Juan Antonio Sánchez Henríquez (1945-2015). Nacido en el barrio lagunero de Taco (Tenerife), fue uno de los impulsores del periodismo deportivo tinerfeño desde su vuelta a la Isla tras una etapa profesional, como militar, en la Península (donde trabajó para el diario Marca) y el Sáhara. Juan Quintana o Juan Sánchez-Quintana, como firmaba sus artículos, fue redactor y redactor jefe de los periódicos Jornada Deportiva y El Día, además de fundador y primer presidente de la Asociación de la Prensa Deportiva de Tenerife y propulsor de la Gala del Deporte Tinerfeño. Antes estuvo ligado al fútbol como directivo del San Luis y del CD Tenerife, de cuyo equipo profesional fue también delegado.
La noticia del fallecimiento de Juan Antonio Sánchez Henríquez (a quien todos conocíamos por Juan Quintana) sacudió el desayuno del domingo. Es curioso, suele ocurrir: sabíamos de su enfermedad (él tampoco la ocultaba en sus confesiones, siempre tan reflexivas) y de la evolución del proceso; pero nos cuesta aceptar que va a llegar un final inevitable, sobre todo para personas que entrañan la bonhomía de Juan. Cuando se recibe la noticia, se produce en el interior algo más que un rasguño: es un dolor desgarrado, que se extiende, sí, silenciosamente. Y con pena, con profunda pena.
Desde el cumplimiento del servicio militar, a mediados de los años setenta del pasado siglo, ya nos relacionábamos con quien encontraba tiempo para todo: a sus deberes con el Ejército unía la dedicación a tareas directivas en el San Luis, de Taco, el equipo de sus amores, junto al Club Deportivo Tenerife. Juan, siempre discreto y sin afán de notoriedad, se sumó activamente luego a la causa del cambio que impulsamos para el fútbol regional y sus estructuras federativas. Siempre recordábamos ese episodio del “grupo de Tacoronte”, un conjunto de directivos de equipos de todas las categorías que se reunía habitualmente en esta localidad con el noble propósito de acabar con el inmovilismo y otros vicios, así como de lograr que la importancia de ese fútbol se correspondiera activamente con la dimensión social que entonces había cobrado en el ámbito territorial.
Una tarde, víspera de un pleno federativo en el que habían sido incluidas unas cuantas propuestas, Sánchez llegó con un mensaje lacónico, entre resignación y entereza:
-¡A este grupo le van a dar más leña! Pero no hay que rendirse ahora. Lo que se haga ahora será sembrar para el futuro…
Mucha razón le asistía. Luego, hizo algo más que coquetear con el periodismo deportivo. Escribía bien, tenía criterio. Y se hizo con un espacio propio en esta parcela de la profesión que, entonces, a duras penas, se vertebraba con el fin de que fuera reconocido el trabajo de tantas personas que se esmeraban en buscar resultados, encontrar fotos y cubrir disciplinas minoritarias. Mediados los ochenta, cuando ejercíamos en nuestra primera etapa municipal, nos reunimos para traspasar formalmente los trastos de aquella extinta Unión de Periodistas Deportivos de España (UPDE). La delegación provincial que presidíamos pasó a ser ocupada, sin traumas de ningún tipo, por Juan Sánchez Henríquez y un equipo de entusiastas profesionales que habría de fraguar el salto a la Asociación de Prensa Deportiva de Tenerife (APDT) que se consolidó en pocos años con un sello imborrable: la preparación y ejecución de la Gala de Elección de los Mejores Deportistas tinerfeños, primero en el antiguo Casino Taoro y luego en otros escenarios.
Fue también directivo del Club Deportivo Tenerife. Ejerció como delegado del club en numerosos desplazamientos. Pero Sánchez ya sentía la llamada para dedicarse de lleno al periodismo deportivo. Se incorporó a El Día, sin perder para nada la conexión con su Jornada del alma. Y en sus páginas se notaba el enfoque serio y riguroso que imprimía celosamente sin renunciar al espíritu crítico que le caracterizaba. Vivió de cerca la época dorada de la entidad, como un tinerfeño más, pero con un criterio profesional por encima de todo.
Ni las redes sociales se le resistieron cuando, ya jubilado, empezó a seguir los acontecimientos a cierta distancia. Dotado de cierta ironía, lanzaba mensajes desde su muro y relataba episodios que no necesariamente tenían relación con el deporte. Mantuvo la entereza, aún consciente de su enfermedad. En ese sentido, fue admirable su capacidad para sobrellevarla. No se apagaron ni su espíritu ni sus ganas. Hasta el último momento, Quintana hizo gala de sus cualidades. Entre ellas, la lealtad y la resistencia.