El rey Clavijo y los caballeros de la mesa cambada

Canarias se adentra en la catatonia política, con un Gobierno en minoría que a veces no cuenta con apoyos suficientes y una oposición ferozmente dividida.

Las leyendas sobre el Rey Arturo de Bretaña hablan de un monarca ungido por el destino, que arrancó una espada mágica —Excalibur— de una piedra y que, rodeado de un grupo de fieles —los Caballeros de la Mesa Redonda— unificó Britania y le plantó cara a las invasiones sajonas, además, naturalmente de buscar el Santo Grial. La idílica leyenda de Camelot, la fortaleza y sus bellas viviendas adyacentes, en realidad encubría un insalubre castillo y las chabolas que lo rodeaban. Y de haber existido realmente Arturo de Pendragón seguramente sería un bestia de muchísimo cuidado que tuvo que dejarse los cuernos en las campiñas británicas por las que campaban los peligrosos pictos, sajones y Antonio Morales, que ya era alcalde de Agüimes.

Cuando Fernando Clavijo fue designado candidato de Coalición Canaria a la presidencia del Gobierno no tuvo que arrancar ninguna espada de una piedra. En realidad, la espada se la hincaron otros a su antecesor, Paulino Rivero, un monarca venido a menos en el nacionalismo por sus enfrentamientos mediáticos y contra el Gobierno central. A Rivero le tocó administrar una larga crisis, pero no fue la economía la que terminó debilitándole ante los suyos, sino los frentes abiertos en el terreno de la comunicación. Alarmados ante la deriva del Gobierno autonómico y pretendiendo realizar un “cambio de aires”, los nacionalistas apostaron por un tipo joven, de modales exquisitos y dialogantes, llamado a restaurar las buenas relaciones con Madrid.

La caída en desgracia del ministro Soria, por aquel asunto de los papeles de Panamá, dejó el camino expedito. Los dos rivales que se tenían ojeriza, uno allá y otro acá, habían desaparecido. Y Clavijo aprovechó el hueco para producir un cambio sustantivo en las relaciones con Madrid. Pero sería muy injusto olvidar que al éxito de su tarea contribuyó el destino. O si se quiere, el azar matemático. El solitario voto de Coalición Canaria en el Congreso de los Diputados, el de Ana Oramas, se convirtió en fundamental para el Gobierno en minoría de Mariano Rajoy. Ese fue realmente el aceite con el que se engrasaron las oxidadas relaciones entre ambos gobiernos, que iniciaron una etapa de fructífero entendimiento a pesar de que Fernando Clavijo cogobernaba en Canarias con los socialistas.

Los méritos del presidente

Si la causa del bien causado fue la casualidad de que un voto nacionalista canario contara en Madrid, el aprovechamiento de esa circunstancia es sólo un mérito de Clavijo. Uno de los graves problemas de las Islas es que no tienen jurídicamente consolidadas buena parte de sus medidas especiales de financiación. Bien que lo comprobamos durante los años más duros de la crisis, cuando los recortes inmisericordes del Gobierno central arrebataron más de 700 millones cada año a los canarios y deterioraron servicios esenciales como la Sanidad o la Educación.

El nuevo presidente canario empezó a enderezar esos renglones torcidos pero con un propósito: que lo que se negociara no fuera flor de un día, sino que se mantuviera de manera permanente en las relaciones entre Canarias y el Estado. De ahí surgió el acuerdo con Hacienda para que los ingresos devenidos del Régimen Económico y Fiscal —destinados a las haciendas canarias— no se tuvieran en cuenta como tales ingresos a la hora de repartir la pasta en el Fondo de Competitividad, donde perdíamos con la jugada unos cuatrocientos millones.

Era un tema de justicia, porque los ingresos del REF no son, en puridad, ingresos ordinarios, sino la manera en que el Estado compensa la lejanía y la insularidad del Archipiélago. Computarlos como financiación sería darle un valor que no tienen y convertir en papel mojado la solidaridad del Estado con las Islas.

Además, Clavijo negoció que se nos dejara en las arcas de las Islas el 50% de la recaudación del antiguo Impuesto General sobre el Tráfico de Empresas, unos 160 millones que se pagaban cada año a Madrid y que a partir de ese momento se quedaron en nuestros presupuestos. Además de estos dos sonados éxitos, Clavijo y su equipo económico consiguieron restaurar la financiación de los convenios especiales y programas de ayuda a las Islas —como en el caso de carreteras, obras hidráulicas, desalación o empleo— y, con la inestimable ayuda de Nueva Canarias, que adquirió un papel negociador protagonista, se arrancó una subvención del 75% al transporte interior de viajeros y mercancías en el Archipiélago tras el que se abrió la puerta a una ayuda similar en los viajes a la Península. Y además de todo esto, se impulsó la aprobación de los aspectos fiscales y económicos de la nueva Ley de REF y la modificación y mejora del Estatuto de Autonomía, aún en trámite legislativo.

