¿Son los detractores del gas precognitivos de ‘Minority Report’? La energía, origen de la guerra de trincheras en la política.
Es el año 2017, Islas Canarias; caso 1107. El departamento de pre-crimen recibe un aviso del año 2050. La implantación del gas en las Islas entre 2018 y 2020 ha sepultado las posibilidades de éxito de las energías renovables y para entonces apenas ha aumentado un punto porcentual su desarrollo. Las emisiones de CO2 y metano han seguido aumentando y contaminando el medio ambiente y el daño es cada vez más difícil de reparar. El objetivo trazado durante la presidencia de Fernando Clavijo de lograr una Canarias 100% renovable, a estas fechas, ha quedado finalmente desterrado. Habría que explicar que el grupo pre-crimen usa visiones del futuro recogidas por los conocidos como precognitivos, tres mutantes con esta habilidad. Tras la alerta, el jefe de equipo manda a un representante a inspeccionar el sistema. Durante la inspección ratifica el daño, lo que impulsa al equipo a detener la implantación del gas en el presente a toda costa. Pero lo cierto es que estos precognitivos a veces tienen visiones del futuro diferentes. A esto se le llama “Informe de minoría”; e implica que, en algunos casos, el futuro puede adoptar giros inesperados.
Dejando el relato de Philip K. Dick (El informe de la minoría, 1956) y la película de Steven Spielberg (Minority Report, 2002) de lado, se puede preguntar uno si la última gran batalla de trincheras de la política canaria es fruto de un malentendido o de una visión futurística. ¿Están los detractores del gas equivocados o en lo correcto?, ¿son acaso precognitivos de Minority Report?, ¿podrían equivocarse?
Lo cierto es que los detractores del gas lo tienen claro. El presidente del Cabildo de Gran Canaria, Antonio Morales, abanderado de este postulado, ha llegado a asegurar que el modelo energético para Canarias “no es compatible con el gas que nos quieren imponer” al albor de “distintos intereses”. Para Morales, permitir la implantación del gas es una “irresponsabilidad”, hablar de gas ciudad es una “trampa” y no son otra cosa más que “excusas pueriles“ todo lo que retrase el cambio, inmediato, hacia las renovables. Ha pedido “acelerar las renovables sin condiciones“ y hace suyo el uso del apelativo “villano del clima” en referencia al presidente Clavijo.
Parte de la transición
Para el Gobierno de Canarias, en cambio, el gas es parte de la transición. En la actualidad entre el 85 y el 90 por ciento de la energía eléctrica de Canarias se sigue generando con la quema de derivados líquidos del petróleo: fuel oil o diesel, con las consiguientes altas emisiones de C02 y otros gases de efecto invernadero a la atmósfera. El gas representa, para sus defensores, una forma más limpia de generar electricidad mientras se van produciendo las condiciones que permitan un futuro 100% renovable.
Generar toda la energía del Archipiélago con renovables depende de muchos avances que aún no se han substanciado, no solo en forma de concursos o impulso de la Administración, sino también de capacidades tecnológicas que aún andan lejos, como las dificultades para el almacenamiento de electricidad o la disponibilidad a demanda.
Disponibilidad es sinónimo de seguridad de suministro. Tenemos automatizado llegar a casa, dar al interruptor y que la luz se encienda. Poner la lavadora cuando tenemos tiempo, dándonos igual si es hora punta, pues bastante tenemos con sacar el rato. ¿Estamos dispuestos a cambiar nuestra forma de consumir energía?, ¿admitiríamos cortes en el suministro o subidas del coste de la energía?; ¿cuánto precio de más estamos dispuestos a pagar por una energía más limpia?, ¿cargada en la factura o a costa de los Presupuestos Generales del Estado? ¿Pesa más el rechazo social a instalar nuevos activos de generación que todo lo anterior? Todas esas y muchas más son las preguntas que tiene que responder un regulador a la hora de establecer el delicado equilibrio entre seguridad, precio y mix energético. O lo que es lo mismo, cuánto de cada energía interesa en cada momento y qué conviene impulsar y hasta qué punto.
Para los técnicos se trata de un simple ejercicio de matemáticas. El coste actual de una fuente energética frente a otra y la estimación de por cuánto tiempo podrá serlo según varios escenarios posibles. Teniendo en cuenta también el coste de reducir emisiones con una u otra fórmula, de forma inmediata o para un futuro a medio y largo plazo. Por eso, más que con los precognitivos de Minority Report, que pueden equivocarse, me quedo con los cálculos que hagan los expertos, los técnicos, sean cuales sean. También pueden equivocarse, es cierto, pero al menos no se sirven de superpoderes, sino de hojas de excel.
Identificación ideológica
Fiel reflejo del reduccionismo y la simplonería en los debates que, lamentablemente más de lo que debería, acompañan a la política y a esta sociedad de la inmediatez y el consumo rápido, el gas se ha convertido en un elemento de identificación ideológico. No se puede ser de izquierdas y estar a favor y, por tanto, si lo estás eres de derechas. O peor, “algún interés debes tener“.
Más allá de la discusión, tal vez más filosófica de si las ideologías han muerto o siguen más vivas que nunca, lo cierto es que la resolución del conflicto sobre el gas, como con la energía en general, debería circunscribirse al terreno de los datos y no ser objeto de pugna partidista.
Fuerzas políticas como Podemos han planteado la realización de un referéndum sobre la implantación del gas al más puro estilo de lo que se intentó con las prospecciones petrolíferas de Repsol en las Islas. El partido violeta ha planteado dar a elegir entre gas o renovables: una disyuntiva dirigida a no dejar demasiado margen a la duda.
Pero antes de decir que sí o que no a una consulta ciudadana, ¿sabemos para qué se usa el gas? El gas tiene uso doméstico, para hornear, cocinar, calentar el agua o impulsar calefacción o aires acondicionados, pero también comercial: se usa en restaurantes, panaderías, lavanderías u hospitales. La industria también puede emplear gas como combustible o para motores de combustión, así como los coches se pueden transformar de gasolina y diesel a gas.
Desde el punto de vista comercial podríamos estar seguros de que muchos optarían por el gas canalizado en vez del modelo actual, en casi monopolio, del gas embotellado: por comodidad (se evitan los cambios de bombonas), por rentabilidad (evitaría dedicar metros y cuartos específicos, normalmente en fachada, para su ubicación) y, tal vez, por precio (más competencia suele redundar en ahorro para el bolsillo).
Además, la disponibilidad del gas no obliga al consumidor a optar por él si no le interesa. Su incorporación a la oferta disponible y su éxito o fracaso, por tanto, podría suponer una consulta ciudadana en sí misma, aunque plantear una pregunta previa tampoco parece una mala idea.