Recién aterrizada de Primera, y con el segundo presupuesto de Segunda, el equipo amarillo zozobró en su objetivo por retornar a la élite
Lo mejor para la UD Las Palmas es que termine al año y empezar a pensar en el futuro”. Con esa frase lapidaria de Pepe Mel, después del empate a cero frente al Almería en un Estadio de Gran Canaria semivacío en la última jornada del campeonato liguero, se resume la desconcertante trayectoria de la UD Las Palmas durante la temporada 2018-19, la que suponía la vuelta del conjunto amarillo a la Segunda División tres años después de lograr el ascenso a Primera, en junio de 2015, tras haber estado 13 años alejado de la élite del fútbol español. En un año donde las miras eran muy altas, los amarillos acabaron en la zona media de la tabla clasificatoria, sembrando la indiferencia y el hastío entre una afición que acabó harta de los vaivenes de su equipo.
Aprovechando su músculo económico, gracias al fondo de compensación que aporta la Liga de Fútbol Profesional a aquellos equipos que pierden la categoría para hacer un poco más sencillo el camino, la entidad grancanaria, con el segundo presupuesto más alto de la categoría, inició una renovación integral para la reconquista del lugar perdido entre los elegidos. Primero, en los despachos. El gallego Toni Otero se convertía en el máximo responsable de la parcela deportiva tras las salidas de la dupla Toni Cruz-Luis Helguera. Luego, en el banquillo, Manolo Jiménez se convertía en el elegido para dirigir la nave.
El andaluz afrontaba en la Isla su tercera aventura profesional en España tras Sevilla y Real Zaragoza. Llegaba avalado por su éxito con el AEK de Atenas, club con el que conquistó la Superliga griega y además selló la clasificación del conjunto ateniense para la Liga de Campeones. En esa aventura en tierras helenas, consiguió extraer el mejor rendimiento de una de las estrellas, muy venida a menos, del club presidido por Miguel Ángel Ramírez: Sergio Araujo. El Chino, cedido, resurgió después de un periodo de decadencia, dentro y fuera del campo; se esperaba que el sevillano pudiera lograr que el argentino, de vuelta tras el préstamo, fuese el de antes, aquel goleador insaciable del ascenso a Primera. El renacer del delantero sudamericano y el fichaje del grancanario Rubén Castro, que se enfundaba la amarilla tras su marcha en el curso 2004-05, ilusionaba, y mucho.
El Moña llegaba libre procedente del Real Betis Balompié, club donde militó ocho temporadas. En su etapa anterior, en cuatro temporadas en el primer equipo, disputó 111 partidos oficiales, contabilizando 36 goles. Esto le valió para afrontar cotas más altas, aunque su periplo resultó algo irregular hasta aterrizar en Sevilla.
Ni Manolo Jiménez, que duró 14 jornadas, ni sus recambios, Paco Herrera y Pepe Mel, lograron sacar el rendimiento deseado a una plantilla de campanillas
Tras el descenso de Las Palmas a Segunda B, se marchaba traspasado hasta La Coruña, donde no llegó a convencer. Jugó cedido en el Albacete Balompié, Racing de Santander, Gimnástic de Tarragona, Huesca y Rayo Vallecano, hasta que la entidad que presidía Augusto César Lendoiro decide traspasarlo en la temporada 2010-11 al Real Betis, que por aquel entonces militaba en Segunda División. Con el club verdiblanco obtuvo dos ascensos a Primera División, además de jugar competición europea. En 2014 se convierte en el máximo goleador de la historia del club bético, con 95 goles.
La vuelta del hijo prodigo y la resurrección griega de Sergio Araujo hacían presagiar que pocos equipos de la categoría de plata pudieran igualar una dupla atacante con tanta pólvora; además, a ellos se unían el murciano Rafa Mir, cedido por el Wolverhampton inglés, y el desconocido checo Tomas Pekhart.
Pero no sólo la UD conseguía reunir a una delantera, a priori, de garantías. Con las 14 incorporaciones que en total hizo el club, todas las líneas se reforzaban en principio con futbolistas de nivel. A la vuelta de los zagueros locales Aythami Artiles y Deivid, se unían otros nombres de prestigio para la Segunda División, como los casos de Martín Mantovani, De la Bella, Ruiz de Galarreta, Álvaro Lemos, Christian Rivera, Maikel Mesa, Raúl Fernández… Todo ese engranaje se aliñaba con la irrupción de algunos canteranos.
Con estos mimbres, Manolo Jiménez, que firmaba por un año con opción a una segunda temporada, conseguía confeccionar un bloque que aspiraba a todo y que pronto se encaramó a la zona noble de la tabla clasificatoria, incluso liderando la tabla tras la primera fecha del campeonato al vencer al Reus en el Estadio de Gran Canaria por 2-0.
Pero a pesar de no abandonar nunca los puestos de promoción, la UD no transmitía brillantez en su juego y la desilusión se instalaba entre los aficionados, lo que llevó a la destitución del entrenador.
La crisis de resultados ejecutó al preparador sevillano tras sumar en las últimas ocho jornadas —entre la séptima y la decimocuarta— ocho puntos de 24 en litigio. Después del empate (2-2) ante el líder Granada en el coliseo amarillo, el consejo de administración presidido por Miguel Ángel Ramírez tomaba la drástica decisión. Jiménez ya era historia.
