La ausencia de lo esencial

La pandemia vació los estadios y dejó sin alma al deporte, que no se entiende sin el calor y la pasión en graderíos o allí donde hay un acontecimiento

Ruido. Esa sensación que se da en un acontecimiento deportivo es el corazón que activa la razón de ser del deporte: los aficionados. Desde los tiempos de la antigua Roma nadie puede imaginar un espectáculo sin público. El circo romano y las carreras de cuadrigas reunían a miles de personas ávidas de ver ganar a unos y perder a otros. De vitorear a los triunfadores, alentar a los participantes, vituperar a los enemigos y jalear a los que buscaban saborear las mieles del éxito. Durante su momento de esplendor, sobre el 530 a.C. llegó a reunir entre 200.000 y 250.000 personas en el Circo Máximo, el anfiteatro más popular y antiguo de Roma, que, además, alrededor de esas citas generaba una gran actividad económica paralela que movía trabajo directo e indirecto, un eslabón que no hubiera sido posible sin esos doscientos mil seres que copaban las gradas del anfiteatro. La economía, por tanto, depende bastante de la presencia de aficionados en los espectáculos deportivos.

Más de 2.000 años después, el deporte no se entiende sin el calor y la pasión en graderíos o allí donde hay un acontecimiento deportivo. En los últimos meses la irrupción de una pandemia global ha traído un sinfín de dificultades de toda índole. Sanitarias, económicas y sociales han sido las más gravosas, pero esta crisis mundial ha arrastrado cuesta abajo a la práctica totalidad de los sectores, siendo el deporte uno de los damnificados y por ende los aficionados.

Es un bucle que se retroalimenta. Las empresas deportivas no pueden vivir sin los fans y estos no tendrían razón de ser sin poder animar a sus clubes o ídolos que desatan pasiones cuando se trata de verlos en acción de cerca. Porque esa es la clave, poder estar ahí. Las televisiones han tirado de creatividad virtual para configurar unos estadios o pabellones con público impostado, con cánticos enlatados para trasladarte desde tu sofá o en tu dispositivo móvil a un estadio con público. Pero la frialdad de la ficción resta emoción, una realidad que ni aumentándola virtualmente logra generar lo mismo.

¿Qué consecuencias competitivas ha tenido las gradas vacías para los profesionales del deporte? Este es un aspecto tan importante como intangible. El Real Zaragoza antes de la pandemia estaba lanzado hacia el ascenso directo a Primera División en el curso 2020-2021, con un comportamiento más que fiable en su estadio y unos resultados óptimos con el calor de 30.000 hinchas en La Romareda cada partido. Tras el parón por el confinamiento y el regreso a la competición perdió su poderío como local y cedió su posición ventajosa para terminar jugando unas eliminatorias de ascenso en la que su propio estadio fue su fosa. Perdió seis de los siete partidos que jugó sin público. No parece casual esa estadística de antes y después. 

El denominado ‘factor campo’ no es baladí en deporte, aunque hay teorías que tumban esa presunta ventaja de jugar ante tu público y más cuando son situaciones de muerte súbita o resolver eliminatorias. Pero la mayoría quiere competir con el apoyo de sus seguidores

El denominado factor campo no es baladí en deporte, aunque hay teorías que tumban esa presunta ventaja de jugar ante tu público y más cuando son situaciones de muerte súbita o resolver eliminatorias. Pero la mayoría quiere competir con el apoyo de sus seguidores antes que hacerlo en casa del enemigo y sin ese aliento cuando las piernas o la mente flaquean. Por lo tanto, la mayoría convenimos en que esta nueva normalidad por razones sanitarias, de recintos deportivos vacíos y sin ruido, es lo más alejado a la pasión del deporte que se puede llevar a cabo.

La mayoría también entendemos las razones, pero para mantener el espectáculo hacen falta los aficionados. Porque sin esas butacas llenas se vacían las arcas de las empresas y se alejan los patrocinadores. Se muere la semilla que germina el deporte y que es el motivo por el que se compite: Ganar. Si no tienes dinero no puedes sostener el espectáculo que atrae a los hinchas, más allá de los románticos. Si no tienes espectadores in situ, merman los ingresos y el castillo de naipes se desmorona. 

Sin embargo, no solo el deporte profesional o de élite se ve afectado por este inconveniente. Pruebas deportivas populares, como las atléticas, no pueden ponerse en marcha debido a la dificultad de cómo situar a esos cientos de animados espectadores, en ocasiones familiares de los participantes o curiosos transeúntes, que tienen ahora que respetar unas medidas de seguridad y distanciamiento inviables en la mayoría de casos.

La lucha canaria también ha pagado el peaje de no poder tener público en los terreros y el deporte aficionado ha sucumbido a la ola devastadora del COVID-19, que ha modificado los hábitos de la sociedad y del ámbito deportivo de manera brusca y despiadada. Evidentemente, el deporte tiene que adaptarse, como ha hecho el resto de actividades socioeconómicas, que se tambalean y que ha provocado el final de sueños y sacrificios o ha pospuesto otros muchos.

Ejemplos como el Campeonato de Europa de selecciones de fútbol o los Juegos Olímpicos de Tokio son solo muestras relevantes de cómo hay que esperar a que, poco a poco, las cosas vuelvan a su cauce. Esa es la esperanza y la realidad para unos y otros. Deportistas que necesitan nutrirse del grito de ánimo, así como aficionados que necesitan ese par de horas de evasión acudiendo a un espectáculo deportivo y que han estado huérfanos de esa cita puntual, la cual es toda una liturgia.

Empezar el día con la perspectiva y la ilusión de que en unas horas vas a ir a animar a tu equipo; comprar el periódico o echar un ojo a las redes sociales posteando sobre tus pensamientos acerca de ese momento; prepararse para, ataviado con la camiseta de tu club, salir con tiempo para aparcar y poder tomarse un café con los amigos que cada tiempo te encuentras en el bar y en las gradas. Extraños conocidos a los que no vuelves a ver hasta que vuelves a repetir el ritual, pero con los que socializas en torno al deporte y sus disquisiciones. 

Lo llaman nueva normalidad y tiene renglones torcidos dentro de los complejos protocolos que buscan proteger la salud. Sin embargo, es una convivencia dura. Por un lado, la burbuja para intentar que el desarrollo de las competiciones deportivas se vea alterada lo menos posible, por otro, la barrera que aleja al público de dichas competiciones dejando estadios y recintos silentes. Al principio, muchos esperaban con morbosidad escuchar a los deportistas en primer plano. ¿Qué dirían entre ellos? ¿Cómo se dirigirían a los árbitros? ¿Cuáles serían las consignas de los entrenadores? Poco duró la curiosidad, justo hasta que nos dimos cuenta de que ese apartado no nos interesaba tanto como pensábamos. Queríamos ruido, bulla, gritos enfervorizados e inteligibles con los que sumergirnos en cualquier evento y pasar a formar parte de él.

Cuando narro un partido busco siempre que se pueda captar el sonido ambiente. Y le meto potencia al volumen del micrófono auxiliar para que la narración y el audio de fuera de la cabina de transmisión imbuyan al oyente en el partido, como si estuviera allí. Ruido. Todo se reduce a esa palabra. Sin ruido no hay emoción. Sin emoción se marchita el deporte.

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