Como esta es una reunión fraternal, un encuentro de colegas, en activo unos y otros ya en dique seco, no la agüemos con palabras grandilocuentes, de modo que sea buen motivo para la camaradería y la cordialidad, que bien que lo demanda y se lo merece esta asendereada profesión; pero que, no por eso, pueda verse mermada siquiera sea una milésima, su significación ni tampoco la importancia que tiene.
Hoy, la Asociación de la Prensa de Tenerife le entrega al periodista José Siverio Pérez el Premio Patricio Estévanez a la trayectoria profesional, galardón instituido por la APT en 2014 y otorgado por primera vez en 2015 para reconocer la constancia y dedicación de quienes se han dejado la piel en el duro menester del periodismo.
Nuestro presidente Salvador García Llanos me pidió días atrás que glose, en tres folios –ni uno más– la personalidad de nuestro ilustre compañero. El drástico tope que Salvador me ponía me recordó la noche en que al gran Paco Pimentel se le ocurrió comenzar a escribir en el matutino Santa Cruz, la nuit. Entró Paco en el despacho del director, que era Ernesto Salcedo, y sin abandonar de entre los labios su inseparable puro mascado y resalivado, se lo comentó. Salcedo levantó la cabeza, lo miró y, por todo comentario, le dijo: “Veinticinco líneas”, y volvió a lo suyo. Regresó Pimentel a la redacción, se hizo con una de las prehistóricas máquinas de escribir de la época y una tira de papel para pruebas, y comenzó a teclear en el cacharro. Cuando llevaba escrito un trozo regular, se detuvo y contó los renglones. Veintiuno, me parece recordar que farfulló. Con pareja rapidez, como hasta aquel momento, añadió las cuatro líneas que faltaban, firmó, y lo pasó a la linotipia. A partir de entonces, cada noche Francisco Pimentel Santana fue escribiéndo, de veinticinco en veinticinco renglones, como en el juego de tres en raya o del pase mi si, entre mayo de 1957 y octubre de 1958, las ciento doce crónicas del más hermoso y certero friso de la capital tinerfeña de comienzos de la segunda mitad del siglo XX que es Santa Cruz, la nuit, en una envidiable prosa neobarroquizante, como barroquizante pero no envidiable fue su vida.
Anécdotas al margen, tenía sobrada razón nuestro presidente cuando me impuso el drástico tope, pues bastantes tabarras se aguantan en la diaria labor informativa (yo ya no, ni el cura Siverio; pero la mayoría de ustedes sí) para encima flagelarnos entre nosotros con parecidos silicios. Del conocido aforismo de Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”, suele olvidarse su envés, tanto o más importante: “Y lo malo (que, en este caso, sería mi intervención), si poco, no tan malo”. Pues eso.
La dificultad mayor para cumplir el mandato salvadoreño radica en que José Siverio no ha sido únicamente periodista. Ha sido bastante más, y merecedor todo ese más de ser apreciado y reconocido. Omitir cualquier parcela desdibujaría su perfil biográfico. Veamos lo que yo recuerdo:
Ante todo, decir que José Siverio Perez nació en Los Realejos en 1928 (frisa, pues, los noventa años), es sacerdote desde hace sesenta y cinco y canónigo doctoral de la catedral de La Laguna y secretario capitular desde 1980 hasta que, en 2004 pasó, por razón de edad, a canónigo emérito.
Periodista empezó a serlo antes que presbítero, porque el gusanillo del periodismo se le coló cuando estudiaba en el Seminario de La Laguna y se enroló en la redacción de Horizontes, revista que comenzó a confeccionar en 1950 un pequeño pero activo grupo de seminaristas, y ya no pudo escapar a su fatal sortilegio.
Según el inolvidable Alfonso García Ramos, el vicio de la tinta impresa (ahora será el “toner”; no sé si dice así) era, y es, más pernicioso que el tabaco y la bebida, por lo que José Siverio no logró erradicarlo, pues, como también aseguraba Alfonso, contra el veneno de esta profesión no se ha descubierto ningún antídoto. El cura Siverio marcha a Madrid en 1956 para estudiar Periodismo. En el centro de la Escuela Oficial de Periodismo (EOP) de la madrileña calle Zurbano coincide con otros canarios, casi todos tinerfeños; un grupo variopinto y veteado de surrealismo: Gilberto Alemán, Olga Darias, Alfonso, Alberto Vázquez Figueroa y el inefable Domingo de Laguna.