Y a rey muerto, rey puesto. Poco después de hacerse oficial la salida del andaluz del banquillo del conjunto grancanario, el máximo mandatario del club anunciaba el nuevo inquilino. Se trataba de un hombre conocido por todos al ser uno de los artífices del ascenso a Primera División en la temporada 2014-15.
Paco Herrera, tras ser destituido en la aventura griega después de que los resultados no le acompañaran con el Aris de Salónica y rechazar una propuesta del Extremadura, volvía a aterrizar en la isla de Gran Canaria para ponerse a los mandos de un equipo que pretendía devolver a la Primera División por segunda vez en cuatro años. El tándem Paco Herrera-Ángel Rodríguez, que era cesado en la UD Las Palmas en Primera con sólo ocho jornadas consumidas de Liga al verse la escuadra isleña en zona de descenso y propiciando la llegada de Quique Setién, llegaba para intentar devolver la ilusión a una grada algo tocada al ver que su equipo no respondía a las expectativas.
Era mediados de noviembre de 2018. El técnico barcelonés declaraba durante su presentación: “Tengo más años y menos pelo. Estoy mucho más maduro, siempre aprendo y he aprendido mucho en estos últimos años. Tengo más ambición e ilusión que nunca de hacer algo bonito”. Y recalcaba que para lograrlo era indispensable reenganchar a la afición. Pero con el transcurrir de las jornadas, el globo del entrenador barcelonés se iba desinflando. Cinco meses después de su llegada, dejaba el cargo con unos números más que discretos de su UD Las Palmas. Tras catorce jornadas al frente del conjunto isleño, dejaba al equipo clasificado en la undécima posición de LaLiga 1/2/3, a nueve puntos de los puestos de play-off de ascenso. Sus números: dieciséis puntos, con tres victorias, siete empates y cuatro derrotas, incluyendo el triunfo administrativo logrado por la expulsión del Reus de la competición.
Con la moral de la tropa amarilla por los suelos, se anunciaba la contratación de Pepe Mel para cubrir la última parte de la temporada 2018-19. Ahora sí, cristalizaba la llegada del entrenador madrileño al banquillo amarillo; su nombre sonó con fuerza al comienzo del curso, pero finalmente Manolo Jiménez se llevaba el gato al agua. Pero tampoco Mel consiguió revertir la suerte de un proyecto que ya venía lisiado. El nuevo técnico comenzó con buen pie al cosechar una victoria in extremis ante el Deportivo en Riazor, pero las buenas sensaciones se vinieron abajo con la derrota por 1-2 ante el Mallorca. Dos empates y tres derrotas en los siguientes partidos echaron por tierra todas las opciones de ascenso del conjunto amarillo y tanto entrenador, directiva, como los propios jugadores rebajaron las expectativas y a falta de ocho jornadas no se buscaba otra cosa más allá que la salvación, que no estaba asegurada.
Dos victorias consecutivas en las jornadas 38ª y 39ª ante Córdoba y Rayo Majadahonda, respectivamente, sellaban la permanencia para tranquilidad de la parroquia amarilla. Las tres últimas fechas del campeonato liguero fueron de mero trámite; estas se saldaron con una derrota y dos empates.
Finalmente, la UD Las Palmas acabó la temporada en la duodécima posición con 54 puntos, nueve por encima del descenso y a catorce de los puestos de promoción. Unos registros muy alejados para las expectativas creadas en el arranque del curso 2018-19. El 7 de junio, antes del último partido del año ante el Numancia, la entidad anunciaba la renovación de Pepe Mel por un año, con lo que el club grancanario se encomendaba al técnico madrileño para el proyecto de la temporada 2019-20. Un proyecto muy distinto al anterior, pues con los reajustes monetarios obligados el objetivo pasaba a ser la permanencia, según proclamaba la dirigencia amarilla.
Estreno de la Ciudad Deportiva
En el trasvase de la campaña 2018-19 a la 2019-20, se produjo un hito importante para la historia de la UD Las Palmas. La entidad amarilla inauguraba oficialmente la Ciudad Deportiva de Barranco Seco, en los mismos terrenos que el club adquiría en los años 1960 a instancias del directivo Manuel Betancor. Tras cuatro años de obras y más de 20 millones de euros, el ansiado proyecto se hacía realidad el 8 de julio de 2019.
Suponía la entrada en otra dimensión como club para la UD que contó con una inauguración de altura y el respaldo de autoridades públicas, patrocinadores y colaboradores, la primera plantilla junto al cuerpo técnico y demás personal deportivo del club. Presidido por Miguel Ángel Ramírez, máximo mandatario de la entidad, el club amarillo mostró al público una ciudad deportiva de primer orden.
“Es un día importantísimo para la historia de la UD Las Palmas. Hace casi 60 años que se compraron estos terrenos y ha pasado todo este tiempo hasta ver una ciudad deportiva. Ha sido una inversión con cash sin entidades financieras que sustenten este proyecto. Teníamos que decidir si ser un equipo solvente con dinero en la cuenta o hacer lo que no había hecho nadie”, enfatizó el máximo mandatario amarillo.