Políticamente volcánica

El nacionalista Pedro San Ginés, con lo bueno y lo malo, se ha convertido en figura y actor central de la política lanzaroteña.

Aseguran que el diablo, otro año más, ha visitado Lanzarote y que todavía seguimos esperando a que lo haga el Mesías. Posiblemente, algo de ello tenga que ver con el Volcán de Timanfaya, que ya el gran César Manrique comparó con el infierno, colocando en la entrada del Parque Nacional de las Montañas del Fuego la figura de Lucifer esculpida en hierro.

Sea por eso o no, 2017 se vio marcado política y socialmente, de nuevo, por las inestabilidades, por los movimientos telúricos con los que los habitantes de esta isla están acostumbrados a convivir desde las históricas erupciones de 1730, cuando la tierra estuvo seis años escupiendo lava sin parar, transformando gran parte de la orografía y el paisaje. Los supersticiosos achacan a ese carácter volcánico ancestral de nuestra gente el hecho de que el Cabildo de Lanzarote y el Ayuntamiento de Arrecife hayan saltado por los aires.

Los consejeros socialistas, a los que ya les costó sudor y lágrimas entrar a gobernar de nuevo con CC y otorgarle la Presidencia del Cabildo a Pedro San Ginés, rompían el pacto por enésima vez este año. Desde entonces el diablo no ha dejado de tentar a los partidos para desalojar a Pedro San Ginés del sillón presidencial. Un político que, contra viento y marea, pero sobre todo contra todo pronóstico, terminaba 2017 en la presidencia. Nunca antes un presidente de Cabildo había logrado mantenerse tres mandatos consecutivos en el sillón.

San Ginés, protagonista

San Ginés, con lo bueno y lo malo, se ha convertido en figura y actor central de la política lanzaroteña. Se trata de un tecnócrata con pocas habilidades sociales, antipático para algunos, prepotente para otros. Retador y valiente para muchos. San Ginés no rehúye las polémicas y entra en todos los charcos, pero hasta la legión de enemigos (los tiene hasta en su partido) reconoce su capacidad de trabajo, su entrega a la institución insular en estos ocho años que la viene dirigiendo.

Se le reconoce, también, el mérito de haber salvado de la ruina en la que se encontró la antigua Inalsa, empresa pública que tiene el monopolio de la producción y venta del agua potable. También salvó del hundimiento a los Centros Turísticos de la Isla, una joya a la que el Partido Socialista y la crisis habían llevado a pérdidas millonarias. Pero sobre todo, este año de 2017 culminaba bajo su mandato el gran proyecto del Complejo Medioambiental de Zonzamas, que hasta entonces (el tratamiento de residuos) se había convertido en el peor problema medioambiental de la Lanzarote biosférica.

Por otro lado, el empeño del presidente ha sido fundamental para la apuesta de la implantación de las energías eólicas, con el inicio de un ambicioso programa donde se pretende que gran parte del consumo energético en la isla provenga de las energías alternativas en diez años.

A Pedro San Ginés, a pesar de su reconocida capacidad de trabajo y de que en los peores años de la crisis mantuvo la nave a flote, los sectores que hasta entonces cortaban el bacalao en esta isla no le han perdonado que no haya rendido pleitesía a una institución como la Fundación César Manrique (FCM), que, a la postre, se ha convertido en un poder fáctico, en algo más que un fundación cultural. Hasta entonces, hasta la llegada de Pedro San Ginés, nada importante, sobre todo en los temas estratégicos, se realizaba sin el visto bueno de la FCM.

Pedro San Ginés marcó ciertas distancias con la Fundación desde el primer momento. Y esa actitud displicente, o políticamente incorrecta, le ha costado muy caro al presidente del Cabildo. Desde que el PSOE lo dejó en minoría  en agosto, no han dejado de prepararse operaciones derribo contra la Presidencia. Realmente, desde el minuto uno, la FCM dictó sentencia contra San Ginés.

Temor a la Fundación César Manrique

Sin la Fundación no se puede entender lo que ha ocurrido y ocurre en Lanzarote. Nunca ha estado cómoda sin el PSOE gobernando. Y por eso, algunos sectores achacan, no sin razón, la parálisis de los instrumentos de control del territorio y del urbanismo no sólo a la habitual pachorra administrativa y al enredo jurídico existente en Canarias, sino, sobre todo, al temor de los partidos políticos a la FCM.

Hasta que la fundación no firme el visto bueno, Lanzarote seguirá sin Plan Insular actualizado, sin Plan Especial de La Geria, sin el PRUG del Parque Natural del Archipiélago Chinijo. Y también seguirá sin Plan General de Arrecife. Por cierto, una capital abandonada y desnortada desde hace años a la que no ayuda nada a resolver sus problemas un grupo de gobierno silente y en clamorosa minoría.

La llegada a las instituciones de los llamados partidos nuevos tampoco sirvió para mejorar el gobierno de Lanzarote en 2017. Por el contrario, la entrada de las llamadas fuerzas alternativas en las dos principales instituciones de la isla ha generado más inestabilidad, más radicalización en debates ya superados por la ciudadanía, que realmente beneficios. Como decía alguien, los que quieren llegar para tirar todo lo que se ha construido durante años, creyendo que debajo está el paraíso, pecan de irresponsables, porque al final sólo encontraremos las ruinas.

Milagrosamente, a pesar de los enredos políticos y judiciales que han marcado un año más a la isla, en Lanzarote creció la actividad económica gracias al magnífico comportamiento del turismo. Se han creado más puestos de trabajo en el sector servicios que en los mejores años antes de la gran depresión mundial de 2008, aunque seguimos con unas altas tasas de desempleo, cercanas al 19%. La construcción, quizás el sector que más sufrió durante la gran crisis, ha crecido notablemente en 2017, pero no lo suficiente para alcanzar las altas cifras de empleo del año 2008. Este año se han terminado de renovar algunos complejos  turísticos y se han comenzado a construir dos nuevos hoteles de cinco estrellas.

Lanzarote, una isla con más de cinco mil empresas, con más de tres millones de turistas anuales, con una población de cerca de 150.000 habitantes, con una sociedad multicultural bastante bien integrada, tiene todos los elementos para convertirse en la pequeña gran isla del Archipiélago. Pero habrá que esperar a que nos visite el Mesías en lugar del diablo.

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