Apenas un año después de su regreso a la isla, Siverio, ya periodista, se hacía cargo de la dirección de la emisora La Voz del Valle, que comenzó a emitir en La Orotava en junio de 1960. Los estudios –es un decir– estaban en un semisótano del Ayuntamiento. Disponía de un grupo emisor de solo 600 vatios, y, como el fluido eléctrico en la villa era tan pobre como veleidoso, se valía, para su alimentación, de un grupo electrógeno que todas las mañanas había que poner en marcha, tirando con fuerza de una cuerda. Recuerdo este detalle porque ilustra bien la precariedad de medios de entonces, que sólo el entusiasmo, la imaginación y la capacidad improvisadora de sus responsables, empezando por el director, lograban suplir. El padre Siverio tenía a su cargo al propio tiempo la parroquia orotavense de La Luz y daba clases en el Colegio San Agustín de su villa natal y en el Instituto Laboral del Puerto de la Cruz, amén de otras actividades, en las que no me puedo detener. La aventura de La Voz del Valle se prolongó hasta 1966.
Un año más tarde, en abril de 1967, el obispo redentorista Franco Cascón le encomendó poner en marcha en La Laguna Radio Popular de Tenerife, como emisora diocesana, que se inauguró bajo su dirección dos años después, en 1969. En el cargo permaneció José Siverio un cuarto de siglo, hasta la jubilación laboral reglamentaria al llegar 1994. En esos veinticinco años, consiguió colocar la emisora en un lugar de referencia en el panorama radiofónico del archipiélago. Fue un cuarto de siglo de arduo trabajo, de afanes, de ilusión para hacer una radio cada vez más competitiva y acorde con las exigencias de su tiempo y de la audiencia, de renovación de programas y de adecuación a la nueva situación política y social establecida con la democracia; una labor fructífera, incluso en la formación de equipos humanos de redacción y colaboración. Quienes se beneficiaron de su magisterio –Salvador García Llanos puede confirmarlo– reconocen y alaban sin cortapisas su esfuerzo, su tolerancia y habilidad. A toda esta labor ha de agregarse, en el terreno de la actividad periodística, la de director de la revista mensual Alcance, de 1960, y de la hoja Pregón, que llegó a alcanzar una tirada de sesenta mil ejemplares.
Pero –ya lo dije– José Siverio, además de los de sacerdote y de periodista, ha transitado en su larga andadura otros caminos, que han contribuido a acrecentar su personalidad. En los escasos renglones que me quedan, me referiré a los principales, aunque tenga que hacerlo en forma telegráfica: músico sobresaliente, compositor, fundador y director de coros en la época de oro de la música coral en Canarias; maestro de canto y director de la banda de música La Filarmónica de Los Realejos; profesor de humanidades y de bellas artes; tracista de retablos; tallista de imágenes, algunas policromadas, como la primera que se veneró en el archipiélago de san José de Anchieta, poco después de ser declarado beato en 1980, o las de la Semana Santa realejera y las que lamentablemente se destruyeron en el incendio de la iglesia de la Concepción de su pueblo; impulsor tenaz de la reconstrucción del citado templo; restaurador de obras de arte; pintor a ratos, y, aunque cabría continuar, como no puedo extenderme más, autor de las publicaciones Un pueblo cualquiera [Madrid, 1969] y Los conventos del Realejo, premio Viera y Clavijo de investigación y literatura de la villa de Los Realejos [1976]. Agregaré que en 1995 fue distinguido por el municipio donde nació con el título de hijo predilecto y que, desde el año 2002, un monumento con su busto en bronce se alza en una de las plazas de la villa.
Hoy José Siverio recibe el premio Patricio Estévanez a la trayectoria profesional. Un premio que lo honra sobremanera, pues lleva el nombre de un gran maestro y guía de periodistas, gran tinerfeño, gran persona y fundador de nuestra Asociación: don Patricio Estévanez y Murphy. Me alegra muchísimo que se le haya otorgado este galardón, que lo enaltece, a la vez que él le da también prestigio. Don José es, por edad, el decano de los periodistas tinerfeños y de los periodistas canarios. Es buen motivo de celebración. Y, como es cura, felicitémoslo y démosle los parabienes en latín: ad multos annos, estimado compañero y, sin embargo, amigo. Y que nosotros lo veamos.
*Texto de su intervención en el acto de entrega del Premio Patricio Estévanez 2017