Tras siete años de éxito, no está claro que las Islas puedan mantener su liderazgo turístico en un escenario de competitividad normalizada.
Canarias cerró el año 2017 con récord histórico en número de turistas: 16 millones, sumando extranjeros y nacionales. A esta abultada cifra llegó tras encadenar sucesivos años de bonanza, desde que en 2011 superó un trienio negro previo a causa de la crisis. Los visitantes llegaron a caer entonces desde los diez a los ocho millones que registró en 2008: justo la mitad de los que hoy recibe. Este crecimiento espectacular y sostenido durante siete años de vacas gordas ha sido posible fundamentalmente por dos factores: el clima de siempre y su revalorizada seguridad.
El impacto del terrorismo en algunos de los destinos que compiten con el Archipiélago en la oferta de sol y playa ha sido, desafortunadamente para ellos, el principal valedor del éxito turístico canario en esta segunda década del milenio. Los atentados yihadistas en hoteles, museos y playas de importantes destinos como Túnez, Egipto o Turquía, pero también en emblemáticos referentes urbanos europeos como París, Londres e incluso Barcelona, han convertido a la seguridad en uno de los criterios de mayor peso a la hora de elegir a dónde viajar.
Un balance elocuente
Y el balance para Canarias no puede ser más gráfico: un millón de viajeros más de media cada año; cerca de 18.000 millones de euros de ingresos y más de 100 millones de pernoctaciones. En este último indicador, la marca Islas Canarias se ha convertido de hecho en el destino preferido por los viajeros europeos, por encima incluso de ciudades turísticas por excelencia como París o Venecia según datos de Eurostat. Y tres municipios turísticos canarios (San Bartolomé de Tirajana, Adeje y Arona) integran el ránking de los ocho más importantes de España en número de estancias. Puede hablarse, por tanto, de una consolidación del liderazgo turístico de Canarias en el mercado internacional: “Ya tiene mérito que unas pequeñas islas perdidas en medio del Atlántico reciban los millones y millones de turistas que las visitan”, reflexionó en una reunión Enrique Martinón, uno de los empresarios canarios más internacionalizados (con negocios en Cuba, México y República Dominicana, además de en su tierra natal).
Debate sobre los límites
Pero como cada cara de toda moneda tiene su revés, tal éxito turístico ha provocado que se alcen de nuevo en las Islas viejas voces para verbalizar lo que piensan muchos: “¿Dónde está el límite?”. Los empresarios turísticos no quieren, en general, que se plantee siquiera la pregunta. Y han reaccionado con su frentismo habitual cuando el propio Gobierno canario planteó, al cierre del año, la necesidad de realizar un estudio sobre la capacidad de carga.
Pero la masificación turística es una amenaza real que pesa sobre la sostenibilidad de cualquier destino. Y si Canarias, con 2,1 millones de habitantes y 16 millones de visitantes, ha escapado hasta ahora a los fenómenos de turismofobia es porque cuenta con importantes singularidades respecto a otras regiones turísticas como Baleares: sus visitantes se reparten entre cuatro grandes destinos (Tenerife, Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote) y a lo largo de los 365 días del año. Sin estacionalidad, el nivel de concentración de los visitantes en proporción a sus residentes es, por tanto, aún sostenible socialmente.
Otros interrogantes
Pero los límites no son, ni mucho menos, las únicas interrogantes que pesan sobre el futuro del turismo canario. Tampoco otras cuestiones han recibido una respuesta clara. Por ejemplo: ¿ha aprovechado el sector su alta rentabilidad para cualificarse y profesionalizarse? Es decir, ¿ha ganado competitividad para afrontar los grandes desafíos a los que se enfrenta el turismo mundial? Su digitalización y el impacto de la economía colaborativa son dos de ellos.
En el primero, los destinos canarios se incorporan a un ritmo excesivamente lento los avances tecnológicos y, respecto al segundo, no ha logrado alcanzar consensos mínimos para regular una actividad que implica serios cambios en el sector. Para empezar, ha introducido de una tacada casi cien mil camas más en el mercado turístico al margen de la moratoria. “El turismo de los destinos maduros como Canarias, y sus modelos de negocio, siguen estando en lo esencial estancados en la década de los 80 y 90”, advirtió el conferenciante magistral del Foro Internacional de Turismo Maspalomas Costa Canaria, el griego Dimtrios Buhalis, el pasado mes de diciembre.
Este enero, los empresarios españoles advirtieron por su parte en Fitur que los principales países competidores no sólo recuperan viajeros, sino que hay una clara apuesta de los turoperadores por derivar flujos de turistas hacia destinos no españoles, menos costosos. Según la Organización Mundial del Turismo, estos destinos ya han empezado de hecho a superar su crisis de seguridad, hasta el punto de que Egipto ha recuperado un 55% de sus visitantes; Turquía y Túnez, el 33% y 23% respectivamente. En esta tesitura de retorno al “marco de competencia normalizada”, en expresión del empresario Gabriel Escarrer, algunos analistas sostienen que Canarias podría perder en torno a dos o tres millones de “turistas prestados”.
En economía se recurre con frecuencia a la profecía bíblica de las siete vacas flacas, tras las siete vacas gordas, para advertir sobre los riesgos de euforia: ¿podrá Canarias mantener su liderazgo en este escenario de competitividad normalizada? Cuando la hubo, desde el inicio de siglo hasta la crisis, se estancó en diez millones de turistas y fue incapaz de renovar su planta. Lo ha hecho (a medias) en los últimos años por la presión de la demanda, no por la conciencia sobre la necesidad de cualificar su oferta. Y al debatir sobre sostenibilidad, lo conveniente sería hablar también del suelo del turismo canario, porque si en lugar de subir hasta veinte millones volviéramos a diez, ¿cuánto empleo perdería su economía, cuya tasa de paro sigue por encima del 21%?