Etiquetas como #YoMeQuedoEnCasa desbancaron a las habituales para ser el paraguas perfecto en un sinfín de iniciativas sociales, económicas y culturales
El 14 de marzo de 2020 quedará marcado en la historia de España como el día uno del confinamiento. Con la declaración del Estado de Alarma, se prohibió salir más que para lo imprescindible con el fin de protegernos del coronavirus y la tecnología se convirtió en el centro de nuestras actividades: desde clases deportivas hasta compras o el seguimiento de la crisis al minuto; etiquetas como #YoMeQuedoEnCasa o #EsteVirusLoParamosUnidos desbancaron a las habituales para quedarse en nuestras pantallas durante los siguientes meses, en los que fueron el paraguas perfecto para un sinfín de iniciativas sociales, económicas y culturales.
La naturaleza del ser humano es vivir en comunidad, y ante la imposibilidad de reunirse físicamente, empezaron a sonar con fuerza nombres de aplicaciones desconocidas hasta el momento. Así comenzó la batalla entre Zoom y Houseparty, dos programas pensados especialmente para dispositivos móviles que ofrecían algo que el popular WhatsApp no podía darnos: ¿Qué usuario de a pie iba a creer necesitar videollamadas con más de cuatro personas antes del confinamiento? Esta nueva situación catapultó a ambas firmas, aunque Zoom, enfocado a usos profesionales, reuniones de trabajo, clases online de todas las disciplinas imaginables, congresos y seminarios, corrió mejor suerte. Según datos de la Agencia EFE, la empresa facturó 320 millones de dólares entre enero y abril, un 169% más que en el mismo periodo de 2019. Para ellos, 2020 ha sido una bendición. Seis meses después, su aplicación sigue formando parte de cualquier oficina o casa en la que se teletrabaje, y todo apunta a que ha llegado para quedarse y sustituir a esas reuniones y desplazamientos que se convierten en auténticos devoradores de tiempo en día a día laboral. No corrió la misma suerte Houseparty, más orientada a clases de deporte conjuntas, partidas en red a juegos sencillos e incluso fiestas entre amigos, cada cual desde su salón (o balcón): poco después se vio involucrada en un supuesto robo de datos de sus usuarios y fue relegada.
Dos meses y medio son mucho tiempo para estar entre cuatro paredes, sí, pero también para tener las puertas cerradas. La tecnología también acudió al rescate del pequeño comercio gracias a la aparición, tras dos semanas de confinamiento, de diversos directorios de pymes con servicio de entrega a domicilio. En Canarias destacó CanariasReparte.com, que agrupa, aún a día de hoy, desde pequeños trabajadores independientes del sector primario hasta papelerías o comercios de muebles de oficina. Cientos de familias con pequeños negocios encontraron en estos portales, aupados por las redes sociales y la viralidad en WhatsApp, un balón de oxígeno para mantenerse a flote. La deriva la evitaron los consumidores, catapultando las compras en Internet en un 74% más que entre los meses de enero y abril de 2019, según datos de la consultora de investigación de mercados Nielsen España. Confinados, sí, pero no en la austeridad.
Las redes sociales no fueron ajenas a esta tendencia y pusieron a disposición de todos una serie de herramientas para el apoyo al pequeño comercio, aprovechando el momento para exhibirse ante las pymes como la gran solución publicitaria que siempre han sido a través de sus campañas de pago. Con esta jugada, el grupo Facebook disparó sus beneficios al doble de lo facturado el año pasado, embolsándose 4.902 millones de dólares.
Pero ni así todas las pymes consiguieron sobrevivir. A principios de agosto Evelyn Alonso, concejala de Promoción Económica y Responsable de la Sociedad de Desarrollo de Santa Cruz de Tenerife, denunció el cierre de más de 300 comercios solo en su ciudad; más de 2.600 si los sumamos a los que han tenido que cesar su actividad en el resto de la Isla. Se los tragó la crisis, como quien tragaba un ibuprofeno sin saber muy bien si es porque lo ha recomendado un médico francés como panacea contra el coronavirus o si se lo ha inventado el primo de la amiga de la que le envió la cadena de WhatsApp. Ahhh, los bulos y teorías de la conspiración, ¡cuánta guerra han dado a los profesionales de la comunicación digital!
Y hablando de profesionales, otra de las consecuencias del confinamiento ha sido la aceleración de la llegada del teletrabajo a España. Según un estudio del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas, publicado por Cinco Días, la incidencia de esta modalidad ha pasado de un 5 a un 34%. A la cola de la Unión Europea hasta el pasado mes de marzo, este país se resistió a la modalidad en remoto hasta que no tuvo otro remedio; y entonces la vivió en las peores circunstancias: con todas sus ventajas, sí, pero también con todos sus probables inconvenientes combinados. Treinta y cuatro de cada cien trabajadores a los que la posibilidad de despertarse quince minutos antes de la reunión y llegar puntuales llevando secretamente cholas podría parecerles un sueño. Pero la cosa empieza a torcerse cuando los horarios se difuminan y hay niños de por medio; convirtiendo la mesa del comedor en mitad pupitre, mitad sala de conferencias. Porque la tecnología también intentó rescatar la educación. Pero, ¿qué pasa cuando negamos la brecha educativa hasta que nos estalla en la cara? Es entonces cuando se hace evidente que lo que ocurre en los colegios está a años luz de las posibilidades tecnológicas de hoy y que para democratizar la educación debemos asegurarnos de que todos los menores en edad escolar tengan el mismo acceso a la tecnología.
Asignatura pendiente
No me queda casi espacio para hablar de la cultura. Es curioso, porque siempre la dejamos para lo último, a pesar de que fue el primer sector en buscar los entresijos tecnológicos a través de los que colarse en nuestros salones, prácticamente sin ánimo de lucro; para hacernos el encierro más llevadero: ¿Quién no vio un concierto online? Y ahora ahí están, intentando que les dejen arrancar, asumiendo pérdidas e inversiones millonarias en medidas de seguridad, enfrentándose a cancelaciones de última hora y con el linchamiento de un sector de la sociedad que también usa la Red para disparar a discreción. Y eso que el confinamiento nos iba a hacer a todos mejores personas.