Los profesionales sanitarios nos hemos convertido súbitamente, y de manera involuntaria, en protagonistas de una situación que ninguno pensó vivir jamás
El año 2020 quedará ineludiblemente grabado a fuego en la memoria de todos los profesionales sanitarios. Creo poder afirmar que ninguno de nosotros esperábamos que en pleno siglo XXI, en una era caracterizada por la expansión tecnológica, la globalización y los avances en el terreno científico, el conjunto de la Humanidad se viera abocada a vivir confinada por un virus. Por una pandemia que ha sacudido los cimientos de la sociedad tal y como la conocemos.
Los profesionales sanitarios nos hemos convertido súbitamente y de manera involuntaria, en los indiscutibles protagonistas de una situación que ninguno de nosotros pensó vivir jamás. Todo este proceso ha sido y sigue siendo un aprendizaje a marcha forzada, interiorizando y aplicando toda la información que la medicina basada en la evidencia nos proporciona al día, a la hora, mientras a la vez nos seguimos en la misma trinchera buscando cómo lidiar con la situación, cómo protegernos, cómo no enfermar y sobre todo como curar y cuidar al paciente.
Porque nunca hemos perdido el objetivo último de nuestro trabajo como profesionales de un sistema sanitario que es público, gratuito y universal: curar, cuidar y aliviar a todo aquel que lo precise. En un mundo globalizado en el que asistimos como espectadores lo que ocurre al minuto en el resto de países (algunos de ellos adalides del primer mundo), debemos darnos cuenta de la grandeza de nuestro sistema, que no mide al enfermo por su origen ni por su capacidad financiera, sino por su estado de salud. En un momento en el que la salud individual incide directamente sobre la salud colectiva, debemos ser conscientes de la fortaleza de tener un sistema como el nuestro, esforzarnos por cuidarlo y velar por él, para que nunca tengamos que dar un paso atrás en la atención universal, pública y gratuita.
En un momento en el que la salud individual incide directamente sobre la salud colectiva, debemos ser conscientes de la fortaleza de tener un sistema como el nuestro, esforzarnos por cuidarlo, para que nunca tengamos que dar un paso atrás
Diferentes hitos han marcado el desarrollo de la pandemia en los hospitales de Canarias. En mi caso, como gerente del Hospital Universitario Nuestra Señora de Candelaria, nos topamos con ser el centro de referencia en la gestión del primer caso declarado en España, allá por rnero, en el Hospital de La Gomera. Este caso nos hizo encender las primeras alarmas, poniéndonos al día en la elaboración de protocolos, el establecimiento de circuitos seguros para profesionales y pacientes, formarnos y formar. Iniciamos el procesamiento de las muestras (cuando sólo el Instituto Carlos III lo hacía) en un laboratorio de Microbiología que ha demostrado de sobra su solvencia técnica y profesional, convirtiéndose en un referente indiscutible. No sin dificultades, aquel caso se resolvió, pero desde el Hospital pudimos atisbar la envergadura de aquello que temíamos pudiera avecinarse.
No se crean que el negacionismo es nuevo. Ya desde ese momento, en que los profesionales veíamos las repercusiones que aquella epidemia lejana podía acarrear, y mientras esperábamos lo mejor, pero intentábamos prepararnos para lo peor, algunas voces nos tildaron de “exagerados”, “alarmistas”, incluso “poco positivos”. Supongo que el tiempo ha acabado, por desgracia en este caso, dándonos la razón.
De pronto nos vimos sumidos en la gestión del confinamiento en el Hotel H10, en el intento aún de contener aquello que en pocos días se convirtió en un tsunami inevitable a nivel mundial. Nuestra mayor preocupación y angustia, la mía particular desde mi cargo en la gestión de la crisis, fue la escasez de material de protección. Veíamos día a día las imágenes de Italia y de Madrid, a profesionales enfrentándose a un enemigo aún tan desconocido como implacable, con bolsas de basura y apaños caseros. El mercado no aguantaba la demanda mundial y ningún stock era abundante. Contábamos por semanas, por días, por horas, las existencias, y lo que llegaba no tardaba en agotarse. De aquellos días oscuros que quedarán para bien o para mal marcados para siempre en mi memoria, resuena aún la frase del mejor compañero que he podido tener en este proceso, el doctor Gómez Pescoso: “Que no tengamos que llorar sobre la tumba de un compañero porque no pudimos darle el material que necesitaba para poder hacer su trabajo”.
Esta angustia no se detenía sólo en nosotros, seguía más arriba; nos constaban día a día los enormes esfuerzos que se hacían desde todos los estamentos de la Consejería de Sanidad y del Gobierno de Canarias para proporcionarnos el material de protección. Nunca faltó y pudimos garantizar en todo momento la existencia de los EPIs apropiados para que los trabajadores realizaran su trabajo con garantías.
Los casos aumentaban, las UCIs se llenaban, se buscaron espacios para el control de los pacientes críticos, profesionales de distintos servicios se pusieron a disposición del Hospital para garantizar una respuesta óptima a los pacientes. Seguíamos viendo el reflejo de Madrid, temíamos un colapso, oíamos de las limitaciones en las camas críticas, las situaciones en las residencias de mayores. Quizá todo ello nos hacía jugar con cierta ventaja y ayudarnos a prever, pero la realidad es que en esa primera oleada en ningún momento estuvimos cerca de tener que hacer planteamientos tan duros como en otras comunidades autónomas. Los cribados en las residencias de ancianos se priorizaron, y se primaba la coordinación entre los estamentos sanitarios y sociales. El material empezaba a llegar, y las líneas de acción eran comunes y coordinadas. Ignoro si ha trascendido en su justa medida la importancia del papel desempeñado por el “consejero interino” Julio Pérez en esos tiempos oscuros, pero sin duda su tremenda capacidad de gestión y su disciplina fueron cruciales en la salida airosa de nuestra comunidad autónoma de la primera oleada. Como ciudadana, como sanitaria, y como cargo gestor en esta crisis le estaré eternamente agradecida, tanto yo como el equipo directivo del Hospital de la Candelaria.
Volvemos a enfrentarnos al reto que se nos pone por delante. Parece que ciertos sectores de nuestra sociedad no han terminado de enterarse de la hecatombe por la que hemos pasado. Estamos en plena segunda oleada y asistimos a negacionismo, teorías conspiranoicas y actitudes irresponsables. Minoritarias, pero existentes. Como sociedad que está escribiendo una página crucial de su historia, debemos plantearnos qué hemos hecho mal para que esto esté pasando. Probablemente hemos descuidado demasiado la educación en pensamiento crítico. Hemos validado que las opiniones en todos los campos tienen rango de dogma, cuando no es así, y menos cuando de ciencia se trata. De todos dependerá que podamos salir airosos de esta situación, de esta guerra de nuestro tiempo. Más que nunca debemos apelar a la responsabilidad individual. Como sanitaria que soy en estos tiempos, creo que me he ganado la autoridad moral de pedir a nuestra sociedad que nos cuide. Que cuide a los profesionales sanitarios, que son el pilar y los cimientos del sistema sanitario. Que no le quepa duda a nadie que hemos salido adelante gracias a la generosidad y la entrega de mujeres y hombres valientes que no dudan en ponerse en primera línea para garantizar el cuidado de todo aquel que lo necesite.