próximas elecciones.