El gran haber político del nuevo Gobierno de Clavijo ha sido aprovechar los nuevos vientos con Madrid para avanzar en el terreno no sólo del aumento de la financiación de las Islas, sino en su estabilidad: en que muchos de los recursos obtenidos ya no estén sujetos a la arbitrariedad del gobierno de turno, que no podrá apretarle (tanto) las tuercas a las Islas a través de recortes discrecionales. En buena parte, ese objetivo ya se ha conseguido.

El conflicto interno

En el terreno de la política interior, las cosas no han sido tan venturosas. Clavijo, como Arturo, sentó en la mesa redonda del Gobierno a los suyos y a los socialistas. Pero las relaciones no eran buenas y la mesa se cambó. La vicepresidenta del Gobierno, Patricia Hernández, necesitaba imperiosamente consolidar su liderazgo en el partido y, por lo tanto, una gestión pública exitosa de las áreas que tenía su gente. No se lo pusieron fácil. Con un PSOE dividido a nivel regional y una broca en Madrid, que acabaría ganando Pedro Sánchez, el suelo se movía debajo de los pies de Patricia Hernández, una candidata correosa y populista que algunos, dentro y fuera de su partido, querían quitarse de enmedio. Tuvo su oportunidad de convertirse en una heroína del PSOE en Tenerife, cuando los nacionalistas pusieron una moción de censura en Granadilla y expulsaron al alcalde socialista. Pero el aparato del partido en la isla calculó mal. Se hicieron aspavientos y ácidas declaraciones, se amenazó con mociones de censura en otros municipios, se requirió la espada, hubo miradas de soslayo, pero se fueron y no hubo nada.

No hubo nada más que un empeoramiento de las relaciones entre los consejeros socialistas y los nacionalistas que empezó a afectar a la coordinación del Ejecutivo. Y que estalló cuando el consejero de Sanidad, Jesús Morera, empezó a gastar más dinero del que tenía en los presupuestos de una manera tan acentuada que provocó la intervención de Hacienda. Es cierto que el gasto presupuestado de la Sanidad es siempre inferior al real y que ese ejercicio Morera tenía menos dinero del necesario, pero también que el gasto se le estaba saliendo de madre.

Por unas cosas y por otras, Clavijo terminó abriendo la puerta cortésmente para que los socialistas se mandaran a mudar. Habían sido demasiadas broncas. Con la ausencia de diputados socialistas en la aprobación de la Ley de Turismo de las Islas Verdes, con críticas al proyecto de Ley de Suelo… El PSOE salió del pacto de Gobierno y todo el mundo dio por hecho que la mesa cambada vería rápidamente la llegada de unos nuevos caballeros: la gente del PP. Se tardó algunos meses pero finalmente Asier Antona inició unas conversaciones que finalmente acabaron en fiasco. Tal vez porque pidieron demasiado poder. O tal vez porque alguien pensó que si Oramas mantenía el Gobierno de Rajoy en Madrid, favor con favor se paga.

A partir de ese momento, Canarias se adentró en la catatonia política. Un Gobierno en minoría que a veces no cuenta con apoyos para sacar sus propuestas. Y una oposición ferozmente dividida entre sí, a la que sólo une su animadversión al Gobierno. A esta realidad hay que atribuir el colapso en el que ha entrado el Parlamento canario, donde es difícil que se resuelva ningún asunto que requiera consenso o pacto.

Éxitos en la política exterior y complicaciones internas. Ese es el saldo de estos tres años del gobierno de Clavijo, que ha demostrado tener guante de seda en puño de hierro. A quienes hablaban de su “buen rollito” les habrá sorprendido, y no poco, la contundencia de algunas de sus decisiones. Pese a todos los problemas, ha tenido la habilidad de haber aprobado en lo que va de mandato varias leyes importantes –como la Ley del Suelo– y haber creado una herramienta financiera extraordinaria para las islas menores, como el Fondo de Desarrollo de Canarias (aplaudido con las orejas por presidentes de cabildos incluso del PSOE), que las ha colocado como sus aliadas. No es mal resultado para tres años agitados. Sobre todo porque los nacionalistas se consuelan pensando que si gobernar desgasta –y les ha desgastado–, estar en una oposición con guerras intestinas desgasta bastante más.

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