REF: Empezar de cero

No está claro que volver a los puertos francos produciría los mismos efectos de entonces, pero sí parece probado que los resultados de nuestro REF son muy mejorables

El Decreto de Ley de Puertos Francos de Canarias promulgado por Bravo de Murillo fue objeto de enormes demostraciones de júbilo, “una explosión de alegría: organización de bailes en el Gabinete Literario, y muestras de alborozo y alboroto en las calles de la ciudad”, nos cuenta Yolanda Arencibia que ocurrió en Las Palmas de Gran Canaria en la muy celebrada biografía de Galdós. También hubo festejos en Santa Cruz de Tenerife, pero si acaso llama la atención la muy popular exhibición de fuegos artificiales en su puerto para celebrar la buena nueva. A finales del 2018, la última de las modificaciones en el Régimen Económico y Fiscal de Canarias (REF) congregó en Madrid a un significativo número de políticos y algunos empresarios cuasi políticos que hicieron grandes proclamaciones, casi siempre hueras: “un hecho histórico”, decían unos; “nunca más el Gobierno de Madrid podrá obviar a Canarias porque el REF lo impedirá”, señaló otro mientras que un tercero, a la par osado y optimista, consideró que “por fin se hacía justicia con Canarias y no tendría que mendigar migajas cuando podría reclamar legalmente derechos”. La fiesta político empresarial estaba, ¡qué raro!, desconectada de la realidad y las gentes en sus casas proseguían con sus afanes ajenos a tal inyección de optimismo, de entusiasmo y de historia.

Los hechos, tercos, dejaron pronto ver la impostura y descubrimos con desagrado que, pese a las proclamas entusiastas, el Gobierno de Madrid podría seguir racaneando a Canarias en virtud de sus necesidades electorales, a sabiendas de que la implicación del REF en la ciudadanía es perfectamente descriptible (y mensurable). ¿Por qué hemos llegado a este punto? ¿En qué momento decidimos desvincularnos de la suerte del REF y dejarlo en manos exclusivas de los concernidos? Probablemente sea la suma de diversos factores y una explicación plausible exceda las capacidades, limitadas, de quien lo más que puede ofrecer en estas líneas sean meras conjeturas. Pero, desde luego, no hay una incapacidad genética para la preocupación por algo que debería ser nuestra piedra angular, al modo que hacen los ciudadanos vascos o navarros con sus fueros.

No la hay porque ofrecemos pruebas en contrario, de quienes festejaban en las calles nuestro antecedente inmediato (el REF, como tal es del año 1972) y apenas casi dos siglos atrás avizoramos que aquel decreto pretendía (y logró) acabar con años de postración y pobreza. La Constitución de 1812, con su afán uniformador, acabó con los privilegios territoriales y provocó en las islas un primer gran éxodo. Bravo Murillo precisó de poco más de tres mil palabras para, con vibrante retórica, exponer las causas de nuestras desdichas y proponer la solución. ¿Ha habido, acaso, muchos responsables nacionales con tan alta magistratura en señalar, no solo los prodigios, también las desventuras de nuestras islas? En el Real Decreto le explica a la Reina lo que aquí ocurría: “Contra todo lo que de los beneficios de la naturaleza parece que debería esperarse, pocos habrá en todos los dominios españoles cuya suerte sea menos lisongera [así en el original]”. “De nada sirve la especialidad y la riqueza de los frutos si por medio de la exportación no se reparten entre los mercados exteriores los sobrantes que deja el consumo, todas las ventajas desaparecen si aquellos puertos por cualquier razón dejan de ser frecuentados” añadía antes de observar que siendo grande la presencia de naves que debería producirse, “aquella concurrencia es más escasa de lo que naturalmente debiera. De los buques que cruzan aquellas aguas, apenas hay quien deje allí resultados mercantiles sin tránsito: los más saludan de lejos el pico de Teide, como si Dios hubiera levantado aquella maravilla para la estéril admiración de los hombres”.

