Durante los 85 días de erupción volcánica, los medios de comunicación demostraron seguir manteniendo su posición hegemónica de transmisores de información rigurosa y en directo, en contra de quienes auguran su detrimento
Los canarios abanderamos con orgullo nuestras raíces volcánicas. La construcción del territorio a base de violentas explosiones de fuego incandescente nos permite disfrutar de uno de los paraísos naturales más ricos del planeta. Pero ese sentimiento de pertenencia no evitó que, cuando el magma rompió la tierra de nuevo aquel mediodía del 19 de septiembre, la sociedad se estremeciera al contemplar tan de cerca el poder de la naturaleza. Durante los tres meses de erupción del volcán Tajogaite, la información rigurosa y de última hora se convirtió en el bien más solicitado por una población que permanecía en vilo y angustiada por la destrucción que asolaba parte de su territorio. El conocimiento científico, cultivado durante décadas por investigadores de toda España, se tradujo así en la única vía para entender el funcionamiento de aquel nuevo hijo del vulcanismo canario.
Durante los 85 días de erupción volcánica, los medios de comunicación demostraron seguir manteniendo su posición hegemónica de transmisores de información rigurosa y en directo, en contra de quienes auguran su detrimento a consecuencia del enorme poder que han logrado las redes sociales. Su labor no solo se centró en la exposición de la evolución del volcán sino también en poner el foco en otras aristas a las que afectaba esta crisis en el ámbito social, económico o cultural. Esta función social unida a su rigurosidad y su inmediatez, permitió que los medios de comunicación adquirieran un papel de gran importancia y se consolidaran frente a otras plataformas. Pese a los buenos resultados, esta crisis también ha mostrado las costuras del sistema de comunicación canario, pues aún hay hueco para la mejora.
Las primeras horas
Las primeras horas tras las primeras explosiones fueron muy inciertas y caóticas. Con las conexiones aéreas clausuradas, la mayoría de periodistas llegaron por mar durante la noche del 19 de septiembre. En aquel ferry se respiraba un cúmulo de emociones que se debatían entre la impotencia, la expectación, la tristeza y el miedo a lo desconocido. Al llegar a puerto una gran luna llena brillante nos arropó en un ambiente sereno que contrastaba con las imágenes de un coloso en erupción. A aquellas horas, el volcán sólo rugía por un lado de la isla y daba tregua a los habitantes del este de La Palma, incluida la capital, que se encontraban aparentemente ajenos a la lava que brotaba sin control del interior de la tierra a apenas unos kilómetros de distancia.
En el entorno del volcán todo era muy distinto. En Los Llanos de Aridane, al otro lado de la Isla Bonita, el espectáculo era dantesco. El fuego incandescente mostraba un poder inigualable para mantener a cualquier persona obnubilada ante su belleza. Pero bastaba con apartar la mirada unos metros del foco emisor para encontrarse con el horror de la destrucción que generaban las grandes coladas de lava a su paso.
Los periodistas que se encontraban a pie del volcán iban de aquí a allá tratando de contactar con científicos, políticos y fuerzas de seguridad para entender mejor el fenómeno y poder trasladarlo a la población. Durante los 85 días que duró la erupción surgieron todo tipo de dudas. ¿Por qué los canarios construimos nuestras casas bajo los volcanes? ¿Se podía desviar la lava para que no destrozara pueblos enteros? ¿Podríamos acabar con la erupción con bombas? ¿Qué ocurriría cuando la lava llegase al mar? ¿Podría caer lluvia ácida? ¿Cuándo acabaría aquel desastre? La respuesta, casi siempre, la tuvo la ciencia.
La ciencia da respuestas a fenómenos complicados, pero no siempre lo transmite para que una población tan heterogénea como la canaria sepa interpretarlo. Ahí es donde surge la figura del periodista científico, aún poco o nulamente valorado en la mayoría de las redacciones de nuestras islas.
Y no porque no haya tenido tiempo de ver su importancia. El periodismo canario tiene experiencia en afrontar este tipo de situaciones que requieren la estrecha colaboración de la ciencia. La crisis sísmica de Tenerife en 2005, el volcán de El Hierro en 2011, la crisis de las microalgas de 2017 y la pandemia de covid-19 en 2020 son ejemplos del valor de la información científica rigurosa y la erupción del volcán de La Palma en 2021 solo viene a ratificar, una vez más, su importante papel en la salvaguarda de la población canaria.
Estas enseñanzas previas permitieron que durante la erupción la gran parte de medios hiciera un uso adecuado de la información científica. De esta manera, se pueden resaltar buenas prácticas como la colaboración directa con un amplio abanico de científicos y, por ende, puntos de vista; o la inclusión de términos científicos en el lenguaje coloquial sin errores de interpretación.
Pero la experiencia no lo es todo y así se pudo contemplar, nuevamente, durante esta erupción. Si bien durante los 85 días en los que el volcán Tajogaite estuvo activo muchos periodistas optaron por hacer de la información científica su bandera, aún así asistimos –no sin cierto bochorno– al uso amarillista de la información. Medios y periodistas aprovecharon la importancia del fenómeno para distraer, crear información de dudosa veracidad o establecer debates vacíos o sin sentido.
Las redacciones de toda Canarias necesitan periodistas especializados para asumir con rapidez, rigor y sin caer en las redes de la pseudociencia, las crisis futuras a las que pueda enfrentarse el Archipiélago.
Las crisis económicas y posteriores recortes de plantilla son un obstáculo para el periodismo especializado. No es de extrañar, pues las redacciones más reducidas requieren periodistas generalistas, capaces de adaptarse a transmitir todo tipo de informaciones siguiendo las necesidades de la agenda informativa. Esta fórmula, aunque eficaz a corto plazo para garantizar la supervivencia del medio, a largo plazo merma la calidad periodística y, por ende, conlleva a una progresiva desaparición del mismo.
Nuestra labor como periodistas es la de ser conscientes de las implicaciones de la especialización de los profesionales en nuestro relato hacia el público, especialmente en términos de calidad. No deja de llamar la atención que la mayoría de medios tenga claro que se requieren periodistas especialistas para cubrir la información deportiva y, sin embargo, sean muy pocas las redacciones que cuentan con periodistas especialistas en información económica, social, sanitaria, educativa o científica.