El REF se ha convertido en una declaración de principios, un programa de política económica, en la que integrar desde descuentos para residentes, a un listado amplísimo de hechos subvencionables

Observa que las consecuencias de todo esto lleva al país a “precipitarse en una decadencia visible, los cultivos se abandonan, la especulación desaparece, la miseria cunde, el azote del cólera-morbo vino el año pasado a agravar los males, y va tomando ya alarmantes proporciones la emigración, que es el síntoma supremo de la próxima muerte de los pueblos”. Remata su exposición con rotundo reclamo: “Por fortuna, Señora, el mal no depende de causas incontestables: el remedio no se halla fuera del alcance de la legislación. V.M. está en el Trono; y solícita por el alivio de los súbditos que la Providencia puso bajo su imperio, dejará satisfechas las esperanzas de unos habitantes pacíficos, morigerados, leales, que en todos los trances por donde ha pasado la nación, han dado insignes testimonios de su patriotismo. El origen de la situación está averiguado. Si las naves se alejan de aquellas costas, es porque no encuentran allí aliciente para la carga ni para la descarga; es porque no hay un mercado más extenso que las limitadas exigencias de la población; es porque tienen señalados recargos gravosos; es porque se hallan sujetos a formalidades incómodas; es finalmente porque en otros puntos extrangeros [así también en el original] aunque incomparablemente menos ventajosos, se les ofrecen mayores facilidades y economías”, concluye antes de proponer la declaración de puerto franco.

Palabras, palabras, palabras

No es claro que una situación parecida —volver a los puertos francos— produjese los mismos efectos de entonces, pero al menos sí podemos considerar probado que los resultados de nuestro REF son manifiestamente mejorables. O como que, igual que sucediera con la dictadura de Franco, cada vez que se ha optado por la homogeneización hemos tenido que enfrentar graves problemas y emigración masiva. Si decíamos que ese decreto de 1852 contenía apenas tres mil palabras, la última de las reformas del REF quintuplica aquella cantidad, un síntoma de los tiempos que nos ha tocado vivir. Mientras que Bravo Murillo señala el problema y propone una solución con la que atacarlo de manera simple, liberando el comercio e integrando los puertos en el comercio internacional que tantos buenos réditos nos brindó, el REF no hace nada esto. No es homogéneo porque son tantos los intereses a satisfacer que es imposible que mantenga cierta consistencia. Pierde un tiempo y espacio precioso —la simplicidad nunca ha sido una cualidad de la burocracia—, en justificar que no se trata de privilegio alguno, tan solo de derechos que son creados ex novo, sin reparar que tal privilegio hunde su razón de ser en los tiempos de la conquista y por razones que no han variado ni parece previsible que ocurra en un futuro cercano: nuestra lejanía. Entonces se consideraba que, con el fin de poblar el Archipiélago, deberíamos estar dispensados del pago de los impuestos que sí se abonaban en la península: imprescindible disfrutar de la historia del REF que está publicando Salvador Miranda Calderín Orígenes y evolución del Régimen Económico y Fiscal de Canarias, una obra prevista en seis tomos de los que ya ha completado tres. Pero adolece también el REF de otros inconvenientes, su escaso reconocimiento social, con una mayoría de la población que lo desconoce y quien sí lo hace, apenas identifica figuras como la Reserva de Inversiones, una medida que afecta solo a beneficios empresariales y, por tanto, a empresarios que no es que gocen de un amplio reconocimiento social.

Añadamos que ya no es una medida que compense desequilibrios incuestionables, se ha convertido en toda una declaración de principios, un programa de política económica, en la que integrar desde descuentos para residentes en sus viajes nacionales, a todo un listado amplísimo de hechos subvencionables. Los políticos y burócratas de toda laya ven aumentar el marco de sus competencias, señalando cada vez más campos en los que actuar de manera discrecional —si genera alguna duda esta afirmación, solo hay que observar el listado de los productos sujetos al REA— y los empresarios menos avisados encuentran el paraíso soñado, no uno que atraiga con impuestos bajos, buena formación y seguridad jurídica, tan solo aquel en el que descubren que es mucho mejor y más barato frenar la competencia procedente del exterior encamándose con los políticos que competir ellos mismos.

Si vemos la historia reciente de países como Irlanda, Nueva Zelanda, Taiwán o Corea del Sur, por ejemplo, observamos éxitos fulgurantes producidos en apenas tres décadas. Nuestro REF, el que luego hemos ido reformando con el paso del tiempo, es de la década de los setenta y nuestra evolución no ha sido pareja a la de esos territorios. Pero si necesitamos una prueba adicional de su magro funcionamiento, ¿hemos escuchado alguna vez una crítica de otra comunidad española pidiendo que se le ponga fin como sí sucede con los fueros vasco o navarro? Si eso no ha pasado en un país tan cainita como el nuestro es que, quizás, deberíamos reiniciar todo el proceso